Capítulo 44
SEVILLA,
21 de marzo de 1940
El cabo de la guardia civil Fernando Galán
acababa de tomar posición para vigilar la entrada del cabaret,
tenía una extraña sensación en el estómago que no tuvo la noche
anterior, no sabía por qué pero estaba casi convencido de que
aquella noche pasaría algo importante.
No se equivocó.
Apenas llevaba cinco minutos de guardia
cuando lo vio, nunca había tenido la oportunidad de verlo en
persona, pero la foto mostraba ese mismo rostro que ahora
contemplaban sus ojos.
Era Romero
Chico.
Ahí estaba, el hombre que seguro estaba
preparando algo desagradable en tan bonita ciudad, el hombre que
luchaba contra lo que tanto amaba Fernando, el hombre que cuando lo
detuviera le traería la gloria eterna.
Algo nervioso corrió hacia el teléfono.
Sabía que Ros todavía estaría en el despacho a pesar de la hora que
era, eran fechas complicadas por todo lo que rodea a la Semana
Santa y su jefe tenía que coordinarlo todo para que nada se saliera
de lo normal.
Marcó el número.
—¡Arriba España! Dígame —contestó Ros con
voz solemne.
—¡Arriba España! Mi señor, soy el cabo
Galán, tengo noticias para usted. Ha entrado al cabaret.
Ros se removió al escuchar las palabras del
cabo.
—Bien, cabo, este es el momento que
esperábamos, aplaudo su intuición. Le mandaré efectivos suficientes
para que pueda llevar a cabo su empresa.
—Gracias, señor, cumplir...
No pudo acabar la frase, de pronto uno de
los guardias de paisano que tenía dentro del cabaret irrumpió en su
estancia.
—Un momento, señor —comunicó a Ros—, ha
entrado uno de mis hombres, veré que quiere y le comunico.
—Proceda.
—¿Qué quiere? —dijo tapando el
auricular.
—Señor, han entrado los cuatro legionarios
también al cabaret.
Fernando dio un salto sin darse cuenta, no
podía creer la suerte que estaba teniendo.
—¿Está seguro?
—Completamente, señor. Cumplen a la
perfección la descripción que tenemos, además, van vestidos con los
trajes de la legión.
Menudos imbéciles.
Pensó.
—Está bien, tomen posiciones de una forma
sutil para tenerlos controlados. Estoy al teléfono con el
secretario, enseguida me persono allí mismo para proceder.
—¡A sus órdenes!
El guardia abandonó la estancia.
—Señor, ¿sigue ahí?
—Sí.
—Están todos dentro.
—Bien —Ros no pudo reprimir una sonrisa ante
la increíble suerte que estaban teniendo—, en ese caso lo prepararé
a conciencia. Le mando efectivos como le he dicho, confío
plenamente en usted, y recuerde, los quiero vivos.
—¡A sus órdenes, mi señor!
—¡Arriba España, coño! —dijo como
despedida.
—¡Arriba España! —respondió orgulloso.
Colgó y esperó con paciencia a que llegaran
los efectivos prometidos, esa noche su gloria alcanzaría cotas
inimaginables.
Pasaron quince minutos hasta que llegó lo
que Ros había dispuesto para el operativo. Doce guardias vestidos
todos de paisano para no levantar sospecha en los alrededores y que
nadie, de alguna manera pudiera dar un chivatazo a las presas que
aguardaban en el interior del cabaret. Dentro del mismo, otros
cinco guardias también esperaban órdenes del cabo.
Este colocó a la docena de efectivos en
posiciones estratégicas para que estuvieran preparados ante
cualquier intento de fuga de los terroristas.
—A la más mínima disparad, pero no a matar,
Ros los quiere vivos.
Todos asintieron. La tensión comenzaba a ser
evidente en sus rostros.
Fernando decidió entrar, como si de
cualquier cliente se tratara, no quería que ningún ojo masculino se
fijara en él, los femeninos no los podría evitar, era un hombre
bien parecido.
Mira a su alrededor, todo el mundo parecía
concentrado en beber y en observar el espectáculo que brindaban
unas señoritas que bailaban algo ligeras de ropa. Todo un
escándalo, pero no había venido a asquearse. Localizó a uno de sus
hombres, se estaba dejando agasajar por una de las meretrices para
pasar desapercibido. Eso sí, sin quitar ojo de su objetivo, que por
el gesto que hizo con la cabeza hacia Galán, parecía estar en uno
de los palcos.
Habrían pagado mucho por él. A saber de
dónde habrían sacado el dinero para eso.
Un gesto con su cuello le indicó que le
siguiera. No tardó en localizar a otro hombre más, sentado dos
mesas más al fondo, también le indicó que lo siguiera. Hizo lo
propio en tres ocasiones más, hasta que reunió a la totalidad de
sus hombres a medida que se iba a acercando hasta su
objetivo.
Los visualizó sentados de espaldas a él, más
preocupado por la bebida y las furcias que a su lado no paraban de
restregarse contra ellos que de lo que se les venía encima.
Sigilosamente y a espalda de los cinco
terroristas, rodearon la mesa, hasta que un nuevo gesto de Galán
indicaba que iba a proceder.
Todos sacaron la pistola, por si
acaso.
Fernando Galán respiró, consciente de lo que
venía a continuación, era el todo o la nada, tenía claro que esa
operación iba a marcar un antes y un después dentro de su propia
vida.
Estaba en lo cierto.