Ahora también en el interior de la circular sala. El horno se abatió vomitando una llamarada.
—¡Señor Sutton! —gritó de nuevo la voz desde lo alto—. ¡Por aquí...! Una cuerda surgió desde la cúpula. Por la oquedad.
—¡Abrázate a mí, Stella! ¡Sujétate a mi cuello! Sutton se aferró a la cuerda.
—¡Tirad! ¡Tirad ya, maldita sea! La cuerda comenzó a subir.
Jeffrey Sutton apretó con fuerza las mandíbulas al sentir como uno de los cuchillos realizaba un corte en su pierna derecha.
También Stella gritó.
—¡No te sueltes, Stella...! ¡No te sueltes...! ¡Aguanta!
Los cuchillos empuñados por las satánicas mujeres trazaban ya surcos en el aire. Sin alcanzar a Sutton y Stella que eran izados con rapidez.
Un nuevo derrumbamiento.
Temblaron las paredes. Se abrió el suelo tragando el altar junto con los cuatro cadáveres decapitados. El techo se desplomó ya por completo. En el suelo se agrandó el cráter.
De entre aquel estruendo, era imposible oír el motor del helicóptero, pero sí se divisaban sus luces en el negro manto del cielo.
El cráter originado era ya gigantesco.
Como si el mismísimo Infierno se abriera para recibir a sus fieles discípulos.