El señor Mortman llegó pocos días después con un ramo de flores. Llevaba pantalones de un color verde amarillento y una flamante camisa deportiva amarilla de manga corta.

Mamá le dio las gracias por las flores y lo condujo a la sala de estar, donde esperábamos papá, Randy y yo. Cuando entró, yo me agarré con fuerza al respaldo de un sillón. Se me doblaban las piernas y tenía un nudo en el estómago.

¡Todavía no podía creer que papá hubiera invitado al señor Mortman a nuestra casa!

Papá dio un paso hacia delante para estrecharle la mano.

—Hace tiempo que deseábamos invitarle —le dijo, sonriendo—. Queremos darle las gracias por el excelente programa de lectura que está llevando a cabo en la biblioteca.

—Sí —intervino mamá—. Es muy importante para Lucy.

El señor Mortman me miró indeciso. Me di cuenta de que estaba observando mi expresión.

—Estoy muy contenta —dije, forzando una sonrisa por entre mis labios apretados.

El señor Mortman tomó asiento en el sofá, cogió una galletita de queso de la bandeja que le ofreció mamá y la masticó con delicadeza.

Randy se sentó en la alfombra. Yo continuaba de pie detrás del sillón, agarrando el respaldo con tanta fuerza que me dolían las manos. En mi vida había estado tan nerviosa.

El señor Mortman también parecía nervioso y se derramó un poco de té helado sobre el pantalón.

—Es un día muy húmedo —dijo—. Este té viene de perlas.

—El trabajo de bibliotecario debe de ser muy interesante —dijo mamá, sentándose a su lado en el sofá.

Papá permanecía de pie junto a ellos.

Charlaron un rato. Mientras conversaban, el señor Mortman me lanzaba continuas miradas. Randy, sentado en el suelo con las piernas cruzadas, tamborileaba con los dedos sobre la alfombra.

Mamá y papá estaban completamente relajados. En cambio el señor Mortman parecía un poco incómodo y tenía la frente perlada de sudor.

Mi estómago lanzó una especie de sonoro gorgoteo, más por nerviosismo que por hambre, aunque nadie pareció darse cuenta.

Continuaron charlando, mientras el señor Mortman se iba tomando a sorbos su té helado. Se recostó en el sofá y sonrió a mi madre.

—Han sido ustedes muy amables al invitarme. No tengo demasiadas oportunidades de degustar comidas preparadas en casa. ¿Qué hay para cenar? —preguntó.

—¡Usted! —le respondió mi padre, situándose delante del sofá.

—¿Cómo? —El señor Mortman se llevó una mano a la oreja—. Perdón, no le he oído bien. ¿Qué hay para cenar?

—¡Usted! —repitió papá.

—¡Oh! —El señor Mortman lanzó un grito ahogado y el rostro se le puso rojo. Intentó levantarse del sofá pero papá y mamá fueron más rápidos y se le echaron encima. Asomaron sus afilados colmillos y en menos de un minuto se zamparon al bibliotecario, con huesos y todo.

Randy reía alegremente. Yo sonreía divertida. A mi hermano y a mí aún no nos han crecido los colmillos, y por eso no pudimos participar en el banquete.

—Bueno, asunto resuelto —dijo mamá, poniéndose en pie y colocando en su sitio los cojines del sofá. Luego se volvió hacia Randy y hacia mí—. Es el primer monstruo que viene a Timberland Falls desde hace casi veinte años —nos explicó—, por eso hemos tardado tanto en creerte, Lucy.

—¡Os lo habéis zampado en un periquete! —exclamé.

—Dentro de unos años, tú también tendrás tus colmillos —dijo mamá.

—¡Y yo! —intervino Randy—. ¡Entonces seguro que ya no me darán miedo los monstruos!

Mamá y papá se echaron a reír. Luego mamá se puso seria.

—Os dais cuenta de por qué hemos tenido que hacerlo, ¿verdad? No podemos permitir que haya más monstruos en la ciudad. Eso aterrorizaría a todo el mundo, y no queremos que la gente se asuste y nos eche. Nos gusta vivir aquí.

Papá lanzó un sonoro eructo.

—Perdón —dijo, tapándose la boca.

Esa misma noche, poco después, Randy se hallaba ya arrebujado en su cama y yo estaba sentada a su cabecera, contándole un cuento para que se durmiese.

—… entonces el bibliotecario se escondió detrás de la alta estantería —continué con voz baja y susurrante—, y cuando el niño llamado Randy sacó un libro del estante, el bibliotecario extendió sus largos brazos, agarró al niño y…

—Lucy, ¿cuántas veces tengo que decírtelo?

Levanté la vista y vi a mamá, de pie en el umbral y con el ceño fruncido.

—No quiero que asustes a tu hermano antes de dormirse —me reprendió—. Va a tener pesadillas. ¡Lucy, basta ya de historias de monstruos!