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Entre Valiant Travel y Mr. Yamaguchi

Viernes, 25 de mayo, por la tarde

(Mara)

Estoy esperando en la sala VIP de Fiumicino el enlace para Milán. Viola se marchó anoche, un poco lacrimosa pero decidida. Habla de retomar los estudios, y sigue anhelando lo imposible: la clínica de Las Vegas. En la revista de viajes que ofrece la compañía aérea veo la foto de una playa de piedras. Barbados. Una playa blanca, de piedras y corales. «Un tesoro escondido», reza en el artículo. Tía Anna hablaba de las joyas como de un tesoro escondido, «las piedras», las llamaba. La noche antes, mientras asistía al éxodo de los negros a lo largo de la cantera, pensaba en la razón por la que tía Anna nunca me había dejado ver el collar falso. ¿Se avergonzaba? Y, sin embargo, se lo había visto al cuello en las viejas fotografías, como también en el cuello de mi madre. ¿Y por qué lo había escondido en la librería, visto que era falso?

Por el contrario, hablaba de las «piedras», tranquila: no se las robaría nadie. Estaban allí, sus piedras, nos esperaban. Tan sólo nosotros sabíamos de su existencia. Y la tía quería que fueran para Viola. «Las piedras». Eso murmuraba. Las piedras de Viola. Piedras blancas como las de las playas de Barbados. Guijarros.

Sentía adoración por Viola, como si fuera su verdadera nieta, y para su confirmación le había regalado una cajita de latón y esmalte con unas piedrecitas dentro. Una decepción, para Viola, aquellas piedras…

En ese momento, el gusanillo de una sospecha.

Algo no cuadra. Lo siento. Y por fin, ¡la iluminación!

Llamo a Viola, por suerte me contesta. Le pregunto si sigue teniendo aún la cajita de la abuela.

—Sí —me dice.

Le digo que se la lleve a Antonio, nuestro amigo joyero, de inmediato, con todo lo que tiene dentro, y que me mantenga informada.

En Linate aguardo ansiosa a que mi maleta aparezca en la cinta transportadora. Pesa bastante. Contiene papeles, jarrones, objetos de cloisonné. ¡Y las piedras, las que Pasquale me ha tirado, las del saquito que estaba en el horno!

Salgo, las puertas automáticas se abren, estoy en la sala de llegadas.

Viola, con una bufanda al cuello, mangas largas para esconder los brazos, esboza una sonrisilla y levanta un cartel con un letrero en caracteres cubitales rojos que destaca en medio de los muchos carteles de compañías, hoteles y tour operadores. Entre VALIANT TRAVEL y MR. YAMAGUCHI, aparece escrito: DIAMANTES.

Y luego llega un sms. De Giulia. «Voy a tu casa, yo sola. ¿Tienes sitio para mí?».