V
—¿Quién escribió esto? —pregunté.
—El difunto esposo de Madame Fontaine.
—¡Y ella lo puso en sus manos!
—Sí, y me pidió que descifrara su significado.
—Es sencillamente incomprensible.
—De ningún modo. Madame Fontaine sabía el uso que Jack le había dado a su antídoto y (en su ignorancia de la química) quería estar preparada para cualquier posible consecuencia. ¿Se imagina por qué consentí en tratar de descifrar la clave?
—¿Porque podría saber qué veneno se le había administrado a la señora Wagner?
—¡Muy perspicaz de su parte, señor Glenney!
—¿Y logró descubrir el significado de esos jeroglíficos?
El doctor puso una segunda hoja de papel sobre la mesa.
—Hay una sola clave imposible de descifrar —dijo—. Si dos personas se ponen de acuerdo en secreto para consultar la misma edición de un libro, y si la clave del uno o del otro tienen como base una página y unas líneas dadas de esa página, no hay ingenio que pueda desentrañarla sin descubrir previamente de qué libro se trata. Todas las demás claves, hasta donde sé, están a merced de la habilidad y la paciencia. En este caso comencé (para ahorrarme tiempo y dificultades) por probar con la norma para descifrar la más simple y elemental de las claves. Me refiero al empleo del lenguaje corriente de un mensaje, traducido a signos arbitrarios. La manera correcta de leer esos signos puede describirse en dos palabras. Al examinar el mensaje en clave, se advierte que algunos signos se repiten con más frecuencia que otros. Se cuenta cada uno de los signos y se precisa, mediante una simple suma, cuál es el que aparece con más frecuencia, cuál lo sigue, y así sucesivamente. Establecidas esas comparaciones, hay que preguntarse qué vocal y qué consonante son las más frecuentes en el idioma en que se supone que fue escrito el cifrado. El resultado es meramente cuestión de tiempo y paciencia.
—¿Y este es el resultado? —dije, señalando a la segunda hoja de papel.
—Léalo y juzgue por sí mismo —respondió.
La primera oración del mensaje descifrado parecía haber sido incluida por el doctor Fontaine con el propósito de que le sirviera de memorando, ya que era la repetición, velada por la clave, de las instrucciones escritas en las etiquetas del veneno llamado Vino de Alejandro y su antídoto.
Los párrafos siguiente eran mucho más interesantes. Se referían al segundo veneno, llamado las Gotas del Espejo, y relataban, en los siguientes términos, los resultados de uno de los más notables experimentos del doctor: