Nexo. Haito. Negro. Koh Samui (Tailandia)

Antes de que hubiera podido reponerse de su perplejidad aparecieron una chica de pelo corto y dos chicos, uno con rastas, que venían discutiendo acaloradamente y parecían tener mucha prisa. Le hicieron un breve saludo con la cabeza y se adentraron en el hostal mientras él seguía plantado allí sin saber qué hacer ni qué decir, deseando salir a toda velocidad de aquella isla, volver a su país, a su casa y a su vida y sobre todo, sobre todo, olvidar que alguna vez había conocido a Lena.

Por la puerta opuesta a la que se había tragado al trío, salió frotándose los ojos otro chaval de barbita rubia y el pelo plantado en todas direcciones. No llevaba más que unos bermudas caqui muy bajos de caderas que dejaban ver unos boxers de smileys, y un tatuaje encima del esternón con dos letras mayúsculas entrelazadas, una «N» y una «I» que parecían de las que se ven en los manuscritos medievales.

—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó a nadie en particular.

Daniel se encogió de hombros.

—¿Tienes fuego? —De alguno de los muchos bolsillos de los pantalones acababa de sacar un cigarrillo liado a mano que tenía un sospechoso parecido con un canuto.

—Si es lo que parece, mejor lo tiras, porque en Tailandia te puede caer pena de muerte por tenencia de drogas.

—Pues habrá que joderse si me pillan…

—De todas formas no tengo fuego.

El tipo se dio la vuelta y se alejó hacia las palmeras rascándose indolentemente la nalga derecha. Tenía un cuerpo perfectamente entrenado, de músculos definidos, y una coordinación de movimientos llamativa en alguien que parecía recién levantado. Quizá sólo estaba disimulando…

Estaba empezando a desconfiar de todo y de todos, pero también le parecía natural desconfiar de un desconocido cuando ni siquiera su propia novia reaccionaba como sería de esperar después del tiempo que llevaban sin verse.

Estaba casi seguro de que la reacción de Lena se debía a que en las semanas que habían estado separados y sin ningún tipo de contacto, se había enamorado de otro. Ahora, al verlo así, de golpe, sin haber podido prepararse para decirle con amabilidad que iba a dejarlo, no había sabido qué hacer y se había comportado con esa brusquedad que él no le conocía.

Porque la verdad era que no la conocía casi. Se había puesto en peligro varias veces por ella, había hecho todo lo que estaba en su mano para ayudarla, había dejado a su familia, su casa, su país, todo lo que tenía, para seguirla hasta Asia, estaba incluso considerando permitir que el clan blanco lo alimentara y lo convirtiera en un monstruo para poder pertenecer al mismo clan que ella, aunque sólo fuera como familiar, pero la verdad era que no la conocía. No sabía cómo solía reaccionar ante las contrariedades, no habría podido decir cuál elegiría entre tres vestidos, no sabía cuál era su animal favorito, ni a qué partido votaba, ni si era religiosa.

Salvo las dos o tres primeras veces al poco de conocerse, antes de que empezara toda aquella locura, en que habían podido hablar de temas normales para ir desarrollando una relación normal, nunca habían tenido ni el tiempo ni la tranquilidad necesaria para conversar, para ir acostumbrándose a calcular las reacciones del otro, a saber qué le gustaba y qué no.

Y ahora, después de tantos meses, de tantas esperas, de tantas ilusiones puestas en el momento en que volvieran a encontrarse, Lena iba a dejarlo. Por otro, seguramente. Seguramente por uno de esos clánidas arrogantes y guapos, como el Dominic de la pobre Clara, un karah esplendoroso y millonario que podría ofrecerle todo lo que él no podía ni soñar.

Aunque podía equivocarse, por supuesto. Lena podía estar enfadada por algo que él ignoraba, por algo que no tenía relación con él. O podía tratarse de que se había dado cuenta de que él no era más que un muchacho humano, con una esperanza de vida diez veces menor que la de ella.

¿Cómo podía él saber o no saber si a Lena le seguiría pareciendo aceptable un simple haito como pareja ahora que sabía que ella no sólo era karah, sino que tenía sangre de los cuatro clanes, que era el nexo que todos esperaban?

No. La verdad era que no lo sabía.

«Por desgracia —se dijo—, lo que también es verdad es que la quieres; que hay algo en esa chica que te ata a ella, como un arpón clavado en el pecho y amarrado a una cuerda que ella maneja a su antojo. Y aunque eres un romántico y un imbécil por pensarlo siquiera, sabes que la querrás siempre, pase lo que pase, aunque te haga daño, aunque te deje. Y que siempre estarás dispuesto a ayudarla, a hacer por ella lo que sea, cualquier cosa que te pida. Lo sabes seguro porque, si no, no estarías ahí como un pasmarote esperando a que se digne salir, en el jardín de ese hostal donde si la vida hubiera sido diferente, ahora podrías estar con ella sin pensar en nada más que en ser feliz, como todas las parejas jóvenes que en ese mismo momento están tumbadas en la playa, compartiendo música en el ipod, sintiendo la mano del otro, caliente de sol, apoyada en la cadera o en el estómago».

—Estamos listos —dijo de repente la voz de Lena, sacándolo de sus cavilaciones.

Detrás de ella, en la puerta, como guardaespaldas, estaban los tres jóvenes que habían entrado discutiendo, ahora serios y con un matiz duro que antes no tenían.

—¿Cómo que «estamos»?

—Ya lo has oído. Son mis amigos. Los únicos en los que puedo confiar. Si voy, voy con ellos. Si ellos no vienen, me quedo.

—Lena, por favor… —Dani no sabía qué decir—. Me han encargado que te lleve de vuelta, a ti. Ni siquiera sé si cabemos todos en la avioneta.

—Pues entonces tú coges un vuelo regular.

—Y Emma no va a permitir que lleves a tres haito contigo.

—Tú también eres haito y lo permite. Además no sé quién es Emma ni me importa. —Lena sabía por la larga carta que su madre le había dejado contándole toda su historia que la clánida que en la actualidad se llamaba Emma era en realidad, en términos humanos, su abuela materna y una personalidad central del clan blanco, pero no le apetecía darle explicaciones de su comportamiento a Dani.

—Es…, bueno…, yo tampoco sé bien lo que es, pero al menos de momento parece la jefa del clan. Siempre manda ella y los demás la obedecen.

—En ese caso, llámala y dile lo que te acabo de decir. O vamos todos o no hay trato.

Se miraron un momento a los ojos, Lena desafiante, Dani dolido hasta un punto que nunca hubiera creído posible. Él fue el primero en bajar la vista.

—Esperadme aquí. Vuelvo en seguida.

Se retiró hacia la parte trasera de la casa para poder hablar con intimidad, mientras los otros volvían a dejar las pesadas mochilas en el suelo y se miraban dubitativos.

—Si nos vamos ya, aún podemos coger nuestro vuelo y luego nos encontramos en Bangkok —propuso Maël.

—Hemos quedado en que vamos juntos, ¿no? —Anaís lo miraba furibunda—. Con Lena.

—Es que si perdemos el avión y luego al final no podemos ir con Lena, nos quedamos tirados aquí.

Mientras Maël y Anaís discutían, Gigi no hacía más que echar miradas en todas direcciones tratando de ver dónde podía haberse metido Iker. No podía irse sin despedirse de él, sin tener su dirección y su teléfono. Se moriría si no podía volver a verlo más.

Lena tenía el rostro contraído, con una profunda arruga entre las cejas; clavaba la vista en las orquídeas silvestres que crecían sin control por la veranda del hostal y, sin poder evitarlo, odiaba cada uno de sus colores. Sentía crecer una marea de rabia dentro de su mente, como cuando el mar empieza a hincharse y a subir por la playa, tragándose metros y metros de arena, sin importarle lo que pueda haber allí.

Hizo una inspiración profunda en un intento de controlar la espuma roja que se estaba adueñando de su mente y en ese mismo instante una mano se posó en su hombro y la hizo volverse hasta que sus ojos encontraron los de Nils, que la envolvió en un abrazo firme y protector.

—Lena —le susurró al oído—, menos mal que estás bien.

Antes de que ella pudiera contestar, Nils la estaba besando apasionadamente frente a los ojos sorprendidos de los tres yamakasi.

—¿Y este quién es? —preguntó Maël, perplejo.

—Os presento a Nils —dijo Lena cuando pudo soltarse.

Él le lanzó una mirada de advertencia.

—Lenny —dijo—. Detesto mi primer nombre. Soy Lenny. El novio de Lena. He venido a buscarla.

Para Lena las mentiras eran tan evidentes que no se explicaba que los otros se lo estuvieran tragando. Lo miró sin saber qué decir. Algo no iba bien, no iba nada bien. ¿Qué hacía Nils allí? ¿Cómo la había encontrado? ¿Por qué le estaba diciendo a todo el mundo que era su novio? Podía entender lo del nombre y que no quisiera que los demás supieran su nombre clánida actual, pero ¿por qué dar esas explicaciones?

De repente, al mirar hacia el fondo del jardín, lo entendió de golpe. Dani estaba allí, a apenas cinco o seis metros, pálido como un muerto, las gafas oscuras fingiendo en su rostro unas órbitas vacías de calavera. Lo había oído todo. Nils lo había hecho a propósito para que él lo oyera, igual que ahora le estaba pasando el brazo por los hombros y la atraía hacia sí con gesto posesivo.

Por unos segundos luchó consigo misma para no salir corriendo hacia Dani, abrazarlo y decirle que Nils se había precipitado, que no era eso, que ella lo seguía queriendo a él, como siempre, que el anillo con la piedra negra que llevaba en la mano derecha no significaba nada. Pero Dani ya estaba avanzando hacia ellos, quitándose las gafas de sol, mirando a los ojos con sus dulces ojos grises.

—Lena, disculpa —dijo, intentando controlarse, aunque el temblor en su voz era perceptible, al menos para ella—. Se niega a dar su permiso. Lo siento. Tú tienes que venir. Ellos no.

—¿Tengo que ir? ¿Has dicho que «tengo» que ir? ¿Se han vuelto todos locos?

—Lena viene conmigo —dijo Nils, también en tono moderado aunque muy firme.

—¿Tú también? ¿Todo el mundo va a decirme lo que puedo o no puedo hacer? Os recuerdo que vosotros me necesitáis a mí, no al contrario. Por mí podéis iros todos al infierno, clánidas y familiares, ¡todos!

Sonaron unos aplausos desde las palmeras. Iker batía palmas como en una obra de teatro.

—¡Sois geniales! ¡Hacía tiempo que no me divertía tanto! —dijo, sonriendo de oreja a oreja.

—Deja de hacer el imbécil, Luna —dijo Lena, furiosa—. Ayer noche se lo conté todo a los yamakasi. Lo sabes. No hace falta disimular.

—¿Luna? —Nils lo miraba, sorprendido y curioso—. ¿Tú eres Luna?

—A vuestro servicio, caballero. —Hizo una reverencia que, curiosamente para los traceurs, no tuvo nada de falso, como si fuera su modo normal de saludar, a pesar de que iba medio desnudo y no llevaba sombrero de plumas—. ¿O debo decir conclánida? ¿Con quién tengo el honor?

Nils se encogió de hombros como diciéndose a sí mismo que ahora ya no tenía sentido seguir fingiendo que era un haito vulgar. Si Lena ya les había contado tantas cosas a aquellos jóvenes… Ya decidirían después lo que iba a pasar con ellos.

—Nils Olafson, en la actualidad. Si no me equivoco, pertenecemos al mismo clan.

—¿De veras? El mundo es un pañuelo.

Todos los miraban como en un partido de tenis hasta que Maël, de pronto, se dejó caer al suelo con las piernas cruzadas, poniendo punto final a la situación.

—Me temo que ya no llegamos a nuestro vuelo, de modo que id decidiendo con quién vamos a Bangkok. A mí me da igual quien me lleve.

—¡Ah! ¿Vais a Bangkok? —El Iker que los traceurs conocían había dejado paso a otra persona, aunque fuera igual de semivestido, y no se hubiese peinado todavía, alguien mucho más viejo y que hablaba y se movía de otro modo—. ¿Puedo preguntar a qué?

Contestó Lena:

—Va a haber un cónclave. ¿No te han avisado?

—Hace años que me precio de ser ilocalizable, conclánida, pero en este momento me gustaría haber hecho una excepción. ¿Puedo ir con vosotros?

Gigi estuvo a punto de desmayarse de la alegría, pero intentó que no se le notara. Nils sólo miraba a Luna mientras su brazo seguía rodeando a Lena, que miraba a Dani mientras él sólo tenía ojos para ella, sin poder comprender por qué no se soltaba de aquel clánida y se acercaba a él y lo besaba por fin.

—Por supuesto. Tengo un jet esperando en el aeropuerto.

—¿Cabemos todos? —preguntó Lena, arrancando la mirada de los ojos de Dani.

—Claro. Pero haito no viene con nosotros. —El tono de Nils era definitivo—. No es posible, Lena, compréndelo.

Ella sacudió la cabeza varias veces.

—¡Sois increíbles! No podéis hacer nada sin mí y os atrevéis a dictarme normas.

De pronto Daniel se adelantó unos pasos buscando la mirada de Lena.

—Venid conmigo. Lo más probable es que Emma nos mate a todos, pero Lena tiene razón; es ella la que puede decidir y es bueno que los clánidas lo sepan cuanto antes.

Lena le lanzó una mirada chispeante a Dani, olvidándose por un momento de su traición. Nils la tomó por los hombros para mirarla a la cara.

—Ven conmigo, Lena. Te llevaré a Bangkok. Te entregaré a tu clan.

Ella se soltó con suavidad.

—Iré con el mensajero de mi clan, conclánida. El clan blanco lo ha enviado a recogerme; creo que es lo correcto que llegue con él. Nos veremos en la isla dentro de poco.

—No te dejarán llevar a esos haito, Lena. Los matarán.

—Si alguien les hace daño a mis amigos, se arrepentirá. —Nadie había oído nunca ese tono de voz en Lena—. Tú sabes de qué hablo, ¿verdad, Luna?

Iker les regaló su deliciosa sonrisa torcida.

—Sí, y estoy convencido de ello.

—Anaís, llama dos taxis, por favor. Nos vamos al aeropuerto. Y una vez allí, si no cabemos en la avioneta de Dani, nos repartiremos entre los dos aviones. Tú llevarás a mis amigos si es necesario, Nils. Bajo mi responsabilidad. No pienso dejar que me utilicen más, ni que me engañen ni que me traicionen. Se acabó —terminó casi para sí misma, y echó a andar hacia la salida al lado de Anaís, mientras los hombres iban cruzando la puerta tras ellas, uno detrás de otro, y Luna salía disparado a recoger sus cuatro cosas para que no se marcharan sin él.