Al chocar contra el fichero salieron despedidos los cajones, y un montón de fichas se desparramaron por el suelo.

—¡Noooo! —aulló el monstruo. Al principio pensé que era un grito de victoria, pero luego me di cuenta de que se trataba de un grito de protesta.

Con un gemido de horror, se agachó y empezó a recoger las fichas. Yo lo miré con incredulidad y pasé a su lado, corriendo frenéticamente. En aquel momento de terror recordé que lo que más aborrecen los bibliotecarios es que las fichas del catálogo se desparramen por el suelo. Además de monstruo, el señor Mortman era también un bibliotecario y no podía soportar que las fichas estuviesen desordenadas. Tenía que colocarlas de nuevo en su sitio antes de perseguirme.

Tardé sólo unos segundos en llegar hasta la puerta, descorrer el cerrojo, abrir y escapar al exterior, bajo la lluvia. Eché a correr por la calle, con las zapatillas salpicando en el pavimento lleno de charcos.

Cuando estaba hacia la mitad de la manzana me di cuenta de que me estaba siguiendo. Un relámpago restalló cegador a mi izquierda. Lancé un grito, sobresaltada, mientras un trueno ensordecedor hacía retemblar el suelo. Miré hacia atrás para ver a qué distancia estaba el monstruo y me detuve. Con manos temblorosas, me sequé el agua de lluvia que me nublaba la vista.

—¡Aaron! —exclamé—. ¿Qué haces aquí?

Corrió hacia mí, con los hombros encorvados para protegerse de la fría lluvia. Jadeaba trabajosamente. Tenía los ojos desencajados.

—Yo… estaba en la biblioteca —tartamudeó, haciendo esfuerzos por recobrar el aliento—. Escondido. Lo he visto. He visto al monstruo. Lo he visto todo.

—¿Sí? —Sentí una oleada de alegría y me entraron ganas de abrazarlo.

Una súbita ráfaga de viento arrojó sobre nosotros una cortina de agua.

—¡Vamos a mi casa! —exclamé—. Cuéntaselo a mis padres. ¡Ahora tendrán que creerme!

Aaron y yo entramos corriendo en la sala de estar.

Mamá levantó la vista desde el sofá y dejó re posar sobre el regazo el periódico que estaba leyendo.

—Vais a dejar la alfombra perdida de agua —observó.

—¿Dónde está papá? —pregunté con la frente perlada de gotas de lluvia. Aaron y yo estábamos empapados de pies a cabeza.

—Aquí estoy. —Mi padre apareció detrás de nosotros. Se había cambiado la ropa de trabajo—. ¿A qué viene tanto alboroto?

—¡El monstruo! —exclamé—. El señor Mortman…

Mamá meneó la cabeza y levantó la mano para imponerme silencio, pero Aaron se apresuró a acudir en mi ayuda.

—¡Yo también lo he visto! —exclamó—. ¡Lucy no se lo ha inventado! ¡Es verdad!

Mamá y papá escucharon a Aaron. Sabía que lo harían. Él les contó lo que había visto en la biblioteca. Les contó que el bibliotecario se había convertido en monstruo y me había perseguido hasta el rincón.

Mamá escuchó atentamente el relato de Aaron.

—Supongo que la historia de Lucy es verdad —dijo cuando Aaron hubo terminado.

—Sí, supongo que sí —convino papá, poniéndome con suavidad una mano en el hombro.

—Bueno, y ahora que por fin me creéis, ¿qué vas a hacer, papá? —pregunté.

Me miró pensativo.

—Invitaremos al señor Mortman a cenar —dijo.

—¿Qué? —le miré con ojos desorbitados, mientras me corría el agua por la cara—. ¿Qué vais a hacer? ¡Intentó engullirme! ¡No podéis invitarle aquí! —protesté—. ¡No podéis!

—No tenemos alternativa, Lucy —sentenció papá—. Le invitaremos a cenar.