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Tras montar a Adif a lomos de Incitatus, lo auscultó con aprensión.
-¿Estáis bien, maestro?
El cabalista ni siquiera tenía fuerzas para hablar.
-Está más muerto que vivo. A saber qué ha hecho con él ese hijoputa de Mamerto –dijo Gonzalo, resollando aún por el esfuerzo.
Mientras cabalgaban Rodrigo se las compuso para dar un poco de agua al anciano; al bebérsela dio muestras de recobrarse ligeramente.
-¿Mi hija? –balbució, desfallecido.
-Se encuentra a salvo. No temáis por ella.
No podía creerse que el inquisidor hubiese infligido tan crueles castigos a ese pobre hombre; ¡estaba hecho un guiñapo! Estrechó contra el pecho su cuerpo macilento. Por primera vez sentía el profundo valor de ese hombre menudo y humilde capaz de soportar los mayores tormentos con tal de no traicionar a su causa.