21

Kincaid la vio cuando doblaba la esquina de Carlingford Road. Estaba sentada en el escalón de entrada, con los codos en las rodillas y la mejilla en las manos. La calle estaba en sombras y el aire perdía rápidamente la calidez del día. El proceso de inculpar a Felicity Howarth en el asesinato de Jasmine Dent le había hecho perder casi toda la tarde, así como las fuerzas que le quedaban.

Cuando aparcó y fue a sentarse al lado de Gemma, ella dijo:

—He pensado que a lo mejor querías compañía.

—El sargento de guardia me dijo que habías llamado.

Aunque se había apartado para dejarle sitio en el estrecho peldaño, los hombros y los muslos se tocaban, y a él le sorprendió la calidez que generaba una zona de contacto tan reducida.

—Vas a tener que contármelo. ¿Ha sido muy terrible?

Él se apoyó contra el quicio de la puerta y cerró los ojos por un momento, luego se frotó la cara con las manos.

—Desde el principio pensé que Jasmine confiaba en la persona que le dio la morfina, y Felicity era la más evidente, pero no se me ocurría por qué. Ahora creo que hubiese sido más feliz sin saberlo. —Le refirió la historia tal como la había reconstruido—. La esquizofrenia es una enfermedad degenerativa. Timmy Franklin debía de parecer casi normal hasta que algo provocó un episodio de violencia. Jasmine no lo sabía. Me imagino que zarandeó al niño para que dejara de llorar.

—¿Y Jasmine lo amaba lo suficiente para protegerlo?

Kincaid restregó una mancha en la rodilla del tejano.

—En parte, sí; en parte, por sentimiento de culpa. Creo que sufrió toda su vida por ese momento de negligencia.

Gemma lo miró de reojo y le dijo, despacio:

—Felicity Howarth y su hijo, también.

—Sí. —La miró con más atención mientras tomaba conciencia de lo que sólo había intuido vagamente. La tensión de las semanas pasadas había desaparecido de sus hombros, así como las arruguitas de la frente, y las manos estaban relajadas en su regazo—. ¿Qué ha pasado, Gemma? No es sólo el caso, ¿verdad? Has tomado alguna decisión.

Ella sonrió.

—El gran detective despliega su asombrosa capacidad de deducción. Esta mañana he llamado a una agencia inmobiliaria: vendo la casa. Hay unos pisos bonitos en Wanstead, cerca del Common, que nos irían bien a Toby y a mí. Creía que mantener la casa era un modo de seguir vinculada a Rob: era su idea sobre lo que debería hacer una familia, lo que debería ser. Tal vez si hubiera sido capaz de ver otras alternativas, no se habría asustado tanto.

—¿Y Toby?

—Estaremos lo bastante cerca de mi madre para pedirle un poco más de ayuda, pero sólo un poco, ¿eh? —Riendo, lo miró y él sintió una serenidad inexplicable, como si las vidas de Jasmine y Felicity ya no pesaran sobre la suya propia.

—Te prometí un paseo por el parque.

—Es verdad.

Se levantó y comenzó a andar por la acera; él la siguió.

* * *

Kincaid aferraba con una mano el gato que se retorcía contra su pecho; y con la otra, abrió la puerta de su piso. En cuanto maniobró para entrar, lo soltó y Sid saltó al suelo, dejando dos ensangrentadas líneas paralelas en el dorso de la mano.

—¡Qué agradecido eres! —dijo Kincaid mientras se chupaba la mano—. Los dos vamos a tardar un poco en acostumbrarnos, colega.

Sid desapareció bajo la cama, a excepción de la punta de la cola, y Kincaid dejó que se tomara el tiempo necesario para adaptarse. Había subido las cosas del gato cuando Gemma se hubo marchado, y había recogido el piso de Jasmine con una sensación de conclusión.

No obstante, faltaba una cosa. No había creído necesario incluir el cuaderno azul como prueba, pues Felicity lo había confesado todo. Ahora lo recogió del coche y lo puso encima de la mesa baja, corrió los estores y se sirvió algo de beber.

—Glendfiddich, Sid. Reservado para las ocasiones especiales.

Se sentó y notó cómo el whisky le calentaba el estómago vacío mientras observaba el gato salir e iniciar una delicada exploración.

Dejó el vaso a un lado, cogió el cuaderno y hojeó con cuidado las páginas llenas de aquella nítida letra tan familiar. La última entrada tenía la fecha de la muerte de Jasmine.

Me doy cuenta de que hoy no ha sido un día tan malo, ni tampoco ayer, ni anteayer. Si hubiera vivido cada momento de mi vida con el mismo grado de conciencia e intensidad como las últimas semanas, habría sido inconmensurablemente rica.

Así las cosas, parece que me han bendecido con este sentido especial de que el tiempo se ralentiza y se abre, permitiendo experiencia y reflexión al mismo tiempo. Un capricho de la física, una alteración en la conciencia... Tenga el origen que tenga, es un don que no puedo rechazar.

De la misma autora

en esta colección:

Vacaciones trágicas