Haito. Bangkok (Tailandia)

Los traceurs estaban haciendo una pausa en su entrenamiento y, después de dos horas de correr y practicar caídas y volteretas, se habían tumbado en la hierba del Lumphini Park, en mitad de Bangkok, rodeados por rascacielos gigantes y árboles intensamente verdes. La humedad era altísima pero no llovía, aunque el cielo era una capa que casi parecía sólida, de un gris uniforme.

Habían enviado a Alex y a Nico a comprar bebidas y algo de picar, y ya estaban impacientes porque, como siempre, el ejercicio les había abierto el apetito.

—¿Has sabido algo de Alba? —preguntó Maël a Anaís.

Ella sacudió la cabeza.

—Puedo darle un toque yo, si quieres. Así, si le apetece vernos, me llama ella y, si no, puede pasar de nosotros. ¿Por qué no la llamas tú?

—Porque no quiero que crea que tengo demasiado interés.

—¡Ah! ¿Y no lo tienes?

—No, lista. Es sólo que me tiene intrigado.

—Es muy guapa, sí.

—¿Vosotros habéis oído eso? —preguntó Maël hacia los demás—. Le digo que la chavala me intriga y ella dice que es guapa, como si fuera eso lo que yo había querido decir.

—Gracias por la traducción, Maël. No es por nada, pero si habláis en francés entre vosotros, los demás no nos enteramos —dijo Gigi, algo picado. Era el único que, además de su propia lengua, sólo hablaba inglés—. ¿Qué quieres decir con eso de que te intriga?

Maël empezó a darle vueltas con el dedo a una de sus rastas, como siempre que no tenía realmente claro lo que quería decir.

—No sé bien. La encuentro rara. Como si estuviera haciendo un papel que aún no tiene bien aprendido, y unas veces le sale y otras no.

—A mí me parece normal que si viaja sola, y parece que tiene costumbre, que no se abra de golpe y completamente al primer grupo de desconocidos que se encuentra —dijo Anaís.

—Yo estoy con Maël —dijo Gigi—. Por eso no voté a favor de que se quedara con nosotros. No me fío de ella.

—Pero ¡qué peliculeros sois cuando se trata de chicas! —Lily se levantó, se estiró concienzudamente y, sin ningún esfuerzo aparente, se dio un pequeño impulso y se volteó en el aire con un perfecto aterrizaje—. Si fuera un tío no estaríais hablando de él.

—No irás a acusarnos ahora de misóginos. —Eric se puso también de pie, unió las manos haciendo estribo y se las ofreció a su novia para que pudiera practicar volteretas hacia atrás—. Sabes muy bien que entre nosotros nunca ha habido diferencias entre hombres y mujeres. Todos somos yamakasi.

—Sí. Ahora sí, pero no me negarás que al principio, en cuanto Anaís o yo hacíamos cualquier chorrada, como saltar un murete así de alto —señaló a la altura de las rodillas— todos os volvíais locos aplaudiendo y diciendo lo estupendas que éramos. Y eso es discriminación. Positiva, pero discriminación.

Eric miró a Maël y a Gigi, que cabecearon al unísono como diciendo «pasa, tío, no vale la pena entrar al trapo», y no contestó.

—Venga, en serio, no me diréis que si Lena fuera un chaval, también encontraríais raro que viaje sola y que vaya a encontrarse aquí con unos amigos.

—Es que no es por eso… No sé explicarlo bien.

—Venga, tío… —animó Eric—. Aclárate.

—¿No os habéis dado cuenta de cómo mira las cosas? Como si las estuviera fotografiando, almacenando. Y siempre, pero siempre, mira en todas direcciones, sobre todo lo que hay a su espalda, y se vuelve constantemente, y busca con los ojos las posibilidades de salida de donde está.

Todos se quedaron unos instantes en silencio, pensándolo.

—Bueno —contestó Anaís por fin—, es como hacemos nosotros cuando miramos cualquier parque, cualquier edificio…, un traceur siempre mira los sitios desde el punto de vista de si pueden ser un buen spot.

—Pues eso es lo que digo —se animó Maël—, que igual que una persona observadora se da cuenta de que nosotros tenemos una forma especial de mirar porque somos traceurs por encima de todo, Lena tiene una forma de mirar que no sé qué significa, y eso me intriga. Que sea guapa…, pues sí, claro, es un valor añadido, pero sobre todo tengo curiosidad.

—Pues pregúntale —dijo Lily, zanjando el tema—. ¡Ah! Por fin llegan…, me ruge el estómago.

Alex y Nico se acercaban llevando cada uno una bolsa. Empezaron a repartir latas de bebida y diferentes cajitas de cosas de comer que habían comprado en un puestecito de venta ambulante.

—¿Estáis locos? —casi gritó Lily, escandalizada—. ¿Cómo se os ocurre comprar de un puesto de la calle sin ninguna garantía de higiene? ¿Y si nos ponemos malos todos? Dentro de tres días tenemos que salir de aquí. Y un día después tenemos que estar totalmente en forma.

—¡Venga ya! Es lo que comen los tailandeses, y huele estupendamente.

—Pues yo no pienso probarlo. No me importa comer tailandés, de hecho me encanta, pero en un restaurante en condiciones. ¿Vienes, Eric?

Eric echó una mirada por el grupo, como disculpándose de nuevo por la sibarítica actitud de su novia, y recogió su mochila.

—Nos vemos luego en el hostal.

—Nosotros pensábamos ir al Wat Arun esta tarde —dijo Maël, refiriéndose a él y a Anaís.

—Yo paso de pagodas —dijo Gigi—. No quiero irme de Bangkok sin pasar por el MBK.

—¿Qué es eso? —preguntaron Nico y Alex.

—Es un centro comercial enorme que tiene muy buena fama. Tengo que comprar un montón de regalos y, con suerte, si me meto ahí un par de horas, ya no me tengo que preocupar de nada el resto del viaje.

—Yo preferiría ir al Night Market —dijo Anaís—. Es más original.

—Bueno —concluyó Maël—, pues ahora, cada uno se va a donde más le apetezca y nos vemos en el hostal a eso de las seis. El que no haya llegado a las siete, que se busque la vida, y con los que aparezcan nos vamos al Night Market, ¿vale?

Extendieron las manos al centro del círculo, las chocaron, y se separaron en tres grupos.