Capítulo 15
MADRID,
18 de marzo de 1940
Casi de forma automática, todos los allí
presentes miraron a Juan, que no sabía muy bien dónde meterse en
aquellos momentos. ¿Qué hacía ahí?
—¿Podrías ser tan amable de decirme qué
cojones haces aquí?, ¿acaso ayer no te quedó clara la parte de «no
quiero volver a veros por aquí»? —Paco fue el primero en hablar,
remató la frase final con un gesto de comillas con sus dedos.
Carmen, decidida dio un paso al frente y
pasó al interior de la estancia. Paco, asombrado, sacó la cabeza
por la puerta y miró de un lado a otro para asegurarse de que nadie
les prestaba atención y tras eso la cerró de nuevo.
—Quizá no me he expresado con la suficiente
claridad... —Paco mostraba una evidente irritación en cada palabra
que pronunciaba.
—Perfectamente —contestó ella—, he venido
con un propósito muy claro, quiero unirme a vuestra causa.
Primero se miraron entre todos, perplejos,
más tarde una carcajada general comenzó a reverberar por todo el
local, a excepción de Juan, que no movía un músculo de su rostro.
Seguía con los ojos abiertos de par en par.
—¿Pero qué causa crees que tenemos aquí,
niña? —comentó Antonio entre risas—, esto es una simple reunión
entre amigos.
—Veis que soy joven, que provengo de una
familia acomodada, adinerada si lo preferís llamar así, pero os
digo una cosa, no soy tonta, no me tratéis como tal. Estoy segura
de que aquí se cuece algo, tengo una ligera idea, aunque prefiero
no aventurarme diciendo algún disparate.
—¿Y qué piensas que hacemos aquí, muchacha?
—comentó Paco algo ya más serio.
Carmen tomó aire antes de hablar, tenía casi
claro del todo lo que hacían en ese lugar, había estado atando
cabos toda la noche, por lo que no creía equivocarse.
—Creo que preparáis una especie de rebelión
contra el nuevo régimen. Creo que planeáis algo importante desde
aquí, si no es eso, ¿para qué tanta clandestinidad? Sé que no me
equivoco, vamos, decidme si estoy errada —dijo dibujando una media
sonrisa en su cara.
A todos les cambió el rostro radicalmente,
¿cómo sabía aquella joven eso? Instintivamente miraron todos a
Juan, ¿ya se había ido de la lengua?
Este, al ver que las miradas se dirigían
hacia su persona, levantó sus manos hasta el pecho, mostrándolas y
puso cara de no tener ni idea de por qué sabía eso la joven.
Al ver las miradas acusadoras hacia Juan,
Carmen quiso sacar de esa situación a su amor platónico.
—No ha sido él, no ha sido nadie —comentó
con rapidez, tratando de sacar al muchacho de ese embrollo—. No hay
que ser demasiado listo. Por un lado está la clandestinidad, ¿para
qué tanto secreto con las reuniones, para qué un golpeo a modo de
contraseña? Está claro, algo ilegal se hace aquí, ¿pero qué?,
¿estraperlo? Lo dudo mucho, sinceramente, parece que es algo mucho
más importante. Por lo que no me queda otra que deducir que algún
asunto importante se maneja dentro de este almacén, ¿y qué puede
ser más grande que una rebelión? Estoy segura que estoy en lo
cierto.
De nuevo se volvieron a mirar entre todos,
muy sorprendidos ante la capacidad deductiva de la joven. Sólo
había dos posibilidades, o que fuera muy inteligente o que ellos
fueran muy descuidados. Sinceramente esperaban que fuera la primera
opción pues si era la segunda estaban perdidos.
—Y si estuvieras en lo cierto, ¿qué piensas
que podrías aportarnos? —dijo Paco mirando fijamente a la joven con
los ojos entrecerrados.
—¡Paco!, no nos podemos fiar de ella, ¿acaso
no has visto cómo viste?, esta proviene de una familia de derechas
con toda seguridad, ¿cómo sabemos que no es una espía que quiere
infiltrarse entre nosotros? —los ojos del joven Manuel parecía que
iban a salirse de sus propias cuencas—. Propongo no dejarla salir
de aquí, nuestras vidas están en juego.
Juan dio un paso adelante ante esa
afirmación, no podía permitir que hicieran daño a Carmen. Esta
habló antes de que Juan actuara.
—Si un solo pelo de mi cabeza es tocado, mi
prima irá a las autoridades con esta historia, y entonces tu
fantasía de que voy a traicionaros será una realidad —comentó con
voz autoritaria—. No seáis tan ignorantes de tomarme como una
chivata de tres al cuarto, mis intenciones son nobles. Sí, provengo
de una familia de derechas pero, ¿acaso tengo que pensar como
ellos? Mis raíces no influyen para nada en mis decisiones, no
confundáis una cosa con la otra. No sé muy bien qué podría
aportaros, no sé qué necesitáis, pero quizá una de las cosas más
importantes que podría aportar es lealtad, completa lealtad. Si
vosotros me respetáis y tratáis como a una igual, yo haré lo
mismo.
—A ver, muchacha —Antonio tenía una cara de
no entender nada más que evidente—, no dudo de tus intenciones,
pero permite que me plantee un porqué. ¿Por qué?
Carmen no necesitó pensar la respuesta, la
noche en vela había dado para mucho.
—Porque estoy cansada, pensáis que disfruto
de una vida cómoda, pero no es así para nada. Sí es cierto que
dispongo de comida caliente todos los días, de dinero para ropa,
para caprichos, para lujos... Pero no soy feliz, en absoluto. No
tenéis ni idea de lo que es tener toda tu vida programada, de tener
que sonreír justo cuando te lo digan, que casualmente es cuando
menos te apetece. De tener que acatar dictámenes día sí, día
también. De no ser libre. La derecha implica comodidades, no
libertad. Estoy cansada de estar enjaulada, quiero volar
libre.
Todos sin excepción quedaron perplejos ante
las palabras de la joven, nunca hubieran adivinado que esos fueran
sus motivos pues todos soñaban con disponer de las posibilidades
que ella tenía. Muchos días ni siquiera podían llevarse un mendrugo
de pan a la boca, mientras que ella seguramente comería carnes,
pescados, ricos guisos... Desde luego era una revelación
sorprendente que la muchacha tuviera ese tipo de
sentimientos.
—Carmen, no tenía ni idea... —Juan fue el
primero en decir algo.
—Pues ya lo sabes, tengo todos mis días
escritos hasta el fin de mi tiempo. Ahora debo esperar impaciente
para convertirme en una buena esposa española, a que mi marido
mantenga mi casa mientras yo me dedique a darle buenos y sanos
hijos patriotas, dispuestos a pisotear a los rojos, a mangonear a
los débiles. Debo enseñarles que miembros de una misma familia
deben despreciarse por sus ideales, que la iglesia controlará
nuestras vidas a su antojo. No, yo no quiero eso para mí, mi padre
sí lo quiere, mi madre está de acuerdo, pero yo no lo quiero.
Repito que quiero ser libre.
Quedaron un rato en silencio, cada uno
estaba absorto en sus propios pensamientos. Las palabras de la
joven parecían sinceras, pero... ¿en qué podría ayudar? Tendrían
que ser cautos en eso pues el trabajo de meses podría irse por la
borda si un solo punto flojeaba lo más mínimo, necesitaban pensarlo
muy bien.
Paco miró a Antonio. Este último entendió la
mirada de su amigo, buscaba su aprobación por lo que asintió con la
cabeza. Los más jóvenes, a excepción de Juan que no sabía ni qué
pensar de lo estupefacto que estaba, no lo tenían tan claro pero
ahí estaban los papeles muy bien definidos. Paco y Antonio llevaban
el peso de las grandes decisiones. Así lo hicieron con Juan.
—Está bien, muchacha, no lo tengo del todo
claro pero te unirás a nuestra causa, espero no nos arrepintamos de
tan precipitada decisión. También espero que no seas un estorbo, un
simple fallo y todos acabaremos fusilados. ¿Me entiendes? Todos, tú
también.
Carmen asintió decidida, lo veía todo con
mucha claridad, todo había empezado por querer acercarse a Juan,
pero ella misma se había ido convenciendo durante toda la noche que
tenía que cambiar su propio destino. No estaba dispuesta a seguir
los dictámenes que tenía impuestos. La férrea línea que tenía
trazada iba a ser curvada por ella misma.
—En ese caso toma asiento, ya decidiremos tu
papel. Pedro debe de estar al caer, comenzaremos la reunión en
breve.
Obedeció cual perro fiel y posó sus nalgas
encima de una mugrienta caja, no la limpió pues Rocío la miraba
atentamente y no quería parecer una estirada. Debía comportarse
como los demás para que la integraran de la mejor forma
posible.
Juan no dejaba de mirarla, no estaba
demasiado seguro de qué hacía esa chica ahí. Al principio había
pensado que nuevamente lo estaba siguiendo, pero al parecer por sus
palabras todo indicaba que realmente quería estar ahí para ayudar
en la lucha que se les venía encima. Además, ahora mismo ni
siquiera lo miraba, ¿estaría resentida por el rechazo de ayer?
Esperaba con total sinceridad que no, las palabras para que
realmente fueran amigos habían salido de su corazón, no eran un
simple cumplido.
Además, tras esa charla que les había
brindado hacía unos minutos, había descubierto una faceta en ella
que jamás hubiera imaginado, la convicción de luchar por lo que
creía justo.
Nunca lo hubiera esperado, desde
luego.
Tenía la imagen de la típica niña bien de
ciudad, cuyas únicas preocupaciones eran la de gastar el dinero que
su papi ganaba —o más bien robaba a gente desgraciada, como en
muchos casos— en caprichos innecesarios que otorgaban una pseudo
sensación de felicidad.
Parecía que Carmen había sido fabricada con
otro molde, un molde el cual si su familia supiera de sus
inclinaciones, hubieran calificado de defectuoso.
Por desgracia ante su deseo de no sentir
absolutamente nada por ella, ese molde la hacía más perfecta.
Carmen miraba al frente, no dirigía su
mirada hacia Juan, estaba claro que era uno de los motivos por los
que estaba ahí, quizá el más importante, pero no quería que este lo
supiera.
Aunque seguro que algo intuía.
Trataba que las dudas no le asaltaran, pero
era algo inevitable. Quería mostrarse segura, firme, no podía
flaquear ante esa gente pues si no la despacharían con tanta
rapidez que no le daría tiempo ni a pestañear.
Pero era inevitable que los pensamientos de
que si realmente estaba haciendo lo correcto la golpearan con
fuerza una y otra vez en su cerebro. Estaba traicionando a su
familia, la lealtad que había prometido a esos completos
desconocidos era la misma que estaba negando a sus más allegados.
Esa gente que siempre le había consentido todo, esa gente que había
intentado por todos los medios que viviera en un falso estado de
felicidad, pero eso sí, convencidos de que era lo mejor para su
hija.
Aunque era evidente que no podía luchar
frente a sus ansias de libertad. Un ansia que había dormido siempre
dentro de ella y había despertado en el mismo momento en el que su
mirada se cruzó con la del joven alicantino.
Sentía que se avecinaban grandes cambios en
su vida, esperaba estar preparada para ellos. Quería auto
convencerse de que sí. Aunque tales cambios la llevaran a la
situación que la acabarían llevando en un futuro muy próximo.
La puerta sonó, ahora no tenían dudas de que
era Pedro.