Rojo. Bangkok (Tailandia)

En otro hotel de Bangkok, perteneciente a la cadena Mystery of Life, de la que eran propietarios, Dominic esperaba en el jardín, donde las luces de colores se acababan de encender, que Eleonora se reuniera con él para la cena.

No habían recibido más noticias ni más mensajes; quien fuera el que tenía ahora el móvil de Clara y que les había pasado la información de que Lena se encontraba en Bangkok había decidido guardar silencio y a partir de ahí ya no sabían adónde dirigirse.

Dominic suspiró y tomó un largo trago del Martini que aún estaba frío, con la mirada perdida en las aguas de la gran piscina que se fundía con la oscuridad del fondo entre las frondas del jardín tropical. Todo había salido mal. Un año atrás estaban en la fase final de la planificación del proyecto Arca y él estaba convencido de que no había nada que pudiera torcerse. La muchacha había sido identificada como posibilidad real y él se estaba preparando para cortejarla y hacer realidad su pobre sueño humano, adolescente, de jovencita elegida por el príncipe azul.

Mientras tanto, su terrible sacrificio había sido en vano. Durante meses había necesitado todo su sentido del deber, toda su lealtad por Eleonora, por su clan, por karah, para fingir aquel amor romántico que Clara necesitaba para tener las condiciones ideales y que su hijo se desarrollara felizmente, pero había sido muy duro. Cada vez que recordaba aquellos días pasados en Roma, fingiendo amor y deseo, sentía ganas de vomitar. Por suerte todos habían estado de acuerdo en que Clara recibiera una inseminación artificial en el quirófano que habían montado en Santa Bárbara y luego él sólo había tenido que acostarse con ella una vez, sabiendo que era necesario para que creyera que su embarazo se había producido de forma natural y no empezara a sospechar desde el principio. Por fortuna, las píldoras proporcionadas por Gregor habían sido muy útiles y él apenas se había enterado de nada.

Y al final, cuando por fin había nacido Arek, se lo habían arrebatado en su misma casa, en su misma ceremonia de integración. Lena. La insignificante haito que durante tanto tiempo había despreciado como entrometida y estúpida se había revelado no sólo como un peligro sino como conclánida y, posiblemente, futura mentora de su hijo.

No se explicaba que el Shane no se hubiera dado cuenta de que existía Lena. Y de que vivía en la misma ciudad y era la mejor amiga de Clara. Eso no podía ser casual; tenía que haber alguna explicación, tenía que ser parte de algún plan que se le escapaba por completo, pero ¿plan de quién?, ¿para qué? Cada vez que intentaba comprender qué había sucedido, por qué las cosas habían salido tan mal, se daba contra esa pared de preguntas sin respuesta, pero la base siempre era esa. ¿Cómo era posible que el Shane no hubiera sospechado nada después de todas sus investigaciones esotéricas para encontrar una madre adecuada para el nuevo miembro del clan? ¿Cómo le había pasado desapercibido el hecho de que Lena era karah?

Claro, que él, que la había conocido de cerca, tampoco había notado que era una conclánida. Al parecer la habían educado como haito de un modo tan consecuente que ni ella misma sabía nada de su filiación. El Shane tenía que saber entretanto de dónde había salido, qué clan la había engendrado, cuál era su papel en el asunto. Y ahora se les había escapado de entre las manos y, por si eso fuera poco, les había arrebatado a Arek.

Eleonora estaba cada vez peor, pero al menos había conseguido convencerla de que no debía preocuparse por el bienestar del niño: cualquiera que lo estuviera cuidando ahora sabía que le convenía tratarlo bien porque los cuatro clanes lo necesitaban.

Lo que no le había dicho a Eleonora y no quería decirse ni a sí mismo, y esperaba que Eleonora no llegara tampoco a pensar, era que cabía la posibilidad de que a algún miembro de otro clan no le gustase la idea de la existencia de un nexo y que estuviera haciendo lo posible por encontrar a Arek y matarlo. En ese caso, confiaba en que Lena hubiera huido con su hijo y estuviera ahora a salvo con el pequeño, bajo la protección de uno de los otros clanes.

Si no recibían alguna indicación, por el momento no podían hacer más que esperar, desesperarse y clavarse las uñas en las palmas de las manos, como estaba haciendo él ahora al ver a Eleonora, pálida como un fantasma y vestida de noche con un conjunto de gasa roja con pequeñas lentejuelas, dirigirse hacia él fingiendo una sonrisa en un rostro quebradizo como papel de arroz.

¡Pobre Eleonora! Tantos siglos esperando, deseando tener ese hijo; tantos meses fingiendo, sufriendo, desesperando de que por fin llegara el momento de cogerlo en sus brazos y empezar su vida juntos, y ahora… nada. De nuevo solos. De nuevo a cero.

Abrazándola fuerte le dijo al oído:

—Lo encontraremos, Nora. Te lo prometo.