Me agarré a la cómoda y lancé un grito de terror.
El monstruo me miraba fijamente con sus redondos ojos, uno de ellos más grande que el otro. No se movió de mi almohada. Lanzó una aguda risita. Quiero decir que me pareció oírle lanzar una risita. Tardé unos instantes en comprender que la risita había sonado a mis espaldas.
Me volví en redondo y vi a Randy al otro lado de la puerta. Al ver la aterrorizada expresión de mi rostro, su risita se convirtió en estruendosa carcajada.
—¿Te gusta? —preguntó mientras entraba en la habitación y se acercaba a mi cama—. Lo hice en clase de arte.
—¿Qué?
Randy cogió la oscura cabeza del monstruo y me di cuenta entonces de que el pelo era lana de color marrón y que la cara estaba pintada.
—Es de cartón —anunció orgullosamente Randy—. Bonito, ¿eh?
Lancé un prolongado suspiro y me dejé caer en el borde de la cama.
—Sí, muy bonito —dije con acritud.
—Puse almohadas debajo de las sábanas para que pareciese que tenía cuerpo —continuó Randy, sonriendo. Su sonrisa se parecía mucho a la del monstruo.
—Muy astuto —comenté malhumorada—. Escucha, Randy. Acaba de ocurrirme algo realmente terrible, y no estoy de humor para bromas.
Su sonrisa se hizo más amplia. Me echó la cabeza del monstruo. La cogí y me la puse sobre el regazo. Él me hizo gesto de que se la tirase, pero me negué.
—¿No me has oído? —exclamé—. Estoy muy asustada. He visto un monstruo. Un monstruo de verdad, en la biblioteca.
—Estás furiosa porque te he dado un buen susto… —dijo Randy.
—El señor Mortman es un monstruo —declaré, haciendo rebotar en mi regazo la cabeza de cartón—. Lo he visto transformarse en monstruo. La cabeza le aumentó de tamaño, se le salieron los ojos de las órbitas y la boca se abrió en una mueca horrible.
—¡Calla! —exclamó Randy, que empezaba a estar asustado.
—Le he visto comer moscas —continué—. Puñados de moscas.
—¿Moscas? —preguntó Randy—. ¡Jo!
—Y luego le he visto comerse una de las tortugas que tiene en esa especie de cacerola sobre la mesa. Le he visto metérsela en la boca y masticarla.
Randy se estremeció. Me miró pensativamente. Por un momento pensé que tal vez me creyera, pero enseguida cambió de expresión y meneó la cabeza.
—Es inútil, Lucy. Estás enfadada porque esta vez he sido yo el que te ha asustado a ti, así que no intentes meterme miedo porque no lo vas a conseguir.
Randy me cogió del regazo la cabeza del monstruo y se dirigió hacia la puerta.
—No te creo lo del señor Mortman.
—¡Pues es verdad! —protesté con voz aguda.
—Me estoy perdiendo los dibujos animados —dijo.
En ese instante oí que llamaban a la puerta de la calle.
—¡Mamá! —exclamé.
Me levanté de un salto de la cama y eché a correr hacia la escalera. Aparté a Randy de un empujón y bajé volando los peldaños, de tres en tres.
—¡Mamá! ¡Papá! Tengo que contaros…
Me detuve, petrificada, ante la puerta de rejilla. No eran mis padres. Era el señor Mortman.