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EL APRENDIZAJE DE LA IMAGINACIÓN ACTIVA
Barbara Hannah
Recuerdo que una mujer muy sabia me dijo que, durante un viaje por países que siempre había querido visitar, se vio obligada a compartir la habitación con una mujer que le resultaba muy antipática. Al enterarse creyó que esa circunstancia iba a arruinarle el viaje pero pronto comprendió que si permitía que esa circunstancia le arruinara el viaje echaría a perder uno de los momentos más interesantes y satisfactorios de su vida. Pero para ello tuvo que desidentificarse de sus sentimientos negativos, aceptar a su antipática compañera y mostrarse atenta y amable, una técnica que funcionó maravillosamente y le dispensó la posibilidad de disfrutar de un viaje extraordinario.
Esto es precisamente lo que ocurre con los contenidos inconscientes que nos desagradan y nos resultan particularmente antipáticos ya que si permitimos que estos sentimientos nos afecten malgastaremos nuestro viaje a lo largo de la vida. Si, por el contrario, podemos aceptarlos tal como son y somos amables con ellos descubriremos, no obstante, que no son tan malos como parecen y evitaremos su hostilidad.
La primera figura que emerge de nuestro inconsciente es la sombra personal. La sombra —aquello que hemos rechazado de nosotros mismos— suele resultar tan desagradable como la compañera de viaje del ejemplo anterior. Si somos hostiles a nuestro inconsciente éste será cada vez más insoportable pero si lo tratamos con amabilidad —comprendiendo que está bien tal como es— cambiará notablemente.
En cierta ocasión, y a raíz de un sueño especialmente desagradable que había terminado aceptando, Jung me dijo:
Ahora su conciencia es menos brillante pero mucho más profunda que antes. Ahora sabe que es una mujer indiscutiblemente honesta pero que también puede ser deshonesta. Esto quizás le resulte desagradable pero realmente es un gran logro.
Cuanto más avanzamos más claro nos resulta que el principal avance consiste en la ampliación de la conciencia. Casi todas las dificultades de nuestra vida, provienen del hecho de tener una conciencia demasiado estrecha como para comprenderlas y nada contribuye más a comprender estas dificultades que aprender a conectar con ellas mediante la imaginación activa.
La imaginación activa nos ayuda a armonizarnos con el Tao y, de ese modo, fomentar el desarrollo correcto de las cosas. Hablar del Tao chino quizás resulte demasiado exótico pero el lenguaje coloquial está plagado de expresiones que aluden al mismo hecho en nuestra experiencia cotidiana. La frase «Esta mañana saltó de la cama con la pierna izquierda» (o, como dicen los suizos: «con el pie izquierdo»), por ejemplo, describe muy precisamente una condición psicológica en la que no estamos en armonía con nuestro inconsciente. De la misma manera que la noche sigue al día, el hecho de estar enfadados y de mal humor tiene un efecto disgregador sobre nuestro medio ambiente.
Todos nosotros hemos experimentado el hecho de que nuestras intenciones conscientes se ven interferidas de continuo por motivaciones desconocidas —o relativamente desconocidas— procedentes del inconsciente. Quizás la definición más simple de la imaginación activa consista en decir que nos brinda la posibilidad de entablar negociaciones —y, a su debido momento, llegar a un acuerdo— con las fuerzas y figuras del inconsciente. En este sentido la imaginación activa difiere del sueño porque, en este último caso, no tenemos el menor control sobre nuestra conducta. En la mayoría de los casos basta con analizar nuestros sueños para restablecer el equilibrio entre la conciencia y el inconsciente pero existen algunos casos, no obstante, en las que eso no es suficiente. Antes de seguir adelante, sin embargo, convendría describir sucintamente las técnicas que suelen utilizarse en la imaginación activa.
La primera condición consiste en estar a solas y sin posible perturbación. Entonces debemos sentarnos y concentrarnos en cualquier imagen o sonido procedente del inconsciente. Cuando esto ocurre —y tal cosa no suele ser sencilla— debemos evitar que regrese de nuevo al inconsciente dibujando, pintando o escribiendo lo que hayamos visto u oído (aunque, en ocasiones, quizás resulte más adecuado recurrir al movimiento o la danza). Hay personas que tienen dificultades para conectar directamente con el inconsciente. Para ellas quizás resulte más apropiado escribir una historia sobre otras personas, una historia que, en definitiva, revela invariablemente facetas totalmente inconscientes del psiquismo del narrador.
En cualquiera de los casos, el objetivo consiste en llegar a establecer contacto con el inconsciente, lo cual supone una oportunidad para que éste se exprese. (Quien esté convencido de que el inconsciente no tiene vida propia debería probar este método alguna que otra vez). Para ello casi siempre resulta necesario superar un mayor o menor nivel de «dificultad consciente» y permitir que las fantasías —que de un modo u otro siempre pueblan el inconsciente— emerjan en la conciencia. (En cierta ocasión Jung me dijo que, en su opinión, el sueño siempre está presente en el inconsciente pero que para registrarlo plenamente en la conciencia debemos dormir y retirar nuestra atención del exterior). La primera regla de la imaginación activa consiste pues en aprender, por así decirlo, a ver o escuchar el sueño mientras estamos despiertos.
Jung también incluye, en ocasiones, el movimiento y la música entre las distintas modalidades que nos permiten descubrir estas fantasías aunque también señala que con el movimiento —de una importancia extraordinaria a veces para disolver el bloqueo de la conciencia— existe la dificultad adicional de registrar los movimientos ya que, si no existe registro externo, es asombrosa la velocidad con la que las cosas que brotan del inconsciente desaparecen de nuevo en él.
Jung propone la repetición de los movimientos liberados hasta que se hayan fijado realmente en la memoria y aún entonces conviene dibujar el patrón de la danza o el movimiento o describirlo en pocas palabras para impedir que vuelvan a desaparecer a los pocos días.
Existe otra forma de tratar con el inconsciente mediante la imaginación activa que siempre he considerado sumamente útil: la conversación con contenidos personificados del inconsciente.
¡Obviamente, resulta muy importante saber a quien estamos hablando y no considerar cualquier cosa que escuchemos como la voz del Espíritu Santo! Con la visualización esto resulta relativamente sencillo pero también resulta posible sin ella porque podemos aprender a identificar las voces o la forma de hablar como para no cometer ese tipo de errores. Además, esas figuras son muy paradójicas: las hay positivas y las hay negativas y con frecuencia se interrumpen mutuamente. En tal caso también podemos juzgarlas por el contenido de sus mensajes.
Al trabajar con la imaginación activa debemos recordar una regla muy importante. En cada ocasión en que entremos en nosotros mismos debemos prestar una atención plena y consciente a lo que decimos o hacemos, tanta —o incluso más todavía— de la que prestaríamos a cualquier situación externa importante. De este modo impediremos que se convierta en una fantasía pasiva. Pero una vez hayamos dicho o hecho todo lo que queramos debemos también ser capaces de mantener nuestra mente en blanco para poder escuchar o ver lo que el inconsciente quiera hacer o decirnos.
La técnica visual o auditiva consiste fundamentalmente en dejar que las cosas sucedan. Pero no debemos permitir, sin embargo, que las imágenes cambien caleidoscópicamente. Si la primera imagen es un pájaro, por ejemplo, no debemos permitir que se transforme en un león, un barco en me dio del océano, el escenario de una batalla, etcétera. La técnica consiste en mantener nuestra atención sobre la primera imagen y no permitir que el pájaro desaparezca hasta que nos haya explicado porqué apareció, qué mensaje nos trae del inconsciente o qué es lo que quiere saber de nosotros. Resulta evidente la necesidad de entrar en la escena o de participar en la conversación. Si no lo hacemos así, aunque hayamos aprendido a dejar que las cosas sucedan, la fantasía podrá transformarse del modo que describimos o —incluso en el caso de mantener la primera imagen— permanecer pasivos ante ella como lo hacemos en el cine o al escuchar la radio. Ser capaz de permitir que las cosas sucedan es muy necesario pero resulta perjudicial si nos mantenemos en ello durante mucho tiempo. El único objetivo de la imaginación activa consiste en llegar a un acuerdo con el inconsciente y para ello debemos dejar que el inconsciente salga a la luz, lo cual nos obligará, necesariamente, a mantener un punto de vista suficientemente consolidado.