AGRADECIMIENTOS
La tercera etapa del arriesgado viaje de Sarah Kincaid es sin duda la más sombría. En ella, nuestra heroína se enfrenta a las preguntas más elementales de la existencia humana y ya no se encuentra en la cuerda floja entre mitología e historia, sino en las profundidades de los infiernos, y, esto, en más de un sentido. Como autor, he tenido que acompañar forzosamente a Sarah en su peligrosa expedición, y una vez más me he alegrado de poder contar con algunas personas que me han sido de gran ayuda y a las que quiero mencionar en este apartado.
En primer lugar, doy las gracias a mi familia —a mi maravillosa esposa, Christine, y a mi hija, Holly— por hacer que todo esto fuera posible, y a mis padres por sus palabras de ánimo; a mis amigos, que nunca se cansan de oír mis disparatadas ideas, y, por supuesto, a todos los que han participado, directa o indirectamente, en la creación y en la publicación de esta novela: a mi editor, Stefan Bauer, con el que siempre es un privilegio y una alegría trabajar; y a mi agente literario, Peter Molden, que siempre tiene tiempo para mí, trabaja incansablemente y me ha aportado muchas cosas.
Evidentemente, también quiero dar las gracias a mis lectores: tanto a aquellos que se han dirigido a mí durante las lecturas, por correo o por e-mail, y me han comentado cuánto aprecian las aventuras de Sarah, como a aquellos que prefieren disfrutar de un libro en silencio y recluirse en mundos que solo permite crear la imaginación; transmitirlos es la parte más hermosa de mi extraña y extraordinaria profesión, que a veces consume todas mis energías, pero es siempre maravillosa.
También contribuye a ello que los personajes que inventas algún día empiezan a tener vida propia. Es el caso de Sarah, que, mientras escribo estas líneas, ya me apremia para que añada a sus aventuras y a su gran viaje una última etapa que responda a todas las preguntas y descubra no solo el secreto de su origen, sino también los misterios de la siniestra conjura victoriana… ¿Y quién soy yo para negarle ese favor a una auténtica lady…?
MICHAEL PEINKOFER,
Febrero de 2009