Capítulo 21

 

MADRID, 19 de marzo de 1940

 

 

 

Juan intentaba evitarlo, pero sus ojos parecía que actuaban por cuenta propia, ajenos a la voluntad de las órdenes que su cerebro emanaba. Su mirada se dirigía de manera automática hacia Carmen, la observaba con detenimiento, con una falsa serenidad.
Esta parecía de repente ya no estar interesada por él, al menos no lo había mirado todavía.
Estaba asustado ante esa reacción de miradas involuntarias por su parte, iba con toda claridad en contra de lo que su cabeza quería y eso era lo que más le fastidiaba. El no poder controlar todas sus emociones lo desconcertaba, a lo largo de toda su vida siempre había sido dueño de estas.
Pero aquella joven, a pesar de sus reticencias, estaba rompiendo todos sus esquemas de una manera clara.
Su mente estaba tan desajustada en ese momento que ya ni siquiera sabía cuál era la razón real por la que se encontraba alrededor de esas personas, la razón real por la que se iba a jugar la vida. ¿Era por acabar con las injusticias con las que les tocaba lidiar día a día, como la paliza recibida por su mejor amigo? ¿O realmente sus motivos se habían girado y pasado a ser un mero acercamiento a la joven ahora que esta se encontraba subida a su mismo barco?
Con todas sus fuerzas deseó que fuera la primera, aunque en realidad no estaba seguro del todo, ya no estaba seguro de nada.
El flujo de emociones que estaba sintiendo en su interior estaba debilitando su firme convicción de no dejarse llevar por lo que su corazón iba sintiendo poco a poco. Tenía muy claro que siempre tendría presente en su mente lo que ocurrió en su pueblo, pero ya dudaba de mantenerse firme en su propósito de no dejar que la muchacha entrara en su vida. Una vida que hasta hace unos pocos días estaba cerrada a cal y canto.
Esa joven lo estaba volviendo loco.
No dejaba de preguntarse cómo podía ser eso, si apenas la conocía. Había escuchado en una o dos ocasiones a gente hablando de algo llamado «amor a primera vista», pero él no creía en absoluto en esas mamarrachadas, eso no existía.
Al menos no hasta aquellos momentos.
—Es preciosa, ¿eh? —la voz de su amigo lo sacó de golpe de sus pensamientos.
—¿Cómo?
—Lo que has oído, aunque no hace falta que me respondas si no quieres, soy maricón, no ciego. Sé reconocer la belleza donde la hay y, amigo, delante de nosotros la hay en cantidades ingentes.
—No estaba pensando en eso —contestó malhumorado pero tratando de no levantar el tono para que nadie pudiera escuchar la conversación.
—Ya, lo que tú digas.

 

El tren paró y esperaron pacientes a que cada uno recogiera sus colchones. Cuando les llegó el turno lo hicieron nerviosos pero sin vacilar, no podían permitirse ningún tipo de error ni levantar sospecha alguna entre los allí presentes.
Pesaba algo más de lo que lo haría en una situación normal, el relleno del mismo había sido sacado y remplazado con paja para aligerar el peso, además de dejar hueco para poder introducir alimentos sin que incrementara en demasía la carga de este, aunque algo sí había aumentado.
Con cuidado procedieron a bajarlo del tren. No podían volcarlo en exceso o correrían el riesgo de que los recipientes de la leche y el aceite derramaran sus contenidos revelando el propósito del colchón. Consiguieron bajar del aparato sin mayor problema, no demasiado deprisa. Una de las ventajas de las que disponían era que no tendrían que andar demasiado con el colchón a cuestas, nada más salir a la calle podrían tomar un tranvía que pasaba por allí y que les dejaba casi al lado del domicilio de los García, apenas a unas cuatro manzanas de allí, sería fácil.
Justo al salir de la estación con la preciada carga ente sus manos, una voz hizo que ambos se giraran sobresaltados.
—¿Necesitan ayuda?, parece que pesa —dijo la voz.
Era el misterioso hombre de la cicatriz.
Ante el más que evidente miedo de que en realidad fuera un inspector camuflado entre ropas andrajosas, Felipe reaccionó a toda velocidad.
—No, gracias, amigo. No pesa nada, lo que pasa es que mi amigo fue herido durante la guerra en el brazo por uno de esos asquerosos rojos —mintió de la mejor forma posible—. Como es evidente le cuesta un poco más, aunque pese tan poco como este colchón, pero es tan cabezón que no quiere que nadie le ayude nunca.
Manuel, que quedó impresionado ante la reacción de su amigo asintió a toda velocidad. Era evidente que la alusión a los rojos había sido un acto inteligente, si ese hombre era un inspector no se metería con ellos si pensaba que estaba del lado del bando nacional.
—Está bien, amigo —comentó el desconocido con una sonrisa amable—, tan solo quería prestarles mi ayuda, pero si no la necesitan, me retiro. Tengan ustedes muy buenos días.
Dedicó una sonrisa a ambos y desapareció a sus espaldas, mezclándose entre los pasajeros que acababan de bajar del tren, igual que ellos.
Manuel respiró hondo ante la habilidad mostrada por su amigo. Su rapidez había evitado cualquier tipo de contratiempo, aunque en realidad nadie decía que ese hombre tan solo pretendiera ayudarlos de una manera amable, sin más.
Aun así agradeció con la mirada a su amigo su pronta e ingeniosa respuesta.
Cuando salieron de la estación tuvieron la suerte de no tener que esperar al tranvía, ya estaba en la puerta.
Cada vez estaban más cerca de lograr su objetivo.

 

 

 

La reunión entre los tres de mayor peso en aquel viejo almacén finalizó.
El resto de integrantes no sabía de qué habían hablado, pero por las caras de preocupación que traían parecía que el resultado no había sido del todo satisfactorio, quizá no hubieran llegado a acuerdo alguno.
—Chicos, tomad asiento —dijo Antonio en clara alusión a Rocío y a Pedro, que estaban de pie hablando en voz baja en una esquina.
Ambos jóvenes obedecieron como un perro fiel.
—La situación ha cambiado, Anselmo nos ha hecho ver una serie de puntos que no teníamos demasiado claros. Os confirmo que es con toda seguridad el líder que necesitamos, su visión acerca de ciertos asuntos ha arrojado luz a algunas incógnitas que teníamos en el aire.
Carmen sonrió ante la afirmación, deseaba escuchar esas palabras, sabía que no se había equivocado con su tío. Antonio lo estaba confirmando.
—Lo único malo de esto es que todo debe acelerarse, mucho —hizo una pausa en la cual miró las caras de los presentes, la incertidumbre se iba apoderando poco a poco de sus miradas, la sorpresa se iba dibujando en sus rostros—. Rocío conoce bien el terreno, pero nosotros no, tenemos que partir cuanto antes para reconocer bien la tierra por la que nos vamos a mover, es algo primordial.
Todos se miraron de reojo, esperaban que alguno hiciera la fatídica pregunta, nadie llegaba a atreverse.
Fue Juan el único que tuvo el valor.
—¿Cuándo?
Antonio miró primero a Paco, que también atisbaba preocupación en sus ojos, más tarde miró a Anselmo, que miraba impasible hacia su sobrina.
—Mañana mismo.
El revuelo que causaron esas palabras fue mayúsculo. Todos, a excepción de Carmen, se pusieron en pie y comenzaron a vociferar palabras inentendibles. El nerviosismo se apoderó por completo de los allí presentes, todos gesticulaban mucho, algunos se echaban las manos sobre la cabeza, pero en definitiva todo era producto del saber que mañana mismo partirían hacia un viaje quizá sin retorno.
Carmen agachó la mirada, todo estaba transcurriendo mucho más deprisa de lo que ella esperaba y eso la estaba descolocando por completo. El momento más temido por ella se acercaba a una velocidad endiablada y no sabía exactamente cómo tenía que proceder a partir de ese preciso momento. Las dudas de si tenía que hablar o no con su padre la martilleaban con una fuerza increíble, encima esas voces que no dejaban de sonar dentro de aquel almacén no la dejaban pensar con claridad.
La intervención de Paco acabó con todo el jaleo.
—Chicos, calma. Sé que es difícil de asimilar que de golpe y porrazo tengamos que partir, soy consciente, pero por desgracia no nos queda otro remedio. Además, si no fuera mañana la espera no demoraría demasiado, la fecha señalada está muy cerca y no podemos permitirnos el lujo de enfrentarnos a lo desconocido. Tenemos que tener la seguridad de conocer hasta el más mínimo detalle si queremos que nuestra operación tenga un resultado positivo. No nos queda otra que partir mañana. Sé que muchos, o quizá todos, no habéis comentado nada a vuestras familias, sois libres de hacer lo que consideréis pero, pensad algo, si no saben nada, no tendrán por qué mentir ante un interrogatorio llegado el caso. Si involucráis a vuestros seres queridos, puede que paguen un precio que no les corresponde, meditad bien esto que os digo porque es muy importante.
Todos permanecían de pie, mirando atentamente a Paco, aunque a todos sin excepción les hubiera gustado despedirse de sus más allegados, este tenía razón en cuanto a lo de no involucrarlos. Era algo muy lógico.
—Tengo una pregunta —dijo María levantando su mano izquierda para hacerse notar—, ¿no sería mejor viajar de noche? La oscuridad puede ser una buena aliada según qué casos.
—Me alegra que me hagas esa pregunta, María —contestó Antonio—, esa era nuestra idea en un principio, pensábamos igual que tú, que el amparo de la noche podía ser una gran baza a nuestro favor, pero Anselmo nos ha hecho ver que no es así. Se trata de actuar con normalidad, la Guardia Civil, como sabéis, no descansa en ningún momento. Si de noche se encuentra un grupo tan nutrido de personas viajando fuera de la capital no se vería como algo normal, de forma independiente a cual sea nuestro propósito. Viajaremos con la primera luz del alba, como hace la mayoría de la gente corriente.
María asintió, lo mismo hicieron Javier y Pedro, la explicación tenía su lógica, al final iba a ser verdad que el paralítico iba a ser una buena ayuda.
—Al ser todo tan inminente, quiero que penséis bien durante el día de hoy vuestra implicación en este menester. No quiero que nadie esté con nosotros con dudas, si quiere echarse para atrás lo comprenderemos, esto no es un juego de niños, vamos a realizar una tarea ardua y complicada en exceso. Os necesito al cien por cien, preparados ante lo que pueda suceder.
Ninguno habló, aunque todos estaban convencidos de luchar por la causa las inevitables dudas los asaltaban. Como bien había dicho Antonio, aquello no era un juego de niños, iban a tratar de cambiar el futuro de país y para eso tenían que estar completamente concienciados. Tenían todo el día para pensar en ello, a pesar de parecer poco tiempo, las horas que faltaban antes de que partieran eran más que suficientes para tomar una decisión correcta.
—Como ya he dicho saldremos al alba, desde este mismo punto, lo haremos en dos camionetas. Conduciremos Paco y yo, la idea es que en las camionetas haya telas para comerciarlas en Sevilla, es algo que no levanta sospechas hoy día y no creo que nos presente demasiado problema. Nosotros —dijo señalando a Paco—, nos encargaremos de conseguirlo todo. Llevad todo el dinero que podáis escondido, por poco que sea, por causas lógicas no podemos llevar alimento encima, no queremos que nos acusen de contrabando y se nos vaya al garete el plan por una tontería. Si tenéis la posibilidad de traer algo de ropa para poder cambiaros varios días, hacedlo, pero por favor que vuestros equipajes sean lo más livianos posible. No podemos cargar en exceso la camioneta para que podamos ir a una velocidad aceptable y llegar a Sevilla en el menos número de horas posibles. Intentaré de alguna manera, aunque os confieso que no sé del todo cómo, ponerme en contacto con el anarquista, le anunciaré que partimos ya hacia tierras hispalenses, allí nos encontraremos con él y trazaremos nuestro plan de ataque. ¿Alguna duda?
Todos negaron al unísono, estaba todo muy claro, no necesitaban más explicaciones.
—Está bien, ahora me vais a permitir que os dé un consejo, podéis tomarlo o no, eso ya está en cada uno de vosotros. Aprovechad vuestro último día en Madrid, no quisiera ser agorero, pero quizá no volvamos nunca. No dejéis de hacer nada pues hay que aprovechar cada segundo, pensad en ello con frialdad. Mañana a las seis en punto de la mañana partiremos, por favor os pido encarecidamente que seáis puntuales o no tendremos más remedio que dejar en tierra al que no llegue a tiempo. La puntualidad es muy importante.
Un nuevo asentimiento generalizado se dejó ver dentro de la vieja estancia.
Juan sopesó por unos instantes las palabras que acababa de pronunciar Antonio, tenía toda la razón del mundo, tenía que disfrutar de Madrid.
Por lo que pudiera pasar.
7 dí­as de marzo
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