Rojo. Innsbruck (Austria)

En Innsbruck, después del entierro de Clara, al que habían acudido casi todos sus antiguos compañeros y profesores, además de la familia, los tres miembros del clan rojo que habían estado presentes, Dominic, Eleonora y Gregor Kaltenbrunn, estaban reunidos en la salita de la suite de Eleonora. No les había parecido prudente compartir habitación, teniendo en cuenta que, para Brigitte, la madre de Clara, ellos dos seguían siendo hermanos.

La pobre mujer estaba realmente enferma y apenas había podido soportar el funeral de pie, a pesar de que Dominic la había sostenido todo el tiempo frente a la tumba abierta. Él tampoco tenía muy buen aspecto, lo que no había sido difícil de fingir porque se encontraba peor con cada día que pasaba sin noticias de Arek y tampoco había ayudado mucho el hecho de haber presenciado el entierro de un bebé desconocido que él no sabía de dónde había salido porque todo había sido arreglado por Gregor sin dar explicaciones.

Eleonora se había apoyado en el brazo del doctor Kaltenbrunn durante la ceremonia y ahora estaba tumbada en una de las otomanas de la salita, con un brazo tapándole los ojos y la otra mano sobre el corazón, para tratar de sosegar las palpitaciones.

Dominic paseaba de una pared a otra, como una fiera en su jaula, pensando. Lo único que de momento había quedado claro era que Arek estaba en manos del clan blanco, si Lena no había elegido arbitrariamente el color de su traje. Y del clan blanco hacía años, muchos años, que no sabían prácticamente nada, salvo que estaban radicados en algún lugar cercano al Polo Norte. Por eso nunca habían tomado medidas en su contra y siempre habían pensado que, en caso de temer a alguien, su enemigo natural era el clan negro.

La noche del nacimiento de Arek, cuando todos los pájaros se volvieron locos y los atacaron para permitir que alguien pudiera hacerse con el bebé y salir de Villa Lichtenberg, ninguno de los rojos pudo ver quién se lo llevaba, aunque lo lógico era suponer que la secuestradora había sido Lena, que estaba en la casa y a la que habían visto en el mismo salón de la ceremonia de integración de Arek.

No conseguía explicarse cómo no se había dado cuenta meses atrás de que Lena era algo especial. Si la hubiera elegido a ella para madre de Arek, seguramente ahora no tendrían esos problemas, pero todos los indicios apuntaban a Clara; las pruebas que le hicieron en Roma, en octubre, fueron positivas, y la inseminación funcionó perfectamente. ¿Cómo iba él a pensar que justo esa amiga de Clara, que tan mal lo miraba y tanto sospechaba de él, tenía sangre karah y acabaría convertida en su peor enemiga? Y ¿de dónde había salido aquella Lena? ¿Quién había sido su madre? Tenía que investigar por esa línea, aunque sólo fuera para su propia tranquilidad.

El Shane, si lo sabía, no había querido decirle nada. Cuando estaba a punto de marcharse a Austria, aún en Villa Lichtenberg, habían tenido una conversación de la que lo único que había sacado en claro era que el clan blanco, al que suponían que pertenecía Aliena, había dejado de estar localizable.

—He tratado de comunicarme con ellos en la estación polar —le había dicho el Shane—, pero allí no contesta nadie. Sale siempre un mensaje de que están fuera, realizando trabajos de campo, y contestarán a su vuelta. Puede ser y puede no ser, pero no vale la pena ir hasta allá para que nos lo digan en la cara. También puede ser que Aliena nos haya mentido y pertenezca al clan negro, pero no me cuadran las cosas.

—Pero ¡hay que hacer algo! —explotó Dominic, furioso ante la tranquilidad del Shane.

—Sí. Lo que yo llevo días haciendo. Pensar. —Su extraño rostro compuso una mueca que aún lo volvía más extraño y enloquecido. Dominic se acercó y se sentó frente a él con renuencia; cruzó fuerte las manos entre las rodillas, se inclinó hacia él y preguntó intentando poner humildad en el tono.

—Dime, Shane. ¿Sabes dónde está Lena? ¿Sabes dónde está Arek?

La cabeza llena de picos blancos del Shane se agitó de un lado a otro, despacio, mientras sus labios se apretaban en una sola línea.

—Te lo juro por karah. No lo sé. Y me molesta profundamente no saberlo. Creo que no voy a tener más remedio que pedir ayuda, lo que también me molesta profundamente.

—¿Ayuda? ¿A quién? ¿Quién crees que lo sabe?

—Eso es asunto mío.

¡Maldito Shane, hablando siempre con enigmas!

—¡Ah! —había añadido, mirándolo fijamente—, no se os olvide que después del entierro de tu «esposa» en Innsbruck —las comillas eran visibles en su tono de voz—, hay que darle a la madre un buen ascenso y algún regalo extra. —Se quedó mirándolo con una chispa de diversión—. Sí, querido, todos pensáis que estoy loco, y no vais muy desencaminados, pero conservo aún una pizca de sensatez. Aprovecha el viaje para investigar, si quieres, pero haz las cosas bien o tendremos que librarnos también de la madre y tú sabes que no es el mejor sistema. ¿De acuerdo?

Unos golpes en la puerta sacaron a Dominic de sus pensamientos. Gregor fue a abrir al camarero que traía los cócteles que habían pedido al servicio de habitaciones.

Caipiriña para ti, Dominic. Mojito para ti, querida. Old Fashioned para mí, evidentemente. Bien. —Levantó su vaso en un brindis circular y, sin esperar más, dio el primer sorbo—. Y ahora ¿qué sugerís, parientes? Estamos otra vez en la primera casilla. Ni Miles ni Mechthild han averiguado nada. Flavia sólo sabe que los blancos parecen haber abandonado el nido de los hielos todos a la vez. Del clan negro no sabemos nada.

—¿Y el azul? —preguntó Dominic.

—Como siempre. Silencio marino.

—¡Alguien tiene que tener a mi hijo! —casi gritó Eleonora—. ¡Algo podremos hacer para recuperarlo! ¡Gregor! Tiene que haber una solución.

—Deja de decir eso de «mi hijo» como si fueras haito, hazme el favor. Es algo que me da grima. —Dio un lento sorbo a su vaso, dándole tiempo para que se tranquilizara un poco—. En cuanto a lo de la solución, me honra tu confianza en mis capacidades, pero no se me ocurre qué podemos hacer. Salvo, eso sí, empezar a plantearnos aumentar nuestro contingente de familiares cuanto antes; nos hemos descuidado mucho y llevamos décadas pensando que pagando bien a haito no tenemos por qué descubrir nuestro juego alimentándolos con nuestro propio ikhôr, pero me temo que ha sido una postura excesivamente arrogante que ahora nos va a traer problemas. No tenemos a quién pedir ayuda en estos momentos.

—Yo no quiero hablar ahora de familiares, Gregor, quiero que tomemos medidas para recuperar a Arek.

—Primero tendremos que plantearnos qué podemos ofrecer a cambio de que nos devuelvan a nuestro conclánida. ¿Tenemos algo que ofrecer?

Dominic clavó la mirada en Kaltenbrunn como si fuera un cuchillo. No sabía qué decir. Cualquier cosa que dijera, la habría pensado ya Gregor y vuelto a rechazar.

—Tenemos dinero, claro —dijo para romper el silencio, sabiendo que decía una estupidez.

—Como todos los otros clanes. No se viven más de mil años sin llegar a hacerse rico. Me temo que el dinero no les va a tentar.

—Poder, influencia…

—No más que el clan negro. Entre ellos y nosotros controlamos la mayor parte de la industria alimentaria del planeta, sin hablar de las empresas farmacéuticas, el petróleo, los consorcios de medios de comunicación, la informática, la armamentística y la industria pesada, por hablar sólo de lo realmente grande.

—¿Y el clan blanco?

—Si te molestas en averiguar quién está en la cima de la pirámide de cualquier rama que valga la pena verás que siempre es karah, de uno u otro color. Con dinero, poder e influencia no podemos comprar a ningún conclánida ni persuadirlo de devolvernos al niño.

—Entonces —dijo Eleonora, metiendo las dos manos en su enorme melena roja y tironeándose de los cabellos—, ¿qué quieren? ¿Qué podemos darles?

—Quizá lo que quieren tenga que ver con esas leyendas que nunca hemos querido creer del todo. Estoy especulando, que conste, yo tampoco sé nada, pero… aceptando que esa Aliena pertenezca realmente al clan blanco y que de verdad sea algo especial…, entonces, si nuestro Arek es el futuro nexo y ella debe convertirse en la mentora de nuestro niño para que él, llegado el momento, sea capaz de abrir la puerta a… —hizo un gesto de abanico con la mano que no estaba ocupada con el vaso de whisky— lo que sea…, eso significaría que es fundamental que ambos estén juntos. Lógicamente, ella no quería estar con el clan rojo, la verdad es que no puedo culparla, considerando que se ha educado como haito y ha visto lo que nosotros hacemos con haito, y, al no querer quedarse con nosotros para entrenar a Arek, no ha tenido más remedio que secuestrarlo para llevarlo con los suyos.

—Pero si es así, Gregor —concluyó Dominic, que estaba mortalmente serio—, entonces no hay posibilidad de que nos lo devuelvan.

—Eso es lo que creo, sí.

Elonora y Dominic se miraron desolados.

—Aunque… Podríamos intentar ofrecerles información sobre cómo abrir la puerta —siguió Gregor casi para sí mismo.

—¿La tenemos? —preguntó Dominic.

—No. Creo que de momento no, aunque tendría que hablar con el Shane. Pero… si averiguamos quién la tiene, podemos hacernos con ella y usarla como moneda de cambio. —Hizo una pausa, se apretó la frente con la mano y casi sonrió—. Y, si no me equivoco…, más adelante nos necesitarán, si las leyendas no mienten. En alguna parte se dice que, para que se abra la puerta, los cuatro clanes tienen que enviar a un miembro en representación de su color. Podemos dejar claro que jamás contarán con nosotros si no nos devuelven al pequeño.

—¡De acuerdo! —Eleonora se puso de pie, como si quisiera ponerse en marcha de inmediato—. Llama al Shane y dile lo que hemos hablado; que llame a todos los mahawks y les informe de nuestra decisión.

En ese momento el teléfono de Dominic dio el pitido con el que se anunciaban los mensajes de texto. Lo leyó y se quedó mirándolo como si no pudiera creer lo que veía.

—¿De quién es? —preguntó Eleonora, preocupada por la expresión del rostro de Dominic.

—No está firmado, pero ha sido enviado desde el móvil de Clara.

—¿De Clara? —preguntaron Gregor y Eleonora a la vez.

Dominic asintió con la cabeza.

—No tengo el menor recuerdo de qué ha sido de ese teléfono. Supongo que sigue en Villa Lichtenberg, aunque también es posible que alguien lo cogiera el día en que nació Arek, cuando los pájaros.

—Y ¿qué dice?

Dominic bajó la vista de nuevo al mensaje y leyó:

—«Lena está en Bangkok, pero no por mucho tiempo».

—¿En Bangkok? —Eleonora hablaba para sí misma—. ¿Y Arek? ¿Está con ella?

—No lo dice, pero si la localizamos, ella sabrá donde está nuestro hijo.

—Bangkok… —Gregor se bebió el último trago de su Old Fashioned—. Parece que quiere algo del clan azul. O que el clan azul quiere algo de ella. Tendremos que ir a ver, parientes. Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma irá a la montaña.