Todo parecía suceder muy despacio. ¿Estaba avanzando el tiempo a cámara lenta, o simplemente todo se me antojaba más lento por la frenética rapidez con que me latía el corazón?

Estaba ansiosa por conseguir la prueba y largarme cuanto antes de allí, pero el señor Mortman se estaba tomando su tiempo. Examinó un montón de papeles, leyendo algunos de ellos y doblando otros por la mitad y tirándolos a la papelera de alambre que tenía junto a la mesa. Canturreaba por lo bajo mientras lo hacía. Finalmente arrojó la última hoja.

Ahora, pensé. Ahora empezarás a convertirte en monstruo, ¿verdad, señor Mortman?

Pero no. Cogió una pila de libros que tenía sobre la mesa y se dirigió hacia las estanterías. Sin dejar de canturrear, se puso a colocar los libros en su sitio.

Me apreté contra las sombras cerca de la pared del fondo, delante de la fila de máquinas de microfichas.

¡Venga, empieza ya!, rogué en silencio.

Pero cuando terminó con la primera pila, el señor Mortman regresó a su mesa y cogió otro montón más para seguir devolviendo los libros a sus lugares respectivos.

Me di cuenta con una creciente sensación de temor de que iba a llegar tarde a la cena. ¡Mis padres me matarían!

La idea me hizo reír entre dientes. Qué absurdo estar encerrada en aquella biblioteca con un monstruo como aquél y preocuparme de que mis padres me echaran la bronca por llegar tarde a la cena…

Podía oír al señor Mortman, pero no podía verlo. Estaba en algún lugar entre las estanterías, colocando libros.

Su canturreo se hizo de pronto más fuerte. Me di cuenta de que estaba en el pasillo contiguo. Podía verle por encima de los libros que había en el estante de mi derecha… y eso significaba que él podía verme a mí.

Atenazada por el pánico, me agaché y me dejé caer en el suelo. ¿Me habría oído? ¿Me habría visto? Permanecí inmóvil, sin respirar.

Él continuaba canturreando. El sonido se fue debilitando a medida que se alejaba en dirección contraria.

Con un silencioso suspiro de alivio, me puse de nuevo en pie. Cogí fuertemente la cámara con la mano derecha y atisbé por el costado del estante.

Le oí caminar arrastrando los pies. Luego reapareció bajo la luz crepuscular que penetraba por la alta ventana y se reflejaba en su calva, y se dirigió lentamente hacia su mesa.

Se oía el sonoro tictac del reloj de pared.

Yo sentía fría y pegajosa la mano con que sujetaba la cámara.

Al verle revolver en el cajón de su mesa, me asaltó de pronto una sensación de inseguridad.

Esto es estúpido, pensé. Una idea realmente disparatada. Me va a coger. En cuanto me adelante para sacar la foto, me verá. Me perseguirá. No me dejará salir de la biblioteca con esta cámara. No me dejará salir viva de aquí. ¡Date media vuelta y huye!, ordenó una voz dentro de mi cabeza. ¡Rápido, date media y huye, ahora que aún tienes tiempo!

Luego, otra voz interrumpió a la primera. No se va a convertir en monstruo esta noche, Lucy, decía la voz. Te estás poniendo nerviosa y asustada sin motivo.

Mi mente giraba vertiginosamente, llena de voces e ideas aterradoras. Me apoyé contra el estante de madera para mantener el equilibrio. Cerré los ojos un momento, tratando de despejarme la cabeza.

¿Cuántas fotos puedes hacer?, preguntó una voz en mi cabeza. ¿Puedes hacer tres o cuatro antes de que él se dé cuenta de lo que sucede?

Sólo necesitas una buena foto, me dijo otra voz. Una buena foto será la prueba que necesitas.

Más te vale que canturree en voz muy alta, dijo otra voz. De lo contrario, oirá el disparo de tu cámara.

¡Date la vuelta y huye!, repitió otra voz. ¡Date la vuelta y huye!

Sólo necesitas una buena foto. No dejes que oiga el clic de tu máquina.

Di un paso hacia delante y miré por el borde del estante.

El señor Mortman se disponía a coger el tarro de las moscas, tarareando alegremente.

¡Por fin!, exclamé para mis adentros.

—Hora de cenar, mis tímidas amigas —le oí decir con alegre sonsonete. Mientras empezaba a desenroscar la tapa del tarro, su cabeza comenzó a aumentar de tamaño.

Se le hincharon los ojos, y la boca se le fue agrandando poco a poco.

Al cabo de unos momentos su monstruosa cabeza se bamboleaba sobre la camisa. Su lengua, como la de una serpiente, se movía ondulante fuera de la negra boca mientras él retiraba la tapa del tarro y sacaba un puñado de moscas.

—¡Hora de cenar, mis tímidas amigas!

¡Es el momento de sacar la foto!, pensé, haciendo acopio de valor. Me llevé la cámara a los ojos, agarrándola fuertemente con las dos manos para impedir que temblara. Luego, conteniendo el aliento, me incliné todo lo que pude hacia delante.

El señor Mortman estaba engullendo su primer puñado de moscas, masticando ruidosamente, canturreando mientras masticaba.

Procuré enfocarle en el centro del visor. Estaba tan nerviosa que me temblaba la cámara en las manos.

Menos mal que está canturreando, pensé mientras posaba el dedo en el disparador. No oirá el clic de la cámara. Podré sacar más de una foto.

El señor Mortman continuaba saboreando su primera remesa de moscas tiernas.

¡Ahora!, me dije.

Cuando me disponía a pulsar el botón, el señor Mortman se apartó de pronto. Ahogué una exclamación y me detuve justo a tiempo. La sangre me latía con tanta fuerza en las sienes que apenas si podía ver con claridad.

¿Qué estaba haciendo el señor Mortman? Cogió otro tarro, lo depositó en la mesa y desenroscó la tapa.

Levanté de nuevo la cámara y miré por el visor. ¿Qué tenía en aquel jarro? Algo aleteaba en su interior. Tardé unos momentos en darme cuenta de que eran polillas. Polillas blancas.

Cerró el puño en torno a una de ellas y se la metió ávidamente en la boca. Otra polilla salió revoloteando del tarro antes de que él pudiera cerrar la tapa. Los ojos del señor Mortman se proyectaban hacia delante, como hongos que emergieran de su hinchada cabeza. Su boca se retorcía y contorsionaba mientras masticaba la polilla.

Contuve la respiración, me incliné hacia delante todo lo que pude, sostuve la cámara delante de los ojos y pulsé el disparador.