18
Se hizo justicia
Lunes, 21 de mayo, a última hora de la mañana
(Mara)
El doctor Gurriero arqueó una ceja al escuchar que íbamos a quedarnos en Pedrara, pero no hizo comentario alguno; se pasó la mano por la barbilla y le preguntó a Giulia dónde estaba Pasquale. Había salido a dar un paseo y se había dejado el teléfono en casa, contestó ella, no había forma de avisarlo. El médico le habló largo rato, interesándose por las creaciones artísticas de Pasquale, mientras la escrutaba. Pensé que probablemente había intuido cierto malestar en ella. Pietro estaba preocupado. Le contaba a Luigi que la administración municipal había invertido dinero del ayuntamiento de Pezzino en una sociedad financiera radicada en Frankfurt, cuya cotización en la bolsa estaba ahora en caída libre. Yo acompañé a la señora Gurriero y a Mariella a ver a la tía, pero no tardamos en volver: la tía estaba durmiendo.
Mariella era una cháchara constante sobre los chismorreos de Pezzino, del que ella se definía, sin ironía alguna, «la first lady». En el pueblo había un gran revuelo a causa de los preparativos del Verano Municipal, una serie de espectáculos que el ayuntamiento, el ente de turismo y la provincia montaban cada año para turistas y residentes. Un nativo del lugar que había hecho fortuna en Argentina había vuelto al pueblo por primera vez después de sesenta años exactos: quería instituir un premio musical con el nombre de su padre. Se discutía si convocar un concurso de baile —en Pezzino había nada menos que dos escuelas y sus habitantes habían ganado muchos campeonatos en la isla— o uno de guitarra, u optar por el único tema del tango. Los concejales y la población se hallaban divididos al respecto. Mariella, apasionada bailarina, habría preferido una competición de baile genérica, para contentar a todos.
—Pero es que no faltan interrogantes sobre este mecenas —contaba, con el tono de quien se las sabe todas—. Su padre, un viudo, murió hace cuarenta años, más o menos, en extrañas circunstancias: asesinado por desconocidos que no le robaron nada, ¡y lo dejaron agonizando con dinero en el bolsillo! —El hijo, ya multimillonario en la época de la muerte, a pesar de haber pagado las exequias y la tumba no acudió al funeral, y mucho menos a la misa de difuntos al cabo del mes—. ¡Se dice que tenía problemas con la justicia argentina! Que había una orden de captura contra él y no podía salir del país. ¡Y que estaba siendo investigado por la policía italiana! —Mariella suspiró—: Sin embargo, debería haber mandado a su mujer y a sus hijos: ¡ninguno de ellos se dignó asistir a las exequias de aquel desgraciado!
Y continuó con la historia: el mes pasado el fulano ese había aparecido en Pezzino, solo, y había montado un gran revuelo. Acudía a los cafés y a los pubs del pueblo, solicitaba entrevistarse con el alcalde y con los concejales y hacía, demasiado tarde, demasiadas preguntas. Les exigía cuentas y razones a Pietro y al capitán de los carabineros, «y hasta a los magistrados», acerca de los motivos por los que los presuntos autores del homicidio de su padre no habían sido arrestados y de la decisión de no celebrar un juicio de verdad. ¡Al cabo de más de cuarenta años!
—Total, se hizo justicia —concluyó Mariella.
—No entiendo —dijo Giulia, que se había acercado a nosotros—, explícate mejor.
—Esos delincuentes se mataron entre sí, durante el festival hippy en la cantera de Pantalica. Los periódicos atribuyeron los homicidios al «monstruo de Pezzino», esa gente siempre la toma con nosotros, pero se trataba de personas de fuera que se mataron entre sí, fue un ajuste de cuentas, durante el festival…
—Entonces, ¿qué quiere el argentino ese? —pregunté yo, y miré a Pietro, quien, pese a estar escuchando a Luigi, no había apartado la vista de Mariella durante toda la conversación y no se perdía una sola palabra. Me devolvió la mirada de refilón y se encogió de hombros; luego siguió hablando con Luigi.
—Dice que el responsable sigue todavía entre nosotros, vivito y coleando. No fue eliminado, y vive tras una identidad falsa. Si alguien lo encuentra y lo entrega a la justicia, se vocifera que el argentino ese donará un millón de euros al hospital…
Y Mariella se embarulló: su marido le había puesto la mano sobre un hombro.
—¡Mariella, ármate de valor y hazle a Mara esa pregunta sobre los zapatos de Corsini que quieres hacerle!
Muy colorada, ella nos contó que se había comprado, para la inauguración de la biblioteca municipal, unas sandalias Corsini, carísimas; de esas que se atan en los tobillos, con tiras de gamuza de color rojo y verde. Los pies de Mariella sudaban y las sandalias habían desteñido y le habían dejado sobre la piel marcas rojas y verdes idénticas a un tatuaje. Tras intentar quitárselas inútilmente, había acabado pidiendo ayuda a una pedicura y por último a un dermatólogo. Ninguno de los tres lo había logrado. Durante tres semanas se vio obligada a calzarse esas sandalias cada vez que salía de casa, y a comprarse vestidos que hicieran juego para sus distintas ceremonias «¡como first lady!», dijo, haciéndonos un guiño. Hasta que las manchas se desvanecieron con el sol. Pietro intervino nuevamente: era el momento de irse y quería saber de mí si merecía la pena intentar una causa legal contra la empresa Corsini —por los gastos en que habían incurrido y por la vergüenza que había pasado su mujer— y si había oído hablar de otras clientas que hubieran tenido experiencias parecidas.
Prometí que me informaría.
El notario Pulvirenti se presentó poco después de que su hijo Pietro y los Gurriero se hubieran ido. No le había oído llegar. La suya era una visita profesional, y no tardó en ir al grano:
—Chicos, tan sólo quiero deciros dos cosas —empezó—. Número uno —y se presionó la punta del pulgar entre los dedos—, la situación financiera de las haciendas agrícolas es grave en todas partes, y aquí en particular. Desde un punto de vista legal, los gestores de los seis invernaderos, cuyos contratos de alquiler se negó a firmar vuestra madre durante más de veinte años para quedarse con el dinero en negro, podrían obtener la transferencia del bien en litigio, y no sólo de los invernaderos, sino también de los terrenos circunstante, por usucapión. Una causa que duraría décadas y que os costaría un dineral; un piedra al cuello para todos vosotros, porque Pedrara sería invendible. —Tomó aliento y pasó al dedo índice—: Número dos: os aconsejo que intentéis vender la hacienda a los gestores o a cualquier otro, de inmediato. Un eventual comprador externo debería ponerse de acuerdo con los gestores, y esto influirá en el precio. Cuanto antes os decidáis, mejor.
Bajó los brazos y unió las palmas de las manos, sacudiéndolas: era necesario decidirse cuanto antes. Y nos miraba, uno a uno.
Luigi quiso saber si cabía la posibilidad de hallar compradores con cierta rapidez. El notario se pasó la mano por la frente, pensativo. Luego dijo:
—Podría encontrar un consorcio dispuesto a una inversión de esa clase.
—¿Los hermanos de Bede podrían reivindicar la usucapión? —preguntó Giulia.
—No, no, ésos son sólo unos puvirazzi, unos desgraciados, empleados y nada más. Obedecen las órdenes de los gestores —contestó el notario. Y se volvió hacia mí—: Mara, ¿tú no tienes ninguna pregunta?
—No, acepto lo que usted dice.
Mi confianza lo tranquilizó:
—Si lo dejáis todo en mis manos, con todos los papeles por escrito, confío en presentarme ante vosotros dentro de un mes con algunas propuestas. ¡Aunque no puedo prometeros nada, eso que quede claro! Pero ya sabéis que haría cualquier cosa por vosotros, os considero como mis hijos… —Luego, en voz baja—: Que quede claro, en todo caso, que vuestra presencia en Pedrara espanta a los compradores. Me han dicho que vosotros dos —y dirigió su dedo hacia Luigi y hacia mí— os quedaréis algunos días más porque hoy llegan vuestros hijos, para ver a la abuela. Os aconsejo que os vayáis todos.
Giulia se maravilló.
—¡No me lo habíais dicho! —exclamó dirigiéndose a nosotros.
—Yo mismo no lo he sabido hasta hace muy poco —dijo Luigi—, ha sido una decisión impulsiva de los chicos.
—Pasquale y yo nos quedaremos para cuidar a mamá —dijo Giulia, con voz firme.
El notario le lanzó una dura mirada.
—Si queréis vender, vosotros dos deberíais iros como los demás, y pronto. —Después se dirigió a todos nosotros—: Bede cuidará de vuestra madre. Tiene en comodato la casa del guarda, y os es fiel. No os preocupéis por él, sabe cuidar de sus asuntos y por respeto hacia vuestra familia no pedirá nada. Aceptadlo, y no lo echéis a perder con vuestro comportamiento. —Luego, hablando de nuevo con Giulia, insistió—: Díselo a tu compañero: cuanto antes os vayáis, mejor será, para él en particular, y para todos los demás. El doctor Gurriero —concluyó— ha sido muy claro a este respecto.
Me puse pálida.