—No te enfades, hombre... ¡Ni que fueran de oro!

 

—Debes comprender a Mark —intervino Sutton, aproximándose—. Estas son algo más que cañas de pescar. Son objetos de arte. Acostumbradas a determinadas manos. Manos que saben cómo flexionarlas, graduar el anillo de salida, fijar el molinete...

—Yo sólo quiero pescar.

 

—Esa es tu intención desde los quince años —rió Carol, desde la tumbona—. ¡Pescar un marido!

 

Janet fulminó a su compañera con la mirada; sin embargo, cuando posó nuevamente sus ojos en Sutton, volvió a sonreír cariñosa.

—¿Esta. Jeffrey?

—No, espera... Esa es de anzuelo de mosca mojada.

 

—¡Qué asco! —exclamó Janet, soltando instintivamente la caña—. Dame una sin mosca. Sutton sonrió.

 

Ignorando la mueca que se reflejaba en el rostro de Mark Sullivan.

 

—Aquí tienes, nena. Una caña con anzuelo múltiple. Practica un poco el lanzamiento del hilo, ¿de acuerdo?

 

—Sí, Jeffrey.

—Estaba preparando las bebidas. ¿Te sirvo algo?

 

—Pues... algo sencillito. Todavía es temprano. ¿Qué te parece un «Fascinación»?

 

—Marchando. «Fascinación».

 

Vermouth seco, brandy, ginebra y un par de guindas al marrasquino. Sí.

Algo sencillo.

 

Mark Sullivan ya se había agenciado por su cuenta un par de latas de cerveza de la nevera portátil para seguidamente acomodarse en la silla de pescar. Clavada la caña en el soporte del suelo. Ya había lanzado el anzuelo a las azules aguas. Con habilidad.

 

Sutton retornó a los pocos minutos portando un largo vaso.

—Lo tuyo, Janet.

 

La muchacha estaba a poca distancia de Sullivan. No se había sentado. Permanecía junto a la borda.

—Un momento, Jeffrey... Déjalo por ahí. Me parece que ha picado algo.

 

—Seguro —rió Sullivan—, Algún besugo. Jeffrey Sutton chasqueó la lengua.

—Sólo tenías que practicar, Janet. No puedes pescar nada. No has colocado el cebo.

—¿El cebo?

 

—Sí, nena, el cebo... Sin cebo no hay pesca. Tampoco tenías colocado el flotador, has soltado todo el hilo... Ya puedes empezar a recogerlo.

Janet comenzó a girar el molinete.

A las pocas vueltas la manivela se detuvo.

 

—¡Jeffrey...! No puedo seguir... se ha parado...

 

—Déjame a mí.

 

Sutton se hizo cargo de la caña de pescar. Manipuló en el molinete por si algo funcionaba mal. Lo hizo girar, aunque de nuevo quedó frenado. Tenso el hilo de la caña.