—¡Ese es el gran Maestre Rojo! —exclamó Stella, señalando el cadáver decapitado que yacía junto a las tres mujeres igualmente sin cabeza—. Tú sigues siendo un embaucador.
—Tu padre no opinaba así, Stella. El me catalogó como el Gran Maestre Rojo. La joven palideció aún más intensamente.
Balbucearon trémulos sus labios.
—Tú... tú... eras el Gran Maestre Rojo mencionado por mi padre...?
—Correcto, Stella. Tu padre era un buen investigador de las ciencias ocultas. Demasiado inteligente y frío. Llegó a Woodsville en busca de las cuatro cabezas. La del conde Goldstone y las de las tres brujas con él decapitadas. No quería rescatarlas, sino dar con algún dato para el libro que estaba escribiendo. Visitó el castillo repetidas ocasiones. Sin descubrir nada, hasta que una noche. Era la noche de sacrificio en honor a Solithan, protector de las brujas. Yo y mis queridas compañeras ofrecíamos un sacrificio.
Las siete mujeres comenzaron a reír a carcajadas. También Badham.
—Están locos...
La voz susurrante de Jeffrey Sutton hizo enmudecer al individuo. Sus ojos destellaron con maligno brillo.
—¿Loco...? ¡Tú eres el loco! Al igual que lo fue Walter Dawn. ¡Todos aquellos que no creen en el poder del Averno! El profesor Walter Dawn me sorprendió saliendo por la entrada secreta al templo. Yo hice construir este templo. En las entrañas del cantillo del conde Golstone. Hace ya mucho tiempo. Son muchos años los que llevo como continuador de la secta de los Adoradores de la Sangre. Este templo es en su honor al conde Cary Golstone, primer Gran Maestre Rojo. Y de las brujas de Woodsville. ¡Leyla, Gladys y Emma! Yo soy ahora el Gran Maestre Rojo. Y éstas son mis discípulas. Karla, Debra, Cynthia, Katheleen... También ellas han sido iniciadas en la brujería y magia negra. ¡Extenderemos nuestro poder sembrando el terror! ¡El poder recibido del Averno!
—Mi padre... ¿qué fue de mi padre?
—Karla... muestra a nuestra invitada el pozo de los desperdicios.
Una de las mujeres rió mientras avanzaba hacia el fondo de la circular sala. Hizo deslizar una plancha del suelo descubriendo un profundo foso.
Apenas mover la plancha ya se escuchó el agudo chillar de las ratas. Infinidad de ratas gruesas y de sucio pelaje que se amontonaban rabiosas en el fondo del pozo. En espera de alimento.
—El profesor Walter Dawn, lo que quedaba de él después de ofrecernos su sangre, fue arrojado al pozo. Ese fue el fin de tu padre, Stella. ¿Satisfecha la curiosidad?
Stella no respondió.
Hubiera caído desvanecida de no ser por Jeffrey Sutton, que rodeó con fuerza los hombros femeninos, con el brazo izquierdo. Su diestra continuaba empuñando firme el revólver.
—Eres un asesino, Badham. Un asesino diabólico. Sólo eso.
—Pobre estúpido... Una estupidez sólo disculpable por tu ignorancia, Sutton. Te estoy agradecido. Tú has rescatado al conde Goldstone y las brujas de Woodsville. Ahora todo será diferente. Ellos nos guiarán. Cary Goldstone y sus tres discípulas. Dominaremos la Tierra. Nuestro poder horrorizará todas las naciones. Encontraré las cabezas. Ese cadáver