En memoria de Heinz Krüger

Heinz Krüger, que perteneció a la plana mayor del «Frankfurter Rundschau», fue uno de los pocos alumnos con los cuales trabajar no solo era una alegría para el profesor universitario, sino que además justificaba todavía su profesión en medio de la crisis de la formación tradicional. Krüger provenía de la filología, se interesaba sobre todo por el análisis estilístico y le apasionaban las cuestiones relativas al sentido de las formas que la prosa podía adquirir. Con una energía asombrosa fue más allá de la formación especializada que previamente había recibido para, fascinado por el tema, adquirir los medios filosóficos.

Su tesis doctoral se internó en uno de esos territorios fronterizos en los que hoy, por todas partes, probablemente se escondan las cuestiones más fecundas: su tema era el aforismo como forma filosófica. Las bases materiales y metodológicas de su trabajo se las proporcionó a Krüger la filología alemana, pero el objeto del mismo era el aforismo, en el que —por razones que habría que someter a examen crítico— se ha visto un producto gratuito, irresponsable, folletinesco y oblicuo, solo tolerado con resistencias, como una forma filosófica singular y con derecho propio. Quería, en otras palabras, tratar del aforismo y sus cualidades específicas a partir del contenido de la filosofía expuesta en esta forma, particularmente la de Nietzsche. Krüger destaca el contraste del pensamiento abierto con el pensamiento cerrado, el «no saber» reflejado en sí mismo, el subrayar la excepción frente a la regla, la paradoja como el medio en que vive la verdad contraria a la convención, para evidenciar justamente la unidad interior de lo que para el juicio banal parece perderse indisciplinado en lo diverso. Este trabajo abría perspectivas sumamente originales y especialmente interesantes para diferenciar el fragmento romántico del verdadero aforismo.

Krüger planeó su tesis como trabajo preparatorio para una interpretación más ambiciosa del pensamiento aforístico. Este plan ha quedado absurdamente desbaratado. Pocas semanas después de doctorarse, Heinz Krüger murió de una enfermedad que desde hacía tiempo debió de consumirle sin que ni él ni nadie más lo hubiesen advertido. Quizás habría podido salvarse si cuando aparecieron los primeros síntomas hubiese buscado asistencia médica. En interés de su carrera, y para poder terminar sus estudios, no lo hizo. Ello ha hecho que los que en él confiábamos, y en los que él confiaba, nos sintamos como culpables. No habrían estado de más las palabras desconsoladas, la promesa de que nunca se le olvidará: como la fulgurante y pura fuerza intelectual que era, como hombre cuya madurez provenía de que no dejó que la vida adulta le arrebatara la ingenuidad, que lo sacara de aquel infantil hacerlo todo con las mejores intenciones, lo único que da a todo arranque intelectual su libertad productiva.

1956

Para una introducción a los Estudios sobre el aforismo como forma filosófica, de Heinz Krüger[3]

A la alegría del profesor por poder dirigir el primer trabajo de un alumno se suma el dolor por que ese trabajo haya sido el último. Heinz Krüger falleció pocas semanas después de doctorarse a causa una enfermedad que hacía tiempo le estaba consumiendo y que heroicamente se negó a revelar a nadie para poder concluir lo que había comenzado y rematar sus estudios. Había concebido estos «estudios sobre el aforismo como forma filosófica» como trabajo previo a una obra más ambiciosa. Su plan quedó absurdamente desbaratado.

Si una manera de manifestar el afecto a la persona desaparecida es referir algo de lo que había en su mente, probablemente deba exponer aquí ante todo la idea específica de su tesis. Esta no versa sobre el aforismo como fenómeno del lenguaje y género literario. Lo que lingüísticamente caracteriza al aforismo: concisión, agudeza, antítesis, brevedad, hace tiempo que se ha puesto de relieve. Pero Krüger quería demostrar que el aforismo mantiene una relación particular con los contenidos filosóficos; que el aforismo es, en su propias palabras, «una forma extraordinariamente rigurosa y autónoma del pensamiento que acompaña a las grandes ordenaciones de la fe y de la ciencia, por así decirlo, como una bufonería de la vida deformada que protesta contra su deformación en los sistemas de esas ordenaciones de la fe y de la ciencia, y siempre de manera a la vez insolente y cautelosa. Siendo un filosofar al lado de la filosofía en sentido estricto, el aforismo vive de aquella discrepancia que se pone de manifiesto en que nunca puede conseguirse que el ser y el pensar concuerden del todo».

En el texto de Krüger, al examen de la literatura existente sobre el aforismo sigue una panorámica de los tipos históricos del aforismo, desde los de Hipócrates, a cuyo nombre el término está ligado, y pasando por de los de Montaigne, Gracián, Pascal y los moralistas franceses, hasta el fragmento romántico. El pensamiento fragmentista y el propiamente aforístico consisten ambos en «pensar en trozos»; pero el fragmento romántico vive del acuerdo con el lenguaje, por medio del cual cree poder conjurar lo infinito en lo finito, mientras que en el aforismo la crítica se extiende al lenguaje mismo. El pensamiento fragmentador se propone curar, con los medios del lenguaje, de la no-verdad inherente al lenguaje. «La intención del aforismo es hacer al lenguaje transparente —casi podría decirse: ponerlo aparte— para percibir la verdad sin destruir el carácter mediato de lo hablado».

El trabajo desarrolla su concepto ejemplar del aforismo en Nietzsche. Como para presentarse y transmitirse, el aforismo depende necesariamente del lenguaje y su lógica, pero a la vez no respeta las categorías y los principios lógicos que se condensan en la gramática como cosas absolutas, hace un uso «paródico» del lenguaje y de la lógica. Que para Krüger es el modelo del pensamiento aforístico. El aforismo no emplea el lenguaje y los principios del saber como estos mismos suponen que hará: hace de ellos un uso impropio y, por tanto, extraño a ellos. Es el no saber desplegado, que supone la suma reflexión del saber. Adopta regularmente la forma de la excepción, en la cual la regla y la sistematización conceptual se frustran. La excepción funciona como correctivo: el aforismo «retira algo del horizonte de la conciencia», pone en cuestión la opinión ajustada y útil sobre lo fáctico. Quiere reparar algo de la deformación que el espíritu dominador hace sufrir a lo pensado. Tiene como objetivo la negación del pensamiento concluyente; no termina en juicio, sino que es la forma concreta en que se manifiesta el movimiento del concepto que se ha desembarazado del sistema.

El pensamiento aforístico siempre ha sido inconformista. Por eso ha caído en descrédito en las ciencias y en la filosofía oficial, y por eso ha sido difamado como gratuito, irresponsable y folletinesco. Y como a lo perseguido raras veces la persecución lo hace mejor, el pensamiento aforístico, apartado de la responsabilidad intelectual, siempre ha adoptado de múltiples maneras algunos de los rasgos apócrifos que se le reprochan. Al desplegar Krüger, en el sentido de una «salvación» filosófica, el sentido filosófico de la forma, no solo hace resaltar la resistencia al acuerdo con las formas tradicionales de la conciencia, sino que también alienta al pensamiento aforístico en su proceder y le muestra la que es su propia estricta norma.

El trabajo filosófico de este autor, cuya especialidad no era la filosofía, pero que, una vez captado por la filosofía, fue más allá de su especialidad y desarrolló una inteligencia filosófica producto de su propio pensamiento, fomenta el pensamiento abierto, no encadenado: fija el principio de todo lo que niega los principios. Ofrece algo más que una simple aportación científica: una muestra de libertad experimentada. No conviene olvidar esto, como tampoco al hombre que no dejó que el calor y la fuerza de esa experiencia sufrieran merma alguna.

1956