Jerry Collins chasqueó la lengua.
—Vaya al hotel y descanse, Sutton. Es mejor... le aconsejo que regrese a San Francisco. Su presencia ya no es necesaria en Reed City. Ya me pondré en contacto con usted si...
—¿Cuándo conocerá el resultado de la autopsia? —interrumpió, exhalando una bocanada de humo—. Estaré aquí hasta que me facilite algún dato.
El representante de la ley desvió instintivamente la mirada hacia los folios mecanografiados.
—El ayudante del forense ha estado aquí. El doctor Stewart aún no ha redactado un informe oficial, pero algo me ha adelantado. Ya que no puede esperar a leerlo en los periódicos, le diré que Janet Barnes murió por rotura de laringe y del cartílago tiroideo. En pocas palabras: estrangulamiento.
—¿Estrangulamiento? ¿Y la herida del cuello? Esa especie de punzada... tenía una herida que...
—Sí, Sutton. Lo recuerdo perfectamente. Ambos la vimos al entrar. Esa herida fue realizada con un pequeño objeto circular y de múltiples agujas. Como una sortija de engarces afilados. Janet... Janet apenas tenía sangre en el cuerpo.
—¿Quiere decir...? Collins tragó saliva.
Desvió la mirada para responder a Sutton.
—Sí, Sutton. Como si fuera atacada por un vampiro.
—¡Al diablo con eso! —gritó Jeffrey Sutton, incorporándose furioso—. Cadáveres decapitados, brujería, vampiros... No, sheriff. Un bastardo, un maldito hijo de perra, ha querido aprovechar esta histeria colectiva de Reed City. Con la intención de despistar a la policía. ¡Es un vulgar asesino! ¿Qué me dice de las ropas de Janet? Estaban desgarradas. La bata, el camisón, el slip...
—No puedo añadir más, Sutton. Compréndalo. Estamos investigando y...
—¡No han conseguido nada! —exclamó Sutton, arrojando el cigarrillo al suelo—. Sus expertos en dactiloscopia no han encontrado una sola huella del asesino. ¡Ninguna! Como si se tratara de un fantasma que...
Sutton se interrumpió.
Se llevó ambas manos al rostro.
También él instintivamente había mencionado a un fantasma. Sí.
Los cuatro cadáveres decapitados, la inscripción en el círculo... Una atmósfera fantasmal y diabólica parecía envolverlo todo.
—Buenas noches, Sutton. Jeffrey Sutton no respondió.
Lentamente se encaminó hacia la puerta del despacho para minutos más tarde abandonar las oficinas del sheriff.
Ya era noche en Reed City. Una bella noche de verano. Con el negro manto del cielo salpicado de destellantes estrellas que acompañaban a una esférica y nivea luna.
Una noche de enamorados.
Sutton dirigió sus pasos hacia el puerto.
Una noche de enamorados. Carol, Mark, Janet y Jeffrey. En alta mar. Bajo el cielo