29. Epílogo
Ruslan y sus hombres se reunieron con Radomir. Ambos regresaron junto al rey, quien decidió nombrar a Radomir gobernador de la región en su nombre, con un poder similar al de Volován, y le dio potestad militar para poner fin a los conflictos con los varik.
Mordvin murió durante el otoño, víctima de una conspiración dentro de su propio clan. Vladi aprovechó la oportunidad para cancelar sus compromisos con él y con su tribu y desalojó a los obreros varik de los valles auríferos, enrolándolos en su ejército. Con esta muerte, se ponía fin al largo conflicto entre los varik y el señor de Dalvai.
Volován no sobrevivió mucho tiempo a su enemigo. Al año siguiente moriría de un accidente en una partida de caza. Radomir pasó a ser el único señor de Dalvai.
Ruslan regresó al ejército. Quería continuar su carrera militar y, ahora que su hermana estaba bien establecida en Dalvai, decidió que se iría a vivir a los páramos, con Elsa, junto a la familia de Anatoli.
Por su parte, Yvanka continuó siendo una dueña competente y respetada. Con el tiempo, tal como pronosticara su hermano, las gentes del lugar y de la hacienda llegaron a quererla, pese a su temperamento fogoso y su proverbial severidad.
Yvanka recibió atónita la singular comitiva que le enviaba su hermano desde su aldea. Fueron los niños quienes la avisaron. Ella estaba en el patio, con las mujeres, hilando y cardando lana, cuando los pequeños acudieron a ella, chillando como una bandada de gorriones.
—¡Yvanka! ¡Guerreros! ¡Guerreros de Ruslan! ¡Traen gente con ellos!
Yvanka salió corriendo, alarmada, mientras se sacudía los copos de lana de la falda. Tomó su vara de fresno, de la que nunca se apartaba, y salió a la amplia explanada que se abría frente a la mansión. Entonces se detuvo en seco.
Los soldados la saludaron con corteses reverencias y le señalaron a las prisioneras, que arrastraban tras de ellos. Eran tres mujeres de aspecto andrajoso y lamentable.
—Señora —dijo uno de ellos—, Venimos de parte de vuestro hermano, el capitán Ruslan. Nos ha encomendado traeros a estas tres cautivas. Dice que son vuestras esclavas y que os las envía desde la aldea que os vio nacer...
Yvanka respiró hondo al reconocerlas y se acercó a ellas. Ogrifina lloriqueaba e intentó suplicar algo, con voz lastimera. Sus primas la observaban, agazapadas, entre atemorizadas y rencorosas. Apenas podían reconocer a la pequeña huérfana harapienta en aquella altiva y pulcra doncella. Yvanka las miró con rostro inexpresivo y ojos de hielo, y sintió un profundo desdén.
Se volvió de espaldas a ellas y se dirigió a los guerreros.
—Lleváoslas —dijo, con voz dura—. Devolved a las dos mayores a la aldea. Los miembros de mi familia han sido siempre hombres y mujeres libres. Y así seguirá siendo. En cuanto a la más joven, la que llora tanto, podéis venderla como esclava. Es una inútil. Traedme el dinero que os den por ella.
Yvanka no dijo más. Caminó airosamente hacia la casa y desapareció en su interior, sin volverse para mirar a sus primas y a la infeliz Ogrifina.
Al año siguiente, cuando el verano agostaba los campos y el aliento del otoño comenzaba a sentirse en las madrugadas cristalinas, Ruslan volvió a casa de Radomir para visitar a su hermana. Hacía más de un año que no la veía. Esta vez lo acompañaba Ladislav.
Yvanka abrazó a su hermano y luego miró a su acompañante durante unos segundos.
—Es Ladislav —comentó Ruslan, divertido ante la expresión de ambos—. ¿No lo conoces?
Ladislav, en efecto, había cambiado. Yvanka aún lo recordaba como un adolescente. Había crecido, sus hombros se habían ensanchado y comenzaba a dejarse una fina barba castaña. Por su parte, el joven Ladislav miraba embobado a Yvanka. Tampoco él podía reconocer a la pequeña guerrera en aquella joven mujer, esbelta y ataviada con un largo vestido de lana ligera. Yvanka era muy sobria en su atuendo y aderezo, pero sus túnicas lisas dejaban translucir sus gráciles formas femeninas. Gustaba de llevar el cabello suelto y Ladislav admiró, una vez más, el color llameante de aquellos bucles.
—Hola, Ladi —dijo ella, por fin. Y le tendió las manos.
Ladislav se las besó, caballerosamente, mientras enrojecía como un quinceañero.
Yvanka los acogió con calor y les preparó amplios y confortables lechos. Pero se mostró reservada e incluso arisca con Ladislav. Ruslan veía cómo éste la seguía con la mirada a todas partes, hechizado, y ella se complacía en desdeñarlo.
Una tarde, Ruslan invitó a pasear a su hermana y caminaron hacia los pastos del monte. Se dirigieron hacia aquella pradera recóndita y aterciopelada, junto al arroyuelo. Ambos recordaron con dulce nostalgia a su mejor amigo, muerto. Y hablaron de muchas cosas.
—¿Sabes que a Ladi le gustas mucho? —preguntó Ruslan, por fin.
Había intentado sacar el tema en varias ocasiones, con comentarios indirectos. Pero la suspicaz Yvanka siempre lo esquivaba. Era demasiado inteligente y ambos se conocían.
Ella lo miró, sonriendo burlona.
—¡Claro que lo sé! ¿Crees que no me he dado cuenta? No soy estúpida, Rus.
—Bueno..., y a ti ¿qué te parece?
Yvanka soltó una alegre carcajada.
—No me gusta. Así que lo tiene claro.
—Pero, ¿por qué? Todas las mujeres que lo conocen se pelean por sus favores. Es cortés, apuesto, caballeroso... ¡Otras te envidiarían!
—Precisamente por eso —replicó ella, con desenfado—. Es tan pulido, tan educado, tan relamido... ¡No me gusta, y lo siento! Si quieres, puedes decírselo tú mismo, sin ofenderlo. A pesar de todo, me cae bien y es tu amigo. Yo no deseo herirlo.
Ruslan suspiró. ¿Qué hombre sería capaz de conmover el corazón de Yvanka?
—Ahora te toca a ti —dijo ella, maliciosa. Se reclinó en la hierba, junto a él, arrancó una espiga y la mordió—. ¿Cómo es ella?
—Ella..., ¿quién?
—¡No te hagas el tonto! Ella, tu esposa... o mi cuñada, como prefieras. Elsa, la hermana de Anatoli. ¿Quién va a ser?
—Pues... no lo sé. Podría ser la princesa.
—Ah, ¿también la has conocido? ¿Has hablado con ella? ¡Vaya, Rus! ¡Cada vez me cuentas menos cosas! Cuando pienso que entre nosotros no había secretos...
Ruslan la miró. Estaba jugando con él, picarona. Sonrió y se recostó a su lado.
—¿Quieres que te explique cómo es Elsa?
—Sí. Nunca me has hablado de ella.
—¿De veras quieres saberlo? ¿No te vas a enojar ni saltarás, furiosa como una loba?
Yvanka movió la cabeza con cierta tristeza.
—No, no lo haré... Te lo prometo.
—Elsa es... Es dulce y amable, y muy alegre. Es rubia, como su hermano. De hecho, se parecen mucho.
—Es bonita, ¿verdad?
—Sí, mucho...
—¿Más que yo?
—Oh, Yvanka. No comiences. Tú también eres muy Bella. Pero sois diferentes. Eso es todo.
—Ya. ¿Y la princesa? ¿Cómo es?
Ruslan se ruborizó, muy a su pesar. Yvanka lo observaba escrutadora y no dejó de percibir su sonrojo.
—Pues... La princesa también es muy diferente. ¿Quieres saber cómo es físicamente o te interesa más su carácter?
Yvanka se incorporó.
—¿Por qué dices eso?
Ruslan también se irguió.
—En fin. He estado pensando que, para una mujer inteligente como tú, que no repara sólo en el aspecto físico, poco importa cómo son las personas por fuera, ¿verdad?
—¿Lo dices porque no me gusta Ladislav?
Él rió y le acarició la mejilla.
—No, no lo digo sólo por eso..., sino porque te conozco. Pero, hablando seriamente, Yvanka. ¿No podrías reflexionar más sobre ello? ¿Estás segura de que no quieres a Ladislav? Sería un esposo excelente para ti. Y te aseguro que te amaría con toda su pasión.
Yvanka movió la cabeza con firmeza.
—No —dijo, tajante—. Ladislav nunca será mi marido.
Ruslan y un decepcionado Ladislav abandonaron la hacienda de Radomir una mañana otoñal y dorada. El viento comenzaba a desprender las hojas de los árboles, que caían arremolinadas, como nubes de mariposas amarillas. Ruslan abrazó a su hermana.
—Que los dioses te acompañen —dijo ella, besándole en la frente.
Él la miró, con inmensa ternura y admiración. Durante unos instantes, vio a la chiquilla pelirroja y dorada, el duende travieso que correteaba por el bosque y buscaba nidos y violetas... Vio a la pequeña a quien había intentado proteger tantas veces de los golpes y de la brutalidad de sus amos, de la dureza de la vida en la tropa. Vio a la joven guerrera de cuerpo leve y gesto Audaz. Y recordó la promesa que se había hecho a sí mismo una y otra vez. No descansaría hasta ver a Yvanka convertirse en mujer.
Y allí estaba, ante él. La pequeña huérfana, la hija de la sangre y de la guerra, florecía alta y hermosa como el renuevo de un joven y robusto abedul. Sin apenas percatarse, él se había hecho hombre. Y una savia misteriosa y rica, un torrente de energía honda y desconocida, había transformado a su hermana en una Bella mujer. Ruslan podía percibir la fuerza de aquel manantial oculto, fluyendo entre los dos. La estrechó entre sus brazos por última vez.
—Cuídate y cuida de esta tierra, Yvanka. Ahora tú eres la señora de Dalvai.
Volviendo grupa, se reunió con Ladislav y ambos se alejaron al galope, dejando atrás el valle.