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APROVECHAR NUESTROS DEFECTOS Y NUESTROS ERRORES

Marsha Sinetar

Psicóloga de organizaciones y autora de Do What You Love, The Money Will Follow y Ordinary People as Monks and Mystics.

Las personas eficaces en su trabajo conocen sus propias limitaciones y las utilizan para su provecho. Esas personas han descubierto no sólo que deben seguir explotando, en cierta medida, su propia constitución psicológica, sus tendencias emocionales y sus pautas de atención, sino que además las consideran como una ayuda inestimable para llevar a cabo su trabajo. De hecho, el conjunto de limitaciones que caracterizan a una determinada persona constituye un complejo de atributos cuyo sentido excede la comprensión del individuo. Este complejo es la esencia de la vida creativa.

Tengo un cliente —merodeador de pasillos— cuyo temperamento inquieto le hace pensar mejor deambulando arriba y abajo. Mi cliente acepta ese rasgo peculiar de su personalidad y lo mismo hacen sus compañeros de trabajo. Después de varios años de trabajar con él sus colegas ya no se sorprenden de su singular caminata. Su mente superdotada ha proporcionado millones de dólares a su empresa y él ha adquirido, en consecuencia, el «derecho» de deambular tanto como desee.

Otra persona, en este caso una científica, prefiere trabajar aislada en una empresa que mantiene una política de puertas abiertas, de modo que cuando trabaja cierra sistemáticamente la puerta. Al comienzo fue criticada por comportarse de ese modo pero ella era tan consciente de esa necesidad para obtener resultados tangibles que insistió hasta que sus compañeros terminaron aceptándola.

Todas esas personas han adoptado un estilo de trabajo que compagina tendencias contradictorias, el deseo de concentrarse con la necesidad de deambular o el deseo de satisfacer a una empresa con la necesidad de compaginarlo con un estilo personal de trabajo.

El lema de la cantante francesa Edith Piaf «aprovecha tus defectos» define a la perfección el desafío que supone llegar a comprender y a utilizar nuestras limitaciones. Sin embargo, no estoy segura de que debamos llamar «limitaciones» a esos rasgos aunque así me lo parecen, ciertamente, cuando los comparo con la conducta estereotipada con que los demás pretenden moldear nuestro modo de ser.

Con frecuencia suelo hablar con una escritora amiga sobre nuestra «pereza». Hace ya muchos años que las dos nos dimos cuenta de que nuestro proceso creativo incluye períodos de inactividad completa, etapas de reposo en las que parecen incubarse nuevas ideas. Desde un punto de vista superficial esto no parece muy interesante e incluso podríamos decir que es «malo» si lo comparamos con el estilo de vida que se nos ha inculcado. Mi propia moral puritana, por ejemplo, se rebela con un vigor insospechado ante la simple idea de tener que atravesar períodos de descanso. Sin embargo, a la larga me he dado cuenta de que es precisamente eso lo que debo hacer antes de acometer un nuevo proyecto creativo.

Mi amiga me contaba riendo cómo se quedaba en la cama días enteros mirando la televisión mientras almacenaba inconscientemente nuevas imágenes e ideas para su próximo libro.

Antes odiaba verme de ese modo porque iba en contra de todas las ideas que me había forjado sobre qué y cómo «debía» escribir. Era como si debiera estar continuamente rodeada por una especie de halo almidonado, una Betty Crooker de la máquina de escribir que tecleaba escrupulosamente manuscrito tras manuscrito veinticuatro horas al día como si fueran sabrosas galletas recién salidas del horno.

Sin embargo, mi amiga se dio cuenta gradualmente de que de tanto en tanto necesitaba un descanso porque, de lo contrario, su nuevo libro sería forzado, artificial y muy poco original.

En lo que a mí respecta vivo en el campo y aprovecho para dar largos paseos conduciendo mientras escucho música. Siempre me han gustado las iglesias rurales y me encanta viajar por caminos polvorientos o por la escarpada autopista «1» de la costa del Pacífico contemplando este tipo de edificios curtidos por el tiempo.

Estos paseos suponen para mí un descanso y un viaje simbólico que refleja el camino espiritual subjetivo que precisa mi faceta creativa para acopiar energía y poder escribir un artículo o un capítulo de un libro. No hay otra faceta de nuestra personalidad que revele mejor nuestro temperamento básico, nuestro estilo personal de trabajo, que nuestro lado oscuro, esa parte de nosotros mismos que se desarrolla siguiendo su propio ritmo y que tiene sus propias necesidades. Me refiero, claro está, al conjunto de impulsos incontrolables, de hábitos contumaces y de tendencias inaceptables y contradictorias que nos empujan en la dirección opuesta a la que pretendemos ir. Ese conjunto de impulsos y hábitos contradictorios, sin embargo, enriquece nuestra vida y proporciona la energía dinámica que nos mueve. Jung los describe del siguiente modo:

La conciencia y el inconsciente no pueden aspirar a convertirse en una totalidad cuando una de las partes es suprimida o maltratada por la otra. Si deben luchar, dejemos, al menos, que sea una lucha honesta en la que ambos contendientes cuenten con las mismas posibilidades. Ambas partes constituyen aspectos fundamentales de nuestra vida […] y también debemos permitir, en la medida de lo posible, que la vida caótica de nuestro inconsciente tenga la oportunidad de encontrar su propio camino. Esto supone, al mismo tiempo, una contradicción y una colaboración. El hierro se templa con el martillo y el yunque y nuestra «individualidad» global se fragua en el crisol de la conciencia y del inconsciente.

Con ello no estamos afirmando, sin embargo, que debamos dañarnos a nosotros mismos ignorando o potenciando comportamientos adictivos y autolimitadores sino que, por el contrario, debemos adoptar una visión global sobre lo que cada una de nuestras conductas puede enseñarnos, sobre lo que cada una de ellas aporta para el gran viaje del yo hacía sí mismo. Veamos ahora algunos puntos especialmente provechosos para aprender a «apreciar» el valor potencial de nuestros «hábitos negativos»:

  • ¿Has tratado de eliminar a la fuerza ciertos hábitos de trabajo para adaptarte y parecerte a los demás?
  • ¿Existen rasgos personales contra los que trataste de luchar —como hicimos mi amiga escritora y yo— porque pensabas que eran negativos?
  • ¿Has renunciado a alguna meta en algún área «superflua» de tu vida porque alguien te haya dicho que no merece la pena?
  • ¿Existe alguna actividad «de tiempo libre» (como dormir, ver la televisión, escuchar música, fantasear, etcétera) que renueve tu energía pero que consideres que no debes hacer?

Si caemos en cuenta que nuestros hábitos, nuestras ensoñaciones, nuestras fantasías, nuestros valores y todas las dualidades de nuestra personalidad constituyen expresiones de la vida, podemos aprovecharlas para expresar nuestra totalidad creativa. Y no son sólo nuestras palabras, nuestros actos y nuestras relaciones las que expresan nuestra individualidad sino la totalidad de lo que somos. Es por ello que las facetas contradictorias de nuestra personalidad pueden aportar un nuevo matiz, una nueva faceta o un nuevo impulso al proceso de individuación y afirmación creativa de toda nuestra vida.