Desaire

ASISTO a una invitación del Presidente de la República, quien, según la secretaria que me ha convocado por teléfono, quiere conocerme. Al llegar al palacio, pienso que debí haberlo desairado, pero ya estoy vestido para la circunstancia y es demasiado tarde.

Se llama Kirchner, y, evidentemente, me ha confundido con otro escritor. Nuestra breve conversación comienza por desconcertarlo y termina aburriéndolo. Distraído, me dice que se ha hecho construir un jardín para estas ocasiones y me invita a conocerlo. Camina lentamente, majestuosamente. Sin embargo, al promediar el paseo me da la espalda, apura el paso y nunca llego a alcanzarlo. Empiezo a temer que nunca podré salir del palacio y aprovechando su proximidad se lo consulto directamente, como si fuésemos viejos amigos, pero apenas vuelve unos grados la cabeza y, sin responderme, se pierde por un pasillo lateral.

Vuelvo solo a su despacho y lo encuentro ocupado por un grupo de secretarios y ministros a quienes anuncio que me retiro. Como me suponen un amigo personal de su jefe tratan de congraciarse conmigo y sonríen, adulones. Al Presidente en ningún momento llegué a verlo sonreír. Un funcionario ríe a carcajadas. Para estimularlo, le digo que acabo de ver que Kirchner se desvanecía a través de una puerta y entonces la risa se contagia a todo el elenco. Aprovecho para reír y salgo del despacho exagerando mis carcajadas.

Desde estos lugares es muy difícil salir sin someterse a las inspecciones de rutina, pero pienso que al verme reír como un imbécil los guardias me supondrán parte del personal y me permitirán pasar sin más trámites. En efecto, gano la puerta principal y salgo a la calle flanqueado por la guardia de soldaditos con disfraz de granaderos de la guerra de independencia que ni me miran ni parecen haberse movido de sus puestos en los últimos años. La calle ha cambiado: la han techado con cristales sostenidos por columnas que evocan el viejo edificio de la universidad. A poco de avanzar me encuentro en el Buenos Aires de los años sesenta. Me queda la certeza de que el sueño proseguía convertido en otro sueño de retorno pero sólo alcanzo a recordar detalles de indumentaria: hombres jóvenes vestidos a la usanza de aquella época. Jóvenes desocupados, o estudiantes, vestidos con trajes de oficinistas o profesionales.