EPÍLOGO

UN LUGAR DESCONOCIDO, NOVIEMBRE DE 1884

La misma habitación apartada del mundo, que no tenía puerta ni ventanas. Las mismas personas, sentadas una frente a la otra.

—El informe —exigió una de ellas, que se había quitado la chistera y se apoyaba en un bastón de madera con un puño dorado en forma de cabeza de dragón.

—A pesar de haber tenido que salir precipitadamente —informó la otra—, podemos estimar que la misión de Grecia ha sido un éxito. Si bien el enemigo ha logrado destruir la fuente de la vida con ayuda de un traidor, hemos conseguido hacernos con una cantidad suficiente de elixir.

—¿Qué fue del traidor?

—Fue apresado y sometido. El médico que usted me recomendó demostró ser un maestro en el elevado arte de la tortura; sin embargo, no nos dijo nada.

—Entonces, ¿el codicubus sigue desaparecido?

—Sí, Maestro.

—¿Y el médico está muerto?

—Desgraciadamente. No dudo de que todavía nos habría sido útil durante un tiempo.

—Primero Laydon y ahora Cranston. Nuestras bajas en médicos son alarmantes…

—… y hay que atribuirlo sobre todo a una mujer concreta. Ya sabe de quién le hablo.

—Kincaid. —Las manos del hombre toquetearon inquietas el puño del bastón—. ¿Y puede usted asegurar que ya no supone ningún peligro para nosotros?

—Absolutamente. En todo este tiempo no ha descubierto ni por asomo nuestros objetivos. De hecho, creía que este asunto solo iba con ella y, por lo tanto, se culpará de todo lo ocurrido. Puede que Sarah Kincaid siga con vida, pero está destrozada. Le he arrebatado todo lo que significaba algo para ella y sé de qué hablo, créame.

—Como usted diga. ¿Y Tammuz?

—Está en nuestro poder, tal como habíamos planeado. Y no recuerda nada anterior a estas tres semanas. En cierto sentido, es como un niño, ingenuo y lleno de preguntas, una hoja en blanco.

—Pues escríbala en nuestro provecho…

—Lo haré.

—… y no olvide el objetivo que tenía desde el principio este secuestro.

—No se preocupe —replicó la mujer, acariciándose el regazo con su mano blanca y llena de anillos—. No lo he olvidado.

—Tammuz tiene que darnos una heredera, y cuanto antes. Ese es nuestro único objetivo, n’est ce pas…?