8

Trago un sándwich de jamón amargo con pepinillos y siento el cráneo herido con cada bocado. La chica pelirroja sujeta una bolsa de hielo sobre mi cabeza en una de las mesas de madera que hay junto a la ventana. El bar está vacío porque es festivo y no hay camioneros que busquen emborracharse ni policías que conspiren sobre si este es el lugar al que los actores de Hollywood acuden para practicar vudú mientras James Franco deja preñada a una de las empleadas.

Ella me promete que más tarde me sentiré mejor.

—Agh… —gimo cuando mueve su mano.

—No paras de moverte ¿duele?

—Está frío, muy frío.

Sus pequeños pechos rozan mi rostro cuando estira el brazo pero no siento nada porque estoy vacío, completamente estéril. En ocasiones me gustaría ser viejo y tener Viagra cuando se acerca una chica más joven que yo en el transporte urbano. No es la situación más adecuada para sufrir una erección pero es gracioso. Estando con Lluvia acostumbro a tener erecciones cuando habla, me acaricia o mira a los ojos y muerde su labio inferior. Resulta gracioso tener erecciones delante de ella cuando estamos en un restaurante o esperando al metro. En ocasiones, cojo su mano y la coloco sobre mi bulto y ella se ruboriza en público; otras, me fotografío el pene en plano picado con mi teléfono y envío la imagen por e-mail.

El té silba y la chica con el pelo de color naranja sonríe retirándose y vuelve con una jarra caliente mientras suena música de un estéreo que me recuerda a un joven barbudo tocando versiones de Bob Dylan y mordiendo alfalfa bajo un olmo.

—Vaya… —susurro sorprendido al ver el equipo musical.

—También tengo un lavavajillas, vaquero.

Me pregunto si conoce lo que es Facebook, Internet, qué opina de Zeitgeist o si ha leído a Dostoievski.

—¿Hace mucho que lo conoces? —pregunto refiriéndome a Rufus.

—Ya estaba aquí cuando llegué —contesta. Puede que esté mintiendo. No estoy seguro. No importa demasiado. Resulta complicado averiguar si una mujer está siendo o no sincera cuando no la conoces demasiado. Con los hombres, es distinto. No sabemos mentir. Nos destapamos solos. Sin embargo, estamos tan acostumbrados al engaño que el sexo opuesto es incapaz de aceptar la verdad, cuando el amor está por medio. Mentes emocionales, maleables como goma de mascar.

—¿Sabes si está enfermo? Ya sabes, lo de la cámara. Resulta vomitivo.

—No, no lo creo. Rufus es un buen tipo. Pasa mucho tiempo solo. Todos tenemos derecho a un pasatiempo.

—No sé. ¿Has hablado alguna vez con él?

—No. Qué importa eso.

—Por qué lo defiendes. —Pregunto molesto.

—Déjalo estar. No lo conoces. Tus preguntas me incomodan.

—¡Joder, me ha golpeado en la cabeza! —golpeo la mesa con mi puño. Se agita sorprendida y ordena minuciosamente las tazas y las cucharas en el plato. Sé que me oculta algo. Este lugar tiene un tufillo espeso a misterio y sudores fríos, de personas despedazadas en una nevera de bar. Sé que oculta algo más que llevar a James Franco corriendo por sus venas. Huelo su mentira, soy un Doberman con el hocico untado de mierda de pañal usado. La curiosidad me corroe y no puedo deshacerme del riesgo de llegar hasta el final.

—¿Qué estabas haciendo? —Pregunta relajada conociendo la respuesta.

—No importa ¿puedo fumar? —Digo enseñando el paquete y asiente con un gesto cogiéndome un pitillo.

—Te gusta nadar, Martín —pregunta al soltar una bocanada.

—Cómo sabes mi nombre —contesto agitado—. Da igual. Sí. Echo en falta un lugar donde relajarme.

Apoya la cabeza en mi hombro y acaricia la ventana cuando percibo una alianza dorada en su dedo anular. Guardo silencio, doy un mordisco al emparedado llenándome la boca de pepinillos y espero a que continúe.

—Conozco un embalse. Está al otro lado de la montaña. Quizá te siente bien.

—Insinúas que te lleve.

—No, explícitamente.

Desconozco la zona y me siento desbordado y culpable al sentir su cuerpo sobre mi tronco observando por lo que hay fuera. Soy infiel en un plano físico sin sexo.

Todo es tan desértico y siniestro que dudo si es real; que ellos aparezcan siquiera en un registro o que a estas alturas siga con vida.

—Está bien. Iremos en mi coche. Pasaré a recogerte cuando termines.

—No. Aquí no —dice pensativa—. Te espero en la puerta trasera. Espera a mi llamada.

—Mi teléfono no funciona.

—Conecta el de tu habitación.