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Lluvia está en la ducha y yo estoy desnudo bajo las sábanas aunque es agosto y el aire acondicionado no sopla demasiado fuerte. Los momentos se han repetido en sucesión desde el principio, aunque esta vez ha sido todo más guarro y pasional. Follamos, después de cada orgasmo aparece la misma conversación. A ninguno nos resulta molesta aunque sí un tanto incómoda. No queremos llamarlo por su nombre porque hablar sobre hacia dónde nos lleva todo, traslada nuestros cuerpos, uno frente al otro, separados por un despeñadero de rocas afiladas que caen en un turbio arroyo. Las palabras logran separar tanto que borro esa idea de la cabeza ahogando mi cara en la almohada. Me apetece fumar un cigarrillo. Al mirar por la ventana observo un complejo de habitaciones y una piscina enorme de color azul cielo y entonces me pregunto por qué en este hotel no hay piscina. Llevamos cuatro horas haciendo el amor en esta habitación y mis tripas se golpean entre ellas. La papelera metálica del baño está llena de condones usados. Cuando Lluvia sale desnuda, comienza a besarme. Agarrándome del rabo, comienza a chupármela de tal modo que no puedo evitar follármela de nuevo.

—Son las cinco ya. Deberíamos comer algo —dice con la cabeza sobre mí.

—Tengo ganas de fumar. Y de follarte de nuevo, aunque creo que no estoy preparado —contesto.

Enciendo el ordenador portátil de color blanco que hay junto al teléfono y pongo un disco de Death Cab for Cutie mientras observamos tumbados una televisión apagada.