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EL CUERPO COMO SOMBRA
John P. Conger
Hablando en sentido estricto la sombra constituye la parte reprimida de nuestro ego y se refiere a aquellos aspectos de nosotros mismos que somos incapaces de reconocer. El cuerpo que se oculta bajo nuestros disfraces y expresa de forma incuestionable lo que nuestra conciencia se esfuerza en negar. Con demasiada frecuencia tratamos de ocultar ante los ojos de los demás nuestros enfados, nuestras ansiedades, nuestras tristezas, nuestras angustias, nuestras depresiones y nuestras necesidades. Ya en 1912 Jung escribió: «Debemos admitir que el énfasis cristiano en el espíritu conduce inevitablemente a un menosprecio inaceptable por los aspectos físicos del ser humano que origina una especie de deformación grotesca de la naturaleza humana»[1] y en las conferencias que pronunció en Inglaterra en 1935 sobre su teoría sugería también de pasada la forma en que el cuerpo puede convertirse en sombra:
No nos agrada contemplar nuestro lado oscuro. Por ello hay tantas personas de nuestra civilizada sociedad que han perdido su sombra, que han perdido la tercera dimensión y que, con ello, han extraviado también su cuerpo. El cuerpo es un compañero sospechoso porque produce cosas que nos desagradan y constituye la personificación de la sombra del ego. El cuerpo, de algún modo, es una especie de esqueleto en el armario del que todo el mundo desea desembarazarse.[2]
En realidad, el cuerpo es la sombra, el cuerpo encierra la conmovedora historia de todas las ocasiones en las que asfixiamos y reprimimos el flujo espontáneo de nuestra energía vital con la desagradable consecuencia de terminar convirtiéndolo en un objeto mortecino. De este modo, la balanza va desequilibrándose poco a poco hasta acabar inclinándose definitivamente de lado de la vida hiperracionalizada en detrimento de la vitalidad primitiva y natural. Quienes saben leer el cuerpo reconocen las huellas de nuestros aspectos reprimidos, se dan cuenta de aquellas facetas que nos negamos a compartir y advierten en él nuestros miedos presentes y pasados. Nuestro «carácter» constituye la manifestación del cuerpo como sombra, es decir, un bloqueo de nuestro flujo energético que enajenamos y no reconocemos como propio y del que, por tanto, no podemos disponer.
Aunque Jung fuera un hombre pletórico de vitalidad dijo muy pocas cosas sobre el cuerpo. Cuando construyó su famosa torre en Bollingen asumió una forma de vida más primitiva, bombeando agua del pozo y cortando leña. Su cuerpo, su espontaneidad y su atractivo personal indican, en cierto modo, que habitaba gustoso su cuerpo. Muchas de las afirmaciones de Jung demuestran una actitud hacia el cuerpo que está en concordancia con las ideas de Wilhelm Reich aunque, obviamente, más desidentificadas, más metafóricas, que las de éste.
Reich —el único que nos enseñó a observar y a trabajar con el cuerpo— era, por su parte, directo y concreto. Para él el cuerpo y la mente eran «funcionalmente idénticos»[3]. Reich consideraba que el psiquismo constituye una expresión de nuestro cuerpo y nos proporcionó una brillante alternativa y un poderoso antídoto contra los sofisticados psicoanalistas vieneses quienes —al menos en sus comienzos— ignoraban por completo el papel desempeñado por la expresión corporal. El temperamento de Reich era vehemente, algo rígido y poco tolerante con los juegos mentales metafísicos y literarios. Reich era un científico con una predisposición natural a tomar en cuenta exclusivamente lo que podía ver y a considerar, por tanto, como «místico» —un calificativo que ya comenzó a aplicar a Jung y al círculo de discípulos de Freud en los comienzos de la década de los veinte— todo lo demás. En Eter, Dios y el Diablo, escrito en 1949, Reich escribió:
En ningún lugar se expresa con tanta claridad la identidad funcional como principio de investigación del funcionalismo orgonómico como en la unidad existente entre psique y soma, entre emoción y excitación, entre sensación y estímulo. Esta unidad, o identidad —que constituye la base fundamental de la vida— excluye de una vez por todas cualquier posible trascendentalismo, o incluso autonomía, de las emociones.[4]
Jung, por su parte, sostenía una visión kantiana del conocimiento que le orientó filosóficamente hacia el estudio científico y empírico del psiquismo sin advertir siquiera que se había mantenido alejado de la Realidad. En su ensayo «Sobre la naturaleza del psiquismo», Jung escribe:
Dado que el psiquismo y la materia están contenidos en uno y el mismo mundo, que mantienen una constante relación entre sí y que, en última instancia, descansan en factores trascendentes irrepresentables, no es sólo posible sino que también resulta extraordinariamente probable que el psiquismo y la materia sean dos aspectos diferentes de una y la misma cosa.[5]
Aunque existan asombrosas y frecuentes afinidades entre Reich y Jung ambos enfocaron, sin embargo, su trabajo de forma radicalmente distinta. Si tenemos en cuenta sus diferencias de estilo y de temperamento cualquier intento de cotejar sus dos sistemas de pensamiento constituye una tarea extraordinariamente interesante que, aunque parezca paradójico, sólo puede acometerse mediante la intermediación de la visión freudiana del psiquismo. Reich y Jung jamás hablaron ni se comunicaron entre sí. Sólo unos breves comentarios fortuitos de Reich atestiguan que conocía la existencia de Jung pero su conocimiento parece basarse en valoraciones muy superficiales. En la obra de Jung, por su parte, no existe mención alguna de Reich. En cualquiera de los casos, lo cierto es que tanto Reich como Jung comparaban de tiempo en tiempo sus conceptos con los freudianos y este parentesco mutuo puede ayudarnos a establecer una relación inesperada entre las teorías de Reich y las de Jung.
En un artículo escrito en 1939, Jung comparaba a la sombra con la noción freudiana de inconsciente. «La sombra —decía— coincide con el inconsciente “personal” (que se corresponde con la noción freudiana de inconsciente)»[6]. En el prefacio de la tercera edición de La Psicología de Masas del Fascismo, escrito en agosto de 1942, Reich dijo que su estrato secundario se corresponde con el inconsciente freudiano. Según Reich la estructura del carácter del ser humano se halla estratificada en tres capas —o depósitos del desarrollo social— que funcionan autónomamente y el fascismo brota del segundo de ellos. En el estrato superficial el hombre normal es «reservado, educado, compasivo, responsable y consciente» pero este estrato de
[…] cooperación social no permanece en contacto con el núcleo biológico profundo de la personalidad sino que está aislado de él por un estrato caracterial intermedio secundario repleto exclusivamente de impulsos crueles, sádicos, lascivos y envidiosos que representan al «inconsciente» freudiano, «lo que está reprimido»[7].
Así pues, dado que la «sombra» de Jung y el «estrato secundario» de Reich se corresponden con el «inconsciente» freudiano podemos establecer una vaga correspondencia entre ambas nociones. Reich consideraba al estrato secundario —como evidencia el cuerpo— como una rígida contracción crónica muscular y tisular, una armadura defensiva contra las agresiones procedentes del exterior y del interior, una forma de bloqueo que terminaba reduciendo drásticamente el flujo energético del cuerpo. Para liberar el material reprimido Reich trabajaba directamente sobre el estrato de la coraza corporal. La coraza corporal constituye, pues, lo que en este escrito denominamos cuerpo como sombra.
Hans Christian Andersen nos presenta, en su cuento La Sombra, una sombra que consigue desprenderse de su dueño, un erudito.[8] El erudito afronta el incidente desarrollando un nueva, y más modesta, sombra. Años después, a punto de casarse con una princesa, se encuentra con su vieja sombra que se ha hecho rica y famosa. Esta tiene entonces la osadía de pretender contratar a su antiguo propietario para que se convierta en su sombra. El erudito intenta escapar pero entonces descubre que su astuta sombra le ha aprisionado. Finalmente, el sabio convence a su prometida de que su sombra se ha vuelto loca y, de este modo, logra escapar de la situación que amenazaba su matrimonio. Este cuento nos sugiere que los aspectos oscuros y rechazados del ego pueden agruparse de manera imprevista y contundente y terminar materializándose con tanta fuerza como para llegar a dominar e invertir la relación maestro-sirviente, una historia, en fin, que demuestra el desarrollo de la armadura caracterial del que nos habla Reich ya que, hablando en sentido estricto, la coraza corporal —el cuerpo como sombra— constituye la expresión de lo que el ego está reprimiendo.
También podríamos suponer que el concepto junguiano de persona se corresponde con el primer estrato de la coraza de Reich. Recordemos que, según Reich, «en el estrato superficial de su personalidad el hombre normal es reservado, educado, compasivo, responsable y consciente»[9]. En opinión de Jung,
[…] la persona constituye un complejo sistema de relación entre la conciencia del individuo y la sociedad que configura una especie de máscara destinada, por una parte, a causar una determinada impresión en los demás y, por la otra, a ocultar la verdadera naturaleza del individuo.[10]
Así pues, aunque la «persona» de Jung constituya una entidad más compleja que el «primer estrato» de Reich, existe, no obstante, una notable correspondencia entre ambos sistemas. Jung consideraba que la persona constituye un factor destinado a compensar los desequilibrios existentes entre la conciencia y el inconsciente. Así por ejemplo, cuanto mayor sea la apariencia de fortaleza de un hombre ante el mundo mayores deberán ser nuestras sospechas de que tras esa fachada se oculta un interior débil y femenino y cuanto menos consciente sea de su aspecto femenino interno más probable es que proyecte su anima primitiva sobre el mundo o que sufra ataques de cólera, paranoias, histerias, etcétera. Reich tendía a menospreciar el estrato superficial como intrascendente mientras que Jung, por su parte, prestaba mucha atención a la interacción primordial existente entre nuestra máscara y nuestra vida interna.
Según Reich, para alcanzar el estrato fundamental del ser humano hay que trabajar sobre el estrato secundario de la sombra. De este modo, la resistencia se convirtió para él en una especie de bandera que delimita nuestra coraza y traza el camino que nos conduce hasta el mismo núcleo del ser humano. «En ese núcleo, y en condiciones sociales favorables, el hombre es un animal esencialmente honesto, laborioso, cooperativo, amoroso y racional»[11].
Así pues, el concepto junguiano de sombra y el estrato secundario de Reich encajan perfectamente. Para Jung, la sombra constituye un aspecto del núcleo de la vida en la naturaleza de la imagen divina en el psiquismo humano. El lado oscuro nos ofrece una puerta de entrada en los aspectos reprimidos del ser humano. Para Reich, en cambio, el mal constituye un mecanismo crónico que niega la vida energética y supone un obstáculo al núcleo biológico espontáneo del ser humano. El diablo jamás alcanza ese nivel esencial pero constituye la personificación de las perturbaciones existentes en el estrato secundario. Tras muchos años de trabajo Reich llegó a la misma conclusión desesperanzada de Freud. El había intentado disolver la armadura en gran escala a través de la educación y la terapia individual. Su modelo de tres estratos no reconoce la importancia del estrato secundario, que parece casi imposible de disolver por completo. Actualmente, sin embargo, todo el mundo asume la necesidad de la coraza como armadura protectora y el objetivo de la terapia no apunta, por tanto, a eliminar la coraza sino a flexibilizarla y hacernos conscientes de esa rígida estructura defensiva inconsciente.
De la misma manera que el concepto biológico de coraza es particularmente apropiado al trabajo energético del cuerpo, la sombra —su equivalente funcional a nivel psicológico— constituye un concepto extraordinariamente importante en el dominio del psiquismo. La sombra contiene poder que ha sido enajenado. En este sentido, jamás podrá disolverse por completo y jamás podrá ser totalmente enajenada. Pero aunque sepamos que nunca podremos someter al núcleo profundo de la sombra debemos, sin embargo, tratar de conectar con ella y de integrarla. La sombra y el doble no sólo contienen los residuos de nuestra vida consciente sino que también encierran nuestra fuerza vital primitiva e indiferenciada, una promesa de futuro cuya presencia aumenta nuestra conciencia y nos fortalece a través de la tensión de los opuestos.