VI
Las Gotas del Espejo. Dosis fatal, como revelan los experimentos con animales, la misma que en el caso del Vino de Alejandro. Pero su efecto mortal es más rápido y más indistinguible, en términos de encontrar trazas en un examen post mortem.
Tras muchas y pacientes pruebas, no he podido encontrar un antídoto confiable para este veneno infernal. En esas circunstancias, no me atrevo a intentar modificarlo para uso médico. Lo tiraría, pero no me gustan las derrotas. Si vivo un poco más de tiempo, lo intentaré una vez más, con la mente tonificada por otros estudios.
Un mes después de escribir esas líneas (que copié en caracteres normales en la botella, por temor a un accidente), lo volví a intentar y volví a fracasar. Molesto por ese nuevo fracaso, hice algo indigno de un científico.
Tras envenenar a un animal con las Gotas del Espejo, le administré una dosis del antídoto del Vino de Alejandro que guardo en el frasco azul, conociendo perfectamente bien la diferente naturaleza de los dos venenos, sin esperar que se produjera ningún resultado de importancia científica, y, aun así, confiando tontamente en que el azar me ayudara.
El resultado fue sumamente asombroso. Consistió nada menos que en la completa suspensión de todos los signos vitales (tal como los conocemos) durante un día, una noche y parte del día siguiente. Sólo sabía que el animal no estaba muerto porque en la mañana del segundo día no observé ninguna señal de descomposición, a pesar de que era verano y de que el laboratorio estaba mal ventilado.
Una hora después de que me asombrara al observar los primeros síntomas de un retorno a la vida, el animal mostraba su vivacidad usual y comió con buen apetito. Al cabo de diez días, sigue gozando de una salud perfecta. Este extraordinario ejemplo de acción y reacción entre los ingredientes del veneno y los del antídoto, y de ambos con las fuentes de la vida, merece, y será objeto, de la más cuidadosa investigación. ¡Quiera Dios que viva para darle un buen uso y dejarla registrada en otra página!
No había otra página ni ninguna otra anotación. El profesor no había logrado alcanzar su postrera aspiración científica.