INTRODUCCIÓN
Los vínculos que mantenemos con nuestros hermanos del mismo sexo y con nuestros amigos íntimos son tan misteriosos como los lazos que nos unen a nuestros amantes. En cualquier caso, trátese de relaciones consanguíneas o de vínculos espirituales, para cada uno de nosotros el otro representa, al mismo tiempo, al yo y a la sombra. De este modo, las mujeres podemos vernos reflejadas en el espejo que nos brindan nuestras hermanas del mismo modo que los hombres pueden hacerlo en el que les ofrecen sus hermanos y descubrir la profunda similitud que nos une y la extraordinaria diferencia que nos separa.
En la mayoría de las familias la personalidad de las hermanas sigue caminos tan opuestos como los polos de un imán. En The Pregnant Virgin la analista junguiana Marion Woodman las denomina «hermanas del sueño» porque, al igual que ocurre con las hermanas mitológicas Eva y Lilith, Psique y Orual o Innana y Ereshkigal, por ejemplo, cada una de ellas presenta cualidades y virtudes opuestas a las de su hermana. Así pues, si una se inclina hacia el mundo de la materia, la naturaleza y la comida, la otra, en cambio, suele sentirse atraída por el mundo del espíritu, la cultura y la mente. Así pues, estas parejas antagónicas se hallan eternamente unidas y eternamente separadas por la envidia, los celos, la competencia y la incomprensión.
Lo mismo podríamos decir respecto del tema de los hermanos y de otros pares de varones, como Caín y Abel, Jesús y Judas, Otelo y Yago, Próspero y Calibán, etcétera, que, si bien parecen superficialmente opuestos se hallan, en cambio, estrechamente relacionados en lo más profundo. En cada uno de ellos el ego y la sombra danzan de tal modo que cuando uno avanza el otro retrocede. Si, por ejemplo, en un determinado momento una persona considera que otro ser humano es su sombra o su enemigo, es muy probable que uno de los hermanos muera a manos del otro aunque, en ese mismo instante, morirá también una parte del asesino.
El trabajo con la sombra constituye una herramienta fundamental para sanar nuestros problemas de relación. Así, por ejemplo, cuando en una situación crítica una mujer se pregunta: «¿Qué es lo que haría mi hermana en este caso?», no está sino evocando sus propias capacidades latentes o invisibles que resultan, en cambio, patentes en su hermana. Es por ello que cuando un ser humano acepta a los demás y es capaz de valorar e integrar un rasgo ajeno que le resulta poco familiar —la agresividad, el sosiego y la sensualidad, por ejemplo— está expandiendo su propio yo.
La aparición de nuestros opuestos también está presente en las relaciones que sostenemos con personas del otro sexo. Tendemos a enamorarnos y a formar pareja con personas que son completamente diferentes a nosotros: sumiso y agresivo, introvertido y extrovertido, creyente y ateo, reservado y charlatán, etcétera. Es como si nos sintiéramos atraídos hacia ellos porque poseen algo de lo que nosotros carecemos, como si ellos hubieran actualizado cualidades que permanecen latentes en nosotros. En este sentido, por ejemplo, una mujer tímida dejará que su marido hable por ella y un hombre aburrido buscará la compañía de una mujer imaginativa.
Quizás haya algo de verdad en aquel refrán que afirma que acabaremos casándonos con aquellos aspectos de nosotros mismos que nos hemos negado a desarrollar. Si no integramos nuestro odio, nuestra inflexibilidad, nuestra racionalidad o nuestra susceptibilidad, resulta muy probable que terminemos sintiéndonos inclinados hacia aquellas personas que compensen nuestras propias carencias y correremos el riesgo de no desarrollarlas por nosotros mismos.
En nuestra sociedad existe una razón cultural que justifica este extraño matrimonio entre opuestos ya que el ego ideal del hombre —racional, dominante, calculador y orientado hacia metas— constituye el lado oscuro del ego ideal de la mujer —emocional, sumisa, protectora y orientada hacia procesos—. En consecuencia, la mayor parte de las veces nuestra sombra y la persona amada suelen compartir las mismas cualidades.
Según la astróloga y analista junguiana Liz Greene:
Los hombres excesivamente espirituales, educados y moralistas suelen tener una sombra muy primitiva y, por consiguiente, tienden a enamorarse de mujeres muy rudimentarias.
Sin embargo —agrega Greene— cuando tropieza con esas cualidades en personas de su mismo sexo tiende a odiarlas. En consecuencia —añade— «nos enfrentamos a la curiosa paradoja de estar amando y odiando sistemáticamente la misma cosa».
A medida que crece nuestro desarrollo económico y social los estereotipos masculino y femenino parecen estar perdiendo rápidamente su vigencia, aunque lo inconsciente, sin embargo, todavía sigue ejerciendo una gran influencia en el mundo externo. El desarrollo desequilibrado de un miembro de la pareja puede servir tanto para proyectar como para tomar conciencia de nuestros opuestos e, integrándolos, llevar a cabo la tarea de completarnos a nosotros mismos.
Esto también explica la reacción de disgusto que podemos experimentar en un estado más avanzado de la relación cuando descubrimos aspectos desposeídos de nuestro yo en la persona amada y tratamos de defendernos de aquellos impulsos propios que parecen provenir del otro. Este descubrimiento desemboca, por lo general, en el odio, los celos y el desengaño. Sin el trabajo con la sombra la tensión puede terminar conduciendo a una dolorosa separación pero con su ayuda el malestar inicial puede aumentar y profundizar la conciencia que tenemos de nosotros mismos. James Baldwin expresaba más poéticamente este punto diciendo: «Sólo podemos ver en los demás aquello que hemos visto en nosotros mismos».
Pero cualquier argumento puede ser extrapolado y caer entonces en la simplificación. Hay quienes afirman que todo es proyección y que basta con ocupamos de trabajar con la sombra y asumir nuestros propios sentimientos negativos. En nuestra opinión, sin embargo, en ciertas ocasiones hay razones plenamente justificadas para experimentar sentimientos negativos. La violación, el asesinato y el genocidio, por ejemplo, justifican nuestra rabia y las acciones sociales a que puedan dar lugar. El trabajo con la sombra en nuestras relaciones personales no pretende pues anular los inevitables pensamientos y sentimientos negativos que puedan surgir sino más bien diferenciar entre lo que realmente es una proyección —es decir, lo que es una creación nuestra y, por consiguiente, podemos curar— y lo que pertenece a los demás y puede suscitar, por tanto, una legítima respuesta de rechazo.
En esta parte nos ocuparemos de los problemas que suscita la sombra en las relaciones adultas. En un extracto de su libro Psyche’s Sisters, Christine Downing, profesora de religión y escritora junguiana, investiga los arquetipos de la hermana y el hermano que la psicología —centrada, por lo general, en el tema de la relación paterno filial y el amor romántico— suele dejar de lado.
A continuación Maggie Scarf nos presenta, en «Descubriendo nuestra sombra en la relación conyugal» —un extracto de su best seller «Intimate Partners»— un análisis de las relaciones que sostenemos con las personas del sexo opuesto. En su artículo Maggie Scarf describe las relaciones que mantienen los miembros de una pareja que ha caído en la trampa de la identificación proyectiva en la que cada uno manifiesta los aspectos desposeídos del yo del otro. Scarf explora la atracción inicial hacia los rasgos novedosos y poco familiares que termina convirtiéndose en aversión y provocando la crisis de muchos matrimonios.
Cualquier relación íntima puede constituir un excelente ámbito para nuestro trabajo con la sombra y hacer que el fuego del amor alumbre los lugares más recónditos, arroje luz en la oscuridad y nos permita, al fin, penetrar en nuestro propio yo interno.