¿Dónde estaba Sheena? ¿Seguía detrás de mí? Miré hacia atrás y la vi a lo lejos, nadando hacia el barco. Pero me olvidé de ella al ver que la aleta se acercaba rápidamente. Agité los brazos en el agua intentando escapar, pero el tiburón me pasó de largo y dejé de chapotear. ¿Se iba a marchar? ¿Me dejaría en paz? Con el corazón en la boca me puse a nadar en dirección contraria, hacia el arrecife, pero sin apartar los ojos de la aleta.

Entonces el tiburón dio media vuelta para dirigirse hacia mí, trazando un gran arco.

—¡Aaah! —gemí aterrorizado al darme cuenta de que me estaba rodeando.

Ahora sí que no sabía en qué dirección ir. El tiburón estaba entre el barco y yo. Si pudiera dar la vuelta y subir al arrecife, a lo mejor me salvaba.

La enorme aleta se acercaba.

Eché a nadar hacia el coral, sabiendo que tenía que mantener la distancia. Pero de pronto surgió la aleta a mi lado, entre el arrecife y yo. El tiburón seguía trazando círculos, encerrándome cada vez más y nadando progresivamente más deprisa. Estaba atrapado.

No podía quedarme sin hacer nada. No podía quedarme allí, esperando a que el tiburón me devorase. Tenía que luchar. Me puse a nadar frenéticamente. Estaba tan aterrorizado que no podía pensar con claridad. Sólo dos palabras me martilleaban en la cabeza: «El tiburón. El tiburón.» Una y otra vez. «El tiburón. El tiburón.»

El tiburón nadaba ahora en torno a mí trazando un círculo muy pequeño y salpicándome con la cola.

«El tiburón. El tiburón.»

Me quedé mirándolo, totalmente horrorizado. Estaba tan cerca que lo veía perfectamente. Era muy grande: por lo menos mediría dos metros y medio. Tenía la cabeza enorme y espantosa, con forma de martillo, y un ojo en cada extremo. Oí mi propia voz temblorosa:

—No… no…

Y entonces algo frío me frotó la pierna.

«El tiburón. El tiburón.»

Me dio un brinco el corazón. Eché atrás la cabeza y solté un chillido de pánico.

—¡Aaaaaahh!

El dolor me atravesó todo el cuerpo. El tiburón me había golpeado con el morro. Salí disparado del agua y caí a la superficie con un golpe seco. Me quedé paralizado. El bicho tenía hambre y estaba decidido a pelear. Volvió a rodearme y luego se lanzó contra mí con las fauces abiertas, enseñando muchas hileras de dientes.

—¡NO! —chillé con voz ronca. Me puse a dar patadas y manotazos como un loco, con todas mis fuerzas. Sus afilados dientes me pasaron rozando la pierna.

El arrecife. Tenía que llegar al arrecife. Era mi única salvación.

Me sumergí para bucear hacia el coral. El tiburón se lanzó de nuevo contra mí. Cuando toqué el coral rojo el dolor me atravesó la mano, pero no me importó. El arrecife sobresalía del agua. Tenía que subirme a él, aunque me ardía todo el cuerpo.

Casi lo había conseguido. Pronto estaría a salvo.

Con un fuerte impulso me subí al arrecife… y caí de nuevo al agua.

Me golpeé el vientre contra el coral y al mismo tiempo sentí como una cuchillada en la pierna. Intenté apartarme pero no pude. ¡Estaba atrapado en las fauces del tiburón! Lancé un chillido de terror:

—El tiburón. El tiburón.

¡Me había atrapado!