CAPITULO VI

 

 

Jerry Collins penetró en su despacho llevando en la mano derecha unos folios mecanografiados. Se detuvo unos instantes al descubrir la presencia de Jeffrey Sutton.

—¿Todavía aquí, Sutton? Ya le he dicho que podía marcharse al hotel.

—Olvidé darle las gracias, sheriff.

 

Collins se acomodó en el sillón giratorio situado tras la mesa escritorio. Dirigió una inquisitiva mirada a Sutton.

—¿Gracias?

 

—Si, sheriff. Por agilizar todos los trámites con Carol y permitir que abandonara Reed City.

 

—Es lo menos que podía hacer —suspiró Collins, reclinándose en el respaldo—. La pobre chica ya ha vivido un día que jamás olvidará. Desde que descubrió el cadáver de su compañera y comenzó a gritar, hasta nuestra llegada, apenas transcurrieron unos breves minutos. Carol Wilder poco podía decirnos. No había razón para retenerla después de haber prestado declaración. Es lógico que deseara salir cuanto antes de Reed City. Imagino que también usted quiere hacerlo. Máxime ahora que se ha quedado solo.

 

Sutton encendió un cigarrillo.

Movió lentamente la cabeza de un lado a otro.

 

—Se equivoca, sheriff. También yo pude haberme marchado con Carol y Sullivan. Y no estoy aquí por el Fairy. Una simple llamada telefónica y se harían cargo del yate.

—Janet Barnes.

 

—Correcto, sheriff. Janet, según hemos conocido por las declaraciones de Carol, no tenía familia. Sólo infinidad de amigos que llorarán su muerte. Quiero encargarme de que su cadáver sea trasladado a San Francisco.

 

—¿Unicamente eso motiva su permanencia aquí?

—¿Qué quiere decir, sheriff?

 

Jerry Collins empequeñeció los ojos. Fijos en su interlocutor.

 

—Lo del traslado del cadáver de Janet también puede solucionarlo con una simple llamada de teléfono, Sutton. Sus palabras de esta mañana, jurando matar personalmente al asesino de Janet, las considero producto del estado de excitación en que se encontraba. Estamos trabajando en el caso, Sutton. Con todos nuestros medios. No son frecuentes los casos de asesinato en Reed City y voy a cazar al culpable. Será capturado por la ley, ¿comprende?

 

—Perfectamente.

 

—Me consta que dispone de dinero suficiente para movilizar a los mejores detectives privados de California tras la pista del asesino; pero eso perjudicaría la marcha de las investigaciones. Déme tiempo, Sutton. Le prometo que el asesino pagará su repugnante crimen.

Sutton sonrió.

Una fría e inexpresiva mueca.

 

—De eso no tengo la menor duda, sheriff.