La naturaleza, fuente de elevación, instrucción y descanso
Redacción de bachillerato
La palabra «naturaleza» significa en su sentido más general la totalidad de la existencia inconsciente. Cierto que el lenguaje superficial restringe este significado, pero sin cambiarlo en lo fundamental. La expresión «estar en contacto con la naturaleza», por ejemplo, no dice, según el sentimiento que la acompaña, otra cosa que buscar la existencia inconsciente en aquella parte del mundo fenoménico donde más claramente se manifiesta. El que, al hablar de la naturaleza, el hombre sencillo se imagine el bosque, solo revela que es incapaz de recoger la vivencia de la naturaleza en una forma conceptual, y por eso trata de invocar esa vivencia con una representación puramente sensible. Pero la vivencia misma concuerda con el significado de la palabra.
Hay indudablemente un respecto en el que este significado ha ido cambiando de manera paulatina: mas no en un sentido cualitativo, sino cuantitativo. La evolución histórica de los últimos siglos ha separado cada vez más a los hombres de la existencia inconsciente. Cuando la cultura occidental se hizo civilización, lo inconsciente huyó dejando al hombre solo con la desesperación de su alma perfectamente sabedora de lo que le sucedía. En lo inconsciente que lo rodeaba, el hombre soportaba, incapaz de infundirse en su dominio, su conciencia mientras adaptaba completamente ese dominio al fin humano y expulsaba de él el último resto de existencialidad: nacía la máquina. Pero cuanto más torturante le resultaba su aislamiento de lo consciente, tanto más vigoroso se hacía el anhelo de recuperar lo inconsciente perdido. La naturaleza ya no era hogar, sino meta; era vivida en oposición a lo consciente y lo hiperconsciente, a lo mecanizado. Solo con la doctrina de Rousseau del regreso a la naturaleza recibió el concepto de naturaleza su máxima acentuación. Hoy la naturaleza ya no es para nosotros existencia inconsciente sin más, sino existencia inconsciente en oposición a civilización consciente.
Preguntémonos: ¿hasta qué punto es la naturaleza para nosotros una fuente de elevación, instrucción y descanso?, y esto significa: ¿cómo puede lo que vivimos en oposición a la civilización consciente hacer que la existencia inconsciente obre en nosotros?
Infinitamente múltiple es nuestra alma, infinitamente múltiple es la naturaleza: por eso, los efectos de la naturaleza en nosotros definen un mundo que comprende desde lo puramente material hasta lo puramente espiritual. La naturaleza nos da todo, pero sus dondes más nobles están reservados a unos elegidos.
La existencia inconsciente es la madre de toda existencia en general: del inconsciente brota todo lo consciente. Y lo inconsciente es benigno como una madre, volvemos a él, y en él recuperamos la energía perdida, la que nuestro saber de todo, que supone un luchar por todo, nos había arrebatado.
En la naturaleza no hay división entre espíritu y fenómeno; cuando creemos en algo espiritual, lo encontramos en la naturaleza en forma sensible. De ahí que en la naturaleza siempre podamos interpretar lo sensible como símbolo.
Buscamos en la naturaleza nuestra esencia perdida, y en ella nos aliviamos: esto podemos descubrirlo ya en el cuerpo. Quien, tras horas de duro trabajo, va al bosque para descansar, o, aún mejor: quien va al bosque para trabajar intelectualmente, habrá notado que cuando respira aire puro sus pulmones se dilatan, que en el sosegado y muelle verde de los árboles el ojo atormentado encuentra descanso y sosiego, que sobre el suelo elástico el paso se hace elástico.
Y luego ocurre que espíritu y cuerpo, antes separados, vuelven a estar unidos durante horas, que misteriosamente el alma saca del cuerpo nuevas fuerzas, es más creadora y se desprende de todas las envolturas que la aprietan, quedando ella sola, que se ha encontrado a sí misma.
El descanso es un camino hacia sí mismo. El individuo inferior descansa cuando toma el camino de la animalidad, y el superior cuando toma el del espíritu. Pero la naturaleza es la gran patria de todos. Por eso pueden todos encontrar el camino hacia sí mismos en la naturaleza, descansar en ella.
—Pero todo descanso se limita al yo. No tiene ningún poder sobre el mundo con el que el yo tiene que bregar. Pero la naturaleza coopera en las tareas de captar, comprender y conformar el mundo de otra manera, y es instruyendo.
Podemos aprender de todo lo que se nos presenta como fenómeno: la posibilidad de nuestro conocimiento comprende el entero mundo fenoménico. Pero la conciencia que tenemos de las cosas ha falseado en muchas partes el verdadero ser de las mismas en la medida en que ha restringido y reducido la abundancia de objetos con la conciencia de los valores (la conciencia de los valores es solo un parte de la conciencia). Ello era necesario, pero es peligroso: necesario porque solo en el hombre puede lo inconsciente hallar forma; peligroso porque amenaza con hacer del hombre medida de todas las cosas, a las que acaba perdiendo el respeto. De este peligro escapa cuando en su aspiración al conocimiento regresa a la existencia inconsciente, a la naturaleza.
La naturaleza nos instruye en primer lugar con la abundancia de fenómenos que el hombre percibe. Esta abundacia lo penetra sin que pueda hallar en ella idea alguna de finalidad humana, y por eso se manifiesta en toda su pureza. Las experiencias en la naturaleza son incomparablemente más fundamentales y válidas que todas las que puedan hacerse en la sociedad, pues no vienen envueltas en las complicaciones de la conciencia. De todas las experiencias, las de la naturaleza son las menos falseadas, y por eso son las más próximas al conocimiento puro.
Pero los conocimientos que la naturaleza proporciona al hombre no se limitan al dominio de lo solo experimentable. Ya dentro de lo experimentable se manifiestan, en el mero curso de los procesos naturales, las leyes causales: cuando en el cielo abundan las nubes, llueve, y si la lluvia es templada, las plantas florecen; la conciencia humana que juzga estos hechos empíricos los trasciende cuando ha demostrado sus conexiones causales, hasta que sintéticamente llega al conocimiento de que en todos los aconteceres naturales hay una conexión causal, de que la naturaleza no es un caos, sino un cosmos.
Este conocimiento es decisivo en la formación de una concepción humana del mundo. Él muestra que incluso en lo inconsciente todo sucede con una finalidad y un sentido, absolutamente con una finalidad, no desde el punto de vista del hombre. En nuestros encadenamientos conscientes difícilmente podemos llegar a este conocimiento, aunque solemos suponerlo, porque las contradicciones del alma consciente nos hacen renunciar, cansados, al mismo. Pero la naturaleza puede enseñarnos una cosa: que todo lo que existe tiene su sentido.
—Descansando en ella, la naturaleza puede devolver el yo a sí mismo, e instruyéndose este en ella, presentarle el mundo como un cosmos, como un todo con sentido. Y hay algo más que ella puede hacer: puede elevar al hombre desde el aislamiento en el yo hasta la totalidad y su sentido, hasta lo cósmico; puede elevarlo.
La vivencia de la naturaleza proporciona al hombre ante todo otras ideas de lo grande y valioso que las que suele recibir en el dominio de lo consciente. Habituado a medir humanamente todas las cosas, se ve frente a un mundo que no puede medir de esa manera. El hombre, que en su vida individual debe sufrir constantemente la tragedia de su sujeción a lo finito, puede en la naturaleza experimentar la infinitud, lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño. La misma abundancia cósmica a la que debe sus experiencias más válidas lo conduce allende lo concebible, hacia lo inconcebible, y lo obliga a la veneración y el respeto. Y esta obligación es la más bella: solo al mezquino lo hace pequeño, mientras que el grande crece en su veneración hasta tocar lo inconcebible; él es, para decirlo con las palabras del poeta, solo una chispa del fuego sagrado, solo un murmullo de la voz sagrada.
Si la naturaleza careciese de todo sentido, tendría que aniquilar al yo. Pero el conocimiento demuestra que posee sentido. Y el hombre respetuoso de ella puede encontrar en la naturaleza el espíritu porque tiene que encontrar el sentido. El espíritu tiene en la naturaleza forma de ley, y así el hombre siente actuar en la conciencia la ley contra la que en su medio vital intenta de hora en hora rebelarse, y tiene el presentimiento de que esa gran ley prescribe al alma sus caminos lo mismo que a los astros. Entonces se sabe uno con los astros y con todas las cosas inconscientes en torno a él, las cuales están llenas de la ley del espíritu y pesan como frutos en el árbol: Dios.
Y hay algo más que lo eleva, un reencontrarse: él, que perdió el alma en la conciencia, se reencuentra en lo inconsciente. Lo irracional lo expulsó de su dominio: ahora lo ve en el árbol y lo oye en el arroyo. Debe aguzar ojos y oídos: pero entonces lo miran dulcemente con grandes ojos bondadosos todas las cosas escondidas que habían escapado a las finas mallas de su red conceptual. Por eso es la naturaleza querida por todas las gentes que buscan las cosas escondidas cual gitanos ladrones, por poetas y músicos y bribones, pero también por quienes luchan por las cosas últimas y más ocultas con el coraje que le infunden los pensamientos audaces: todos ellos amaron la naturaleza: Goethe y Hölderlin, Schubert y Mahler, Eichendorff, Nietzsche y Maupassant; todos estos hombres impares se perdieron para encontrarse, encontraron su alma y se elevaron hasta su patria.
—No se puede negar que en este perderse hay peligro; que hombres blandos y débiles puedan frecuentar la naturaleza no para perderse ni para encontrarse, sino para huir. Pero si no se encuentran, ¿es algo malo para ellos? No. La naturaleza es para ellos lo único que puede ser: el decorado de su pobre y pequeño yo, el fondo contra el cual representan sus escenas.
Mas para los que tienen coraje para vivir la naturaleza es en nuestra avanzada y cansada época la raíz última de todo vigor. En la vivencia de la naturaleza se opera la conformación del mundo en el yo: un mundo bien conformado forma parte de un yo bien conformado y emite destellos de lo divino. Pero conformar el mundo en el yo es el sentido de la vida. Solo con la conformación del mundo deviene el yo una personalidad.
Para alcanzar esta meta, la naturaleza nos da la fuerza ascensional necesaria. Estémosla agradecidos.
Pascua de 1921