Mi primer impulso fue huir. El segundo, cerrar de golpe la puerta. Después pensé en correr escaleras arriba y esconderme en mi habitación, pero era demasiado tarde para ocultarme. El señor Mortman ya me había visto. Me estaba mirando a través de la puerta de rejilla con sus ojillos negros y una maligna sonrisa en su rostro pálido y redondo.

Me ha visto. Me ha visto espiándole en la biblioteca. Me ha visto huir. Sabe que conozco su secreto. Sabe que sé que es un monstruo, y ha venido por mí. Ha venido a deshacerse de mí para preservar su secreto.

—¿Lucy? —llamó.

Le miré a través de la rejilla.

Descubrí en sus ojos que sabía que yo era quien había estado en la biblioteca.

El sol se había puesto ya casi por completo, Detrás del señor Mortman, el cielo presentaba una tonalidad púrpura. Su cara parecía más pálida aún que de ordinario bajo la luz del crepúsculo.

—Hola, Lucy. Soy yo —dijo.

Estaba esperando que yo dijera algo, pero el pánico me tenía inmovilizada mientras trataba de decidir entre salir huyendo, ponerme a gritar, o hacer las dos cosas.

Randy había empezado a bajar la escalera y se detuvo en uno de los peldaños.

—¿Quién es? —preguntó.

—El señor Mortman —respondí.

—Oh. —Eso fue todo lo que dijo mi hermano. Terminó de bajar y después pasó junto a mí, camino de la leonera.

—Hola, señor Mortman —conseguí decir, sin acercarme más a la puerta. Luego añadí—: Mis padres no están en casa.

Me di cuenta al instante de que había sido una estupidez decir aquello. Ahora el monstruo sabía que Randy y yo estábamos solos. ¿Por qué he dicho eso?, me pregunté. ¿Cómo he podido ser tan idiota?

—No he venido a ver a tus padres —replicó el señor Mortman con voz suave—. He venido a verte a ti, Lucy.

¡Lo sabe!, pensé. ¡Es verdad que lo sabe! ¡Estoy perdida!

Tragué saliva. No sabía qué decir. Recorrí con los ojos el vestíbulo en busca de un arma, coger algo con lo que golpearle cuando irrumpiera a través de la puerta de rejilla e intentase agarrarme.

El señor Mortman entornó los ojos, y la sonrisa desapareció de su rostro.

¡Ya está!, pensé.

No había nada a mano que yo pudiera utilizar contra él, aparte de un jarroncito de cristal con flores. No creí que eso resultara demasiado eficaz contra un monstruo enfurecido.

—Creo que esto es tuyo, Lucy —dijo el señor Mortman, mostrándome mi mochila de lona azul.

—¿Qué?

—Lo encontré entre las estanterías —continuó, sonriendo de nuevo—. No sabía quién se la había dejado, pero encontré tu nombre y dirección en la etiqueta.

—Usted… ¿Quiere decir que…? —tartamudeé.

—Siempre voy andando a casa después de cerrar la biblioteca, así que decidí traértela —explicó.

¿Era una trampa? Observé cautelosamente su cara. Me resultaba imposible saber qué estaba pensando. No tenía opción. Abrí la puerta de rejilla y él me entregó la mochila.

—Muchas gracias —dije—. Ha sido muy amable por su parte.

Se estiró las mangas de su jersey amarillo.

—Bueno, pensaba que tal vez querrías empezar a leer esta noche La casita verde de Ana —indicó.

—Sí, desde luego —respondí con tono inseguro.

—Supongo que te marchaste muy deprisa de la biblioteca —comentó el señor Mortman, mirándome fijamente a los ojos.

—Oh…, sí. Tenía que volver a casa —expliqué, dirigiendo la vista hacia la leonera. La música de los dibujos animados flotaba en el vestíbulo.

—¿Así que no te quedaste por allí después de nuestra conversación?

¿Lo sabe —me pregunté— o sólo está tratando de averiguar si era yo o no?

—No —respondí, procurando que no me temblara la voz—. Salí corriendo. Tenía prisa. Supongo que por eso me olvidé la mochila.

—Comprendo —respondió con tono pensativo el señor Mortman al tiempo que se frotaba las mejillas.

—¿Por qué? —dije de sopetón.

La pregunta pareció sorprenderle.

—Oh, en realidad no es nada —explicó—. Creo que alguien se quedó en la biblioteca después de cerrar.

—¿De verdad? —exclamé, abriendo desmesuradamente los ojos y tratando de parecer lo más inocente posible—. ¿Por qué iba alguien a hacer eso?

—Para asustarme —respondió con una risita—. Algunos chicos no tienen nada mejor que hacer que intentar asustar al bueno del bibliotecario.

Pero tú no eres bueno ni nada por el estilo, pensé. ¡Tú eres un monstruo!

—Me levanté a echar un vistazo —continuó el señor Mortman—, pero fuera quien fuese, ya se había marchado. —Rió de nuevo.

—A mí no me gustaría quedarme allí encerrada por la noche —dije, observando su cara y con la esperanza de que mi aire de inocencia resultase convincente.

—¡A mí tampoco! —exclamó—. ¡Es un edificio bastante siniestro! A veces me sobresaltan los crujidos que se oyen, e incluso me dan un poco de miedo.

Sí, seguro, pensé sarcásticamente.

Detrás de él vi el coche de mis padres que se acercaba por el camino de la casa. Lancé un silencioso suspiro de alivio. ¡Gracias a Dios que por fin llegaban a casa!

—Tengo que marcharme —dijo con tono amable el señor Mortman. Se dio la vuelta y observó cómo mis padres pasaban de largo ante él en dirección a la trasera de la casa.

—Gracias por traerme la mochila —dije, impaciente por saludar a mis padres.

—No tiene importancia. Hasta la semana que viene. —Se alejó con paso rápido.

Fui corriendo a la cocina en el preciso momento en que mamá entraba con una bolsa de comida en la mano.

—¿No era el señor Mortman ése que estaba en la puerta? —preguntó sorprendida.

—Sí —respondí con apremio—. Me alegro de que hayas venido, mamá. Tengo que decirte…

—¿Qué quería? —me interrumpió.

—Él…, bueno, me ha traído la mochila. Me la había dejado en la biblioteca. Tengo que hablarte de él, mamá. Él…

—Ha sido un bonito detalle por su parte —comentó mamá, dejando la bolsa de comida sobre la repisa—. ¿Cómo es que te la olvidaste, Lucy?

—Me marché corriendo, mamá. Es que…

—Bueno, ha sido todo un detalle por parte del señor Mortman —me interrumpió de nuevo. Empezó a sacar cosas de la bolsa—. Él no vive en esta dirección, creo que vive hacia la parte norte.

—¡Mamá, quiero decirte algo! —grité con impaciencia. Tenía los puños apretados y el corazón me latía con fuerza—. ¡El señor Mortman es un monstruo!

—¿Qué? —Se volvió a mirarme.

—¡Es un monstruo, mamá! ¡Un monstruo de verdad! —exclamé.

—Lucy, tú ves monstruos por todas partes.

—¡Mamá!

—¡Basta, Lucy! Deja de decir tonterías. Espero que te hayas mostrado educada con el señor Mortman.

—¡Mamá!

—¡Basta! Vete afuera y ayuda a tu padre a traer el resto de la compra.