17
EL LADO OSCURO DEL ÉXITO
John R. O’Neill
Se supone que todos buscamos el éxito, llegar a ser más, ser mejores, etcétera. Pero últimamente, sin embargo, hemos constatado ciertas distorsiones peculiares en nuestra definición del éxito y nos vemos obligados a afrontar las lamentables consecuencias de este cambio. Las personas y las empresas suelen disfrutar de un brillante éxito que termina, no obstante, deslustrándose. Es como si la ansiedad fuera connatural al éxito: ¿Será duradero? ¿Cómo podría aumentarlo? ¿Acaso lo merezco? ¿Qué ocurrirá si lo pierdo? Es por ello que en tal caso pasamos rápidamente de la euforia y el entusiasmo a la inquietud, la fatiga, la depresión y la crisis personal.
¿Cómo es posible este cambio? La arrogancia, la inflación del ego y el consiguiente pecado de hybris que suele acompañar al éxito nos impiden afrontar y asimilar nuestra sombra. En esa situación nos vemos arrastrados por los caprichos del ego, dejamos de escucharnos y observarnos, desperdiciando la posibilidad de aprender más profundamente sobre nosotros mismos y distorsionamos, e incluso llegamos a perder, nuestra verdadera identidad.
Consideremos, por ejemplo, el caso de James, un personaje muy apreciado en Wall Street en la década de los ochenta, que llegó a odiar su rentable negocio y lo vendió por ciento treinta millones de dólares. Tres meses después acudió a mi consulta con el rostro bronceado, su cabello rubio canoso algo más largo de lo habitual y un aspecto relajado y comenzó a hablarme animadamente —mientras yo me preguntaba el motivo de su consulta— de sus travesías en yate, de la temporada de esquí y de su nuevo rancho.
Al finalizar la entrevista dijo casi de pasada: «No tengo a quien contarle mi vida. Por eso estoy aquí». Traté de no mostrar mi sorpresa por esa revelación y le pregunté cómo era eso posible, a lo que respondió hablándome de desengaños, disputas familiares, un divorcio inminente, largas noches de insomnio y miedo al qué dirán si hablaba con una persona inadecuada.
La sombra de James estaba repleta de los mismos contenidos que la de la mayoría de las personas:
- Aquellos aspectos que no se adecuaban a su ego ideal del momento. En una era machista había bloqueado sus aspectos receptivos y femeninos; en una era materialista había desdeñado sus sentimientos espirituales.
- Las partes de sí mismo que sus padres u otras personas cuya aprobación deseaba, consideraban indignas, habían terminado siendo sepultadas, aunque, de algún modo, permanecían completamente activas.
- Los sueños y las ambiciones que en su momento consideró estúpidos o irreales y que postergó con la promesa de que «quizás algún día…».
Los aspectos ocultos de James eran más importantes que los manifiestos. Este material vital reprimido es el que controla la dirección de nuestra vida, nuestro nivel energético y nuestra historia biográfica. El precio que debemos pagar por arrojar nuestro ser a la oscuridad es la pérdida del alma.
Los verdaderos triunfadores son aquellos que saben extraer toda la riqueza potencial de su sombra y utilizarla en su provecho. Ellos son los auténticos aprendices de la profundidad. Winston Churchill, Eleanor Rooselvelt, Florence Nightingale, Thomas Jefferson y Abrahan Lincoln, por ejemplo, constituyen ejemplos históricos de personas que —yendo más allá de hybris— supieron aprender de sus propios fracasos, errores y sufrimientos y utilizar adecuadamente sus enseñanzas.
A los directivos que me preguntan, con cierta frecuencia, qué deben hacer para mantener vivo el aprendizaje y el crecimiento en sus empresas, les suelo responder que el principal punto consiste en evitar hybris en el momento en que se alcanza el anhelado éxito. El tallo de la dulce planta del éxito hunde sus raíces más profundas en el suelo de la inflación del ego que se alimenta del orgullo y la codicia. Resumamos ahora brevemente los signos que acompañan a los ataques de hybris:
- Atribuirnos la posesión de dones especiales. Cuando creemos en la infalibilidad de nuestras valoraciones y en nuestra inmunidad a los errores que comete todo ser humano nos hallamos a merced de la sombra y podemos sospechar la presencia de ciertos rasgos de inflación del ego.
- Matar al mensajero. Si rechazamos los informes adversos porque nos parecen indignos, poco fiables, envidiosos o incapaces de apreciar completamente la situación, estaremos allanando el camino del fracaso. Si en nuestro papel de directivos nos aislamos de los demás y restringimos el círculo de consejeros habremos empezado a matar a los mensajeros.
- Necesidad de protagonismo. Cuando hybris está presente, el ego necesita afirmarse mediante demostraciones manifiestas de poder, como marcar el territorio, preocuparnos excesivamente por la etiqueta y establecer reglas excesivamente rígidas, por ejemplo. El hecho de que necesitemos sentir que los demás se den cuenta constantemente de nuestra importancia es un síntoma de inseguridad reprimida.
- Vivir según principios morales superiores. Cuando un grupo o una persona siente que se halla en el camino justo y califica a quienes piensan de manera diferente de malvados, ignorantes, o enemigos, puede encontrar cierto alivio provisional al exceso de tensión existente entre el bien y el mal pero, en realidad, no se trata más que de hybris disfrazada de bondad.
Cuando aparece hybris dejamos de aprender. Entonces nuestro inflado ego proyecta a la sombra y la ira ciega amenaza con arrastramos. Reconocer la presencia de la sombra es el primer paso para salir de esta situación, el siguiente es el de aprender lo que tiene que enseñamos. El ego se siente inquieto porque, en realidad, es la sombra la que tiene las riendas en su mano. Si encontramos un modo de ir más allá de las necesidades, roles, símbolos y todo lo que, en general, denominamos una conducta correcta del ego, podremos penetrar en el caos del nuevo aprendizaje y descubrir facetas insospechadas sobre nosotros mismos.
Desde este punto de vista, el éxito siempre va acompañado por una sombra que puede llegar a ser devastadora. Es necesario, pues, que afrontemos día a día a la sombra pero si realmente queremos renovarnos también necesitaremos guías, mentores y, en ocasiones, hasta terapeutas.
Los triunfadores saben cómo hacer ese trabajo. Como me dijo hace años el escritor John Gardner: «Cuando escalas una montaña recuerda que no es la única. Mira entonces hacia la próxima cima y aprovecha los valles para fortalecerte».