—Es... es como para volverse loco.

 

—A mí no me sorprende, Jeffrey. Estoy familiarizada con el tema. De ahí que no me asuste el ir tras ellos.

Sutton tragó saliva.

—¿Ellos...? ¿Quiénes?

 

—Ellos, Jeffrey —sonrió la joven, levemente—. Los cuatro decapitados. Estarán camino de Woodsville. Al encuentro de sus cabezas.

—Cualquiera que te oiga creerá que te has escapado de un manicomio.

 

—Ya me lo han dicho en más de una ocasión. Y no me importa. Yo sé la verdad, Jeffrey. Los locos son los demás. Los que se burlan para disimular su ignorancia o su miedo a conocer esa verdad.

 

—¿Piensas ir a Woodsville? ¿Hablas en serio?

 

—Totalmente. Quiero saber qué fue de mi padre. Y la respuesta está en el Gran Maestre Rojo y las brujas de Woodsville.

 

—No seas niña, Stella. Puede que domines los temas de satanismo y brujería. En teoría. En los libros. En los escritos de tu padre. ¿Puedes imaginarte frente a esa supuesta secta de los Adoradores de la Sangre? ¿O peor aún... atacada por el Gran Maestre Rojo ya con la cabeza enroscada?

 

Las facciones de Stella se crisparon.

 

—Muy gracioso, incluso divertido, ¿verdad, Jeffrey? Entretenimiento para el millonario Sutton. Celebro haberte hecho pasar una velada de...

 

—Disculpa, Stella —Sutton retuvo entre sus manos la zurda de la joven. Impidió que Stella se incorporara—, Temo por ti. Eso es todo. De ahí que decida acompañarte.

—¿Acompañarme? ¿Adónde?

—Woodsville. Voy contigo, Stella. Tras los cuatro decapitados.