Capítulo 28
MADRID,
20 de marzo de 1940
Todos mostraron sorpresa cuando vieron
llegar a Juan y a Carmen cogidos de la mano, la misma sorpresa que
tuvo Manu cuando estos no esperaron ni un minuto para contarles la
buena nueva. No querían esconder su amor, no lo sentían necesario.
No sabía lo que ocurriría en Sevilla, qué sería de ellos a partir
de ese viaje, por lo que optaron por vivir cada segundo como si
fuera el último.
Manu se alegró sobremanera acerca de la
noticia. Juan era como su hermano y tenía que alegrarse a la fuerza
por él, Carmen era todo lo que necesitaba para poder ser feliz,
ahora con más fuerza que nunca deseaba que todo saliera bien,
merecían una vida juntos y sería una lástima que se viera
interrumpida por una mala realización de la misión que iban a
acometer.
Además eso le daba una nueva visión acerca
de la pena que sentía por la muerte de Rafael, si Juan había podido
dejar atrás todo su pesar y abrir de nuevo su alma, él casi con
toda seguridad también podría hacerlo. Con el tiempo.
A pesar de la evidente cara de sorpresa que
mostraron todos cuando vieron llegar a los dos jóvenes en esa
actitud al punto de reunión, ninguno dijo una palabra. En realidad
no los conocían tanto como para haber establecido un vínculo que
les permitiera opinar acerca de esa relación que al parecer habían
decidido empezar. Ellos sabrían lo que se hacían, eran libres para
hacer lo que les diera la real gana.
—Bien, ya estamos todos —Paco fue el primero
en hablar—, nos repartiremos en estas dos camionetas —señaló con su
dedo dos vehículos algo destartalados de color azul—. Como veis, en
cabina solo pueden ir dos personas, una de ellas seremos cada
conductor, Antonio y yo, otra plaza está reservada para Anselmo,
creo que es evidente y la otra la decidís vosotros. Sed un poco
caballeros y que sea una mujer la que la ocupe. Ya decidís cual. El
resto viajará en la parte trasera, es descubierta, no he podido
encontrar otra cosa, lo siento mucho pero pasaréis algo de frío,
hay algunas mantas ahí. Abrigaos bien.
Todos se miraron, la decisión de quién iba
dentro de la cabina estaba entre las tres féminas que componían el
grupo.
—Yo me ofrezco para ir detrás —Carmen fue la
primera en pronunciarse, no le importaba el frío, lo único que
quería era poder viajar al lado de Juan todo el tiempo.
—María está algo resfriada, si viaja detrás
puede empeorar y eso no es nada bueno, yo también me ofrezco a ir
detrás —dijo una Rocío que parecía que no quería ser menos que la
bella Carmen.
—Está bien, decidido. María viajará en
cabina, junto a Antonio—comentó Paco—. En mi camioneta viajaremos
Anselmo, su sobrina, Juan, Manu y Javier. En la otra viajarán
Antonio, María, Rocío, Pedro y Manuel. Aparte de que esto no
adquiere una gran velocidad, iremos a un ritmo no demasiado rápido,
hay que intentar no levantar sospecha. Si nos paran, ya sabéis,
somos comerciantes de telas que vamos a hacer negocios en Sevilla,
las telas están cargadas y repartidas en las camionetas. Espero a
ninguno se le haya ocurrido portar encima algún tipo de arma, si
pensáis en un asalto de bandoleros sabed que utilizaremos rutas
seguras. Por si acaso guardo un arma escondida en un sitio que no
os diré, por vuestra propia seguridad. He conseguido hablar con
Romero López, ya nos espera en Sevilla, al igual que el resto de
integrantes de esta misión, ya no hay marcha atrás, la cuenta atrás
ha comenzado. ¿Está todo claro?
—Clarísimo —contestó Javier.
—Meridiano —añadió Manu.
—Cristalino —dijo María.
El resto asintió.
—Venga, manos a la obra, cada uno a su
camioneta, haremos un par de paradas durante el trayecto. Son
muchas horas y tendremos que estirar las piernas un poco de vez en
cuando.
Todos obedecieron al instante, los que
portaban algo de equipaje, por poco que fuera, lo fueron cargando
en la parte trasera de la camioneta. Poco a poco fueron subiendo
los integrantes del grupo. Los hombres ayudaban a las damas a
subir, para luego hacerlo ellos.
Paco y Antonio prendieron los motores y
esperaron a que se calentaran un poco, el frío y lo desaliñado de
los vehículos hacía que les costara un poco estar a punto. Una vez
lo consideraron miraron por ambos retrovisores y decidieron que era
la hora de partir.
Todos y cada uno de ellos sabía que de una
forma u otra, nada volvería a ser lo mismo.
De hecho no lo fue.
Sevilla cambió la vida de todos para
siempre.