III

La tercera y última carta que pongo a vuestra consideración fue escrita por mí y estaba dirigida a la señora Wagner en Frankfurt.

No exagero, querida tía, si le digo que le escribo en medio de una gran aflicción. Le ruego que se prepare para recibir noticias sumamente tristes.

Llegué a Bingen ayer, a una hora avanzada de la tarde. Cuando me bajé del coche, me esperaba un sirviente para hacerse cargo de mi maleta. Después de preguntarme mi nombre, me comunicó las tristes nuevas de la muerte del querido señor Engelman. Había fallecido víctima de un ataque de apoplejía esa misma mañana temprano.

La atención médica estaba a mano y (hasta donde pude enterarme) se le brindó cuidadosa e inteligentemente. Pero nunca se recuperó. El ataque parece haberlo matado como lo habría hecho un disparo.

El día anterior se había mostrado muy deprimido y fatigado. Una de las pocas palabras que salieron de sus labios antes de retirarse a descansar fue mi nombre. Dijo: «Si mejoro, me gustaría que viniera David para ir con él a nuestra oficina de Londres». Tenía el rostro muy encendido y se quejaba de mareos, pero no permitió que se mandara a buscar al médico. Su hermano lo ayudó a subir las escaleras hasta su cuarto y le hizo algunas preguntas sobre sus asuntos. Le contestó impaciente: «Keller lo sabe todo; déjalo en manos de Keller».

Cuando pienso en la vida noble y feliz del buen anciano y recuerdo que fue por intermedio mío que conoció accidentalmente a Madame Fontaine, experimento una amargura que hace que el sentimiento de su pérdida me resulte más doloroso de lo que puedo describir. Me vienen a la mente un centenar de pequeñas muestras de su bondad para conmigo, y (no se ofenda) desearía que hubiera usted enviado a otra persona, y no a mí, a representarla en Frankfurt.

Lo enterrarán aquí, dentro de dos días. Confío en que no considere una negligencia para con sus intereses que aceptara la invitación de su hermano a acompañarlo hasta su tumba. Creo que me hará sentir mejor rendirle a mi viejo amigo un último tributo de afecto y de respeto. Cuando todo haya concluido, proseguiré mi viaje a Londres, sin detenerme en el camino ni de día ni de noche.

Escríbame a Londres, querida tía. Déles recuerdos míos a Minna y a Fritz y pídales que también me escriban. Le ruego que le transmita mis respetos al señor Keller. Por favor, exprésele mis más sinceras condolencias; sé cuán profundamente apenado debe sentirse, pobre hombre.