¡Una sirena! ¿Hablaría en serio? Era increíble. ¿De verdad pretendía que mi tío encontrara una sirena auténtica? Sabía perfectamente lo que diría Sheena: «Esas cosas no existen.» Pero un adulto, un hombre que trabajaba para un zoo, estaba hablando de sirenas. ¡Seguro que existían!

Se me aceleró el corazón. ¡Iba a ser una de las primeras personas del mundo en ver una sirena! Pero entonces se me ocurrió algo todavía mejor: ¿Y si la encontraba yo? Me haría famoso. Hasta saldría en la tele. ¡William Deep, hijo, el famoso explorador marino! En fin, después de lo que había oído, no podía marcharme como si nada. Tenía que saber más.

Contuve la respiración y pegué el oído a la puerta.

—Señor Showalter, señora Wickman, compréndanlo, por favor —dijo el doctor D.—. Yo soy un científico, no un director de circo. Mi trabajo es muy serio y no puedo perder el tiempo buscando criaturas fantásticas.

—Le estamos hablando muy en serio, doctor Deep —afirmó la señora Wickman—. En estas aguas hay una sirena. Y usted es el único que puede encontrarla.

—¿Por qué creen que hay una sirena por aquí? —preguntó Alexander.

—La ha visto un pescador de una isla vecina —replicó el hombre del zoo—, y jura que es real. La vio cerca del arrecife, de este arrecife que hay junto a Ilandra.

¡El arrecife! ¡A lo mejor vivía en la laguna!

Me acerqué más a la puerta porque no quería perderme ni una palabra.

—Algunos de estos pescadores son muy supersticiosos, señor Showalter —dijo mi tío con tono de burla—. Hace años que se oyen historias, pero no hay ninguna prueba que me induzca a creerlas.

—Al principio tampoco nosotros dimos crédito al pescador —afirmó la mujer—. Pero luego preguntamos a otros pescadores de la zona, y todos dijeron que la habían visto. Yo creo que dicen la verdad. Todas sus descripciones coinciden hasta en el más mínimo detalle.

Oí que crujía la silla de mi tío, y me imaginé que se inclinaba para preguntar:

—¿Y cómo la describen, exactamente?

—Dicen que parece una muchacha —respondió el señor Showalter—, excepto por… —carraspeó—, por la cola de pez. Es pequeña y delicada, y tiene el pelo largo y rubio.

—También dicen que la cola es de un verde muy brillante —precisó la mujer—. Le parecerá increíble, doctor Deep, pero después de hablar con los pescadores tuvimos el convencimiento de que realmente vieron una sirena.

Hubo una pausa.

¿Me estaría perdiendo algo? Apreté la oreja contra la puerta y oí que mi tío preguntaba:

—¿Y por qué quieren capturar esa sirena?

—Es evidente. Una sirena sería una atracción espectacular en un zoo como el nuestro —contestó la mujer—. Vendría a verla gente de todo el mundo, y el Zoo Marina ganaría millones.

—Estamos dispuestos a pagarle bien por todas las molestias, doctor Deep —afirmó el señor Showalter—. Sé que se está quedando sin fondos. ¿Y si la universidad se niega a darle más dinero? Sería terrible que tuviera usted que interrumpir su importante trabajo.

—El Zoo Marina puede ofrecerle un millón de dólares —intervino la mujer—. Si encuentra la sirena, claro. Estoy segura de que su laboratorio podría funcionar mucho tiempo con esa suma.

¡Un millón de dólares! ¿Cómo podría el doctor D. decir que no a una cantidad así? Tenía el corazón a mil. Me pegué más a la puerta. ¿Cuál sería la respuesta de mi tío?