estrellado y bañados por la luz de la luna. Eso era lo proyectado.
Y ahora Janet estaba en el depósito de cadáveres. Muerta.
Asesinada.
Jeffrey Sutton se detuvo bruscamente. Conocía el emplazamiento del Fairy. Fuera del puerto. En la playa.
La silueta del yate sí era visible desde el puerto.
Estaban iluminadas las cabinas interiores. Las correspondientes a los dormitorios. Y en aquel momento se encendieron los focos de una parte de la cubierta.
Jeffrey Sutton no tuvo duda alguna. Aquél era el Fairy. Alguien estaba en el yate.
* * *
Jeffrey Sutton utilizó una lancha de remos para aproximarse al yate. Quería llegar desapercibido.
Y lo consiguió.
Trepó a la embarcación por la parte de cubierta no iluminada. Avanzó sigiloso hacia la escotilla abierta de proa.
Bajó a las cabinas.
Fue en la primera de ellas. La correspondiente al dormitorio principal. Allí estaba el intruso, aunque...
No.
No era un intruso.
Jeffrey Sutton contempló perplejo a la mujer que yacía sobre una de las camas gemelas. El rostro hundido en la almohada. Su sollozar era perfectamente audible.
—¿Quién eres tú? ¿Qué haces aquí?
La mujer se incorporó en un brusco sobresalto.
Era joven. De unos veintidós años de edad. En su rostro de singular belleza destacaban unos ojos verdes y unos pómulos gatunos. También sus labios. Unos labios de sensual curva carnosa y húmeda. Un corto peinado en sus oscuros cabellos resaltaba ese perfecto rostro.
Vestía un ceñido pantalón tejano y camiseta de algodón con pañuelo de seda al cuello. Los juveniles senos se modelaban bajo la tela. Trémulos. Libres de sujetador. Marcando el erecto pezón sobre la ajustada camiseta.
La muchacha forzó una sonrisa a la vez que pasaba el dorso de la mano para borrar las lágrimas.
—Ho... hola, Jeffrey.
—Eso no responde a mi pregunta. ¿Quién eres?... Espera... Ya lo sé. Te recuerdo deambulando por el Kane Hotel. Junto con los periodistas. Esta tarde. Intentando hablar conmigo.
—Sin mucho éxito.
—Estabas más guapa con el vestido gris perla. Ahora, con vestimenta más provocativa,