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Mi culo está separado más de lo normal de la carretera mientras Penélope agarra el volante. De una cinta suena un disco de punk y ella grita y bota excitada diciendo solo ‹‹yeah-yeah-yeah›› como si tuviera un consolador encajado en el culo. Penélope gira la cabeza sin soltar las manos de un volante que parece de tractor y sonríe cuando me sorprende echando un vistazo en su escote. La tabla de surf de cartón golpea sobre el techo de la Volkswagen como si ya estuviera partida y aunque no superemos los sesenta kilómetros por hora, tengo la sensación de que todo se desmonta.

—¿Qué es esto? —pregunto señalando a la radio.

—The Rip Offs.

—No sé cómo te puede gustar algo así.

Pero ella ignora mis palabras y sigue brincando con la vista en la carretera. De algún modo ha convencido a Rufus para que la factura de mi hospedaje se reduzca a la mitad. A cambio, tengo que echarle una mano con la compra. Nos dirigimos a unos grandes almacenes de venta al por mayor que desconozco porque el repartidor ha tenido un accidente a última hora. Oigo el ruido metálico de un tubo de escape que golpea con intermitencia. La autopista está desierta y hasta el momento solo hemos encontrado un bar de carretera en venta.

—¿Has descansado? Estás callado.

—He dormido mal.

—¿Puedo preguntarte algo? —dice dubitativa. Una pregunta a la que temo como si alguien me apuntara con una pistola entre las cejas.

—No eres como los tipos que vienen aquí, ya sabes. No es un lugar de paso.

—No. Estoy seguro de ello.

—Puedes contármelo, Martín. Si quieres, claro —dice con una voz dulce que debilita y ablanda mi cuerpo.

Vacilo un instante en abrir la boca y busco un punto donde acomodarme sin éxito por culpa de sus palabras.

—Es una larga historia.

Penélope mira ofendida y baja el volumen de la radio.

—He escuchado cosas muy extrañas. Te sorprenderías.

—¿Por qué no empezamos por ti? Existe una gran desventaja entre nosotros.

—Pff, está bien —exclama—. Acabemos con esto. No hay demasiado que contar. Me crie en un pueblo entre montañas sin terminar la secundaria. Crecí viendo cómo mi padre zurraba a mi madre. Abusaba de ella cuando llegaba del trabajo borracho. Un día, ella se cansó y decidió esperarlo en la cocina con un rifle que él guardaba en el armario.

—Vaya. Lo siento.

—No necesito tu falsa compasión. Fue hace mucho. Era él o ella. No había elección. En ocasiones tienes que pagar un alto precio por una mala elección. Llegué de la escuela y lo encontré tirado en la cocina. El rifle estaba sobre la encimera, ella tenía una copa de vino en la mano. Sonrió y me dio un beso en la mejilla. Nunca lo olvidaré. Nos sentimos tan aliviadas. Apenas pude reconocer su rostro desfigurado. Después tuvimos que huir como Telma y Louise pero esconderte y que no te encuentren es temporal y solo ocurre en Hollywood, así que la trincaron y entonces yo ya era mayor de edad y ella fue a la cárcel donde murió de hepatitis. No la volví a ver. Me instalé aquí como algo temporal con un antiguo novio. Encontré un trabajo. Me abandonó. Así que abono mi deuda trabajando en el bar, el único lugar donde me siento protegida.

—Puedo dejarte efectivo.

—No todo en la vida se paga con dinero.