La luz de la antorcha me dio justo en la cara, y uno de los secuestradores se me quedó mirando con el ceño fruncido. Se había puesto la máscara tan deprisa que sólo le cubría la parte superior del rostro.

Entonces oí ruidos y gritos de sorpresa, y Alexander y los otros tres hombres aparecieron en cubierta.

—¿Cómo habéis llegado hasta aquí? —preguntó el de la antorcha—. ¿Cómo es que no estáis muertos?

—Hemos venido a por la sirena —respondió el doctor D.

Al ver que tenía la antorcha encima de mí, me puse de pie y le di un manotazo para tirarla al agua.

—¡No, Billy! —gritó el doctor D.

El enmascarado retiró la antorcha y yo me caí encima de Sheena.

—¡Devolvednos la sirena! —exigió nuestro tío.

—La sirena es nuestra —dijo el enmascarado—. Habéis hecho un largo viaje para nada. Y ahora mirad, tenéis un incendio a bordo.

Dicho esto, bajó la antorcha y prendió fuego a nuestro bote.