—¡Ahhhh!
Randy lanzó otro grito de terror. Luego echó a correr a toda velocidad hacia la casa, llamando a mamá. Yo fui tras él. No quería tener problemas por haberle asustado otra vez.
—¡Espera, Randy! ¡Espera! ¡Estoy bien! —grité, riendo.
Naturalmente, había metido los dedos de los pies entre la tierra, pero Randy estaba demasiado asustado para darse cuenta.
—¡Espera! —grité—. ¡No te he enseñado el monstruo del árbol!
Al oír aquello se detuvo y se volvió a mirarme, con la cara desencajada todavía por efecto del miedo.
—¿Qué?
—Hay un monstruo en la copa del árbol —dije, señalando el sasafrás bajo el que habíamos estado sentados—. Un monstruo de árbol, yo lo he visto.
—¡No te creo! —gritó, y echó a correr de nuevo en dirección a la casa.
—¡Si vienes te lo enseño! —dije haciendo bocina con las manos para que me oyese.
No miró hacia atrás. Le vi subir a trompicones los escalones que llevaban a la puerta trasera y desaparecer en el interior de la casa. La puerta de rejilla se cerró de golpe tras él.
Me quedé mirando hacia la casa, esperando que Randy asomara de nuevo su cara asustada, pero no lo hizo.
Me eché a reír. El comededos era una de mis mejores creaciones, y aquello de esconder los dedos de los pies entre la tierra y fingir que el monstruo me los había comido a mí también había sido un golpe de efecto genial.
Pobre Randy. Era una víctima demasiado fácil. Ahora seguramente estaría en la cocina, contándoselo todo a mamá. Eso significaba que no tardaría en caerme otro sermón sobre lo mal que estaba asustar a mi hermano pequeño y llenarle la cabeza de historias de monstruos. Pero, ¿en qué otra cosa podía entretenerme?
Continué allí, mirando hacia la casa, esperando que me llamaran. De pronto, una mano me agarró con fuerza el hombro.
—¡Ya te tengo! —gruñó una voz.
—¡Oh! —chillé, dando un respingo de terror.
¡Un monstruo! Giré en redondo y me encontré ante el rostro de mi amigo Aaron Messer, que se retorció de risa hasta que se le saltaron las lágrimas.
Fruncí el ceño y meneé la cabeza.
—No me has asustado —dije para disimular.
—Oh, claro que no —replicó él haciendo rodar sus ojos azules—. Por eso te has puesto a gritar pidiendo socorro.
—No he gritado pidiendo socorro —protesté—. Sólo he lanzado una pequeña exclamación de sorpresa. Eso es todo.
Aaron rió entre dientes.
—Creías que era un monstruo. Reconócelo.
—¿Un monstruo? —exclamé con tono burlón—. ¿Por qué iba a creer semejante cosa?
—Porque siempre estás pensando en lo mismo —respondió él afectadamente—. Estás obsesionada.
—Obsesionada… oh, qué cosa —me burlé.
Me hizo una mueca. Aaron es el único de mis amigos que se ha quedado aquí este verano. Dentro de unos meses sus padres se lo llevarán a algún lugar del oeste, pero mientras tanto anda por aquí y me hace compañía.
Aaron es un palmo más alto que yo, como todos. Tiene el pelo rojizo y muy rizado y la cara llena de pecas. Es muy delgado y lleva pantalones muy anchos, que le hacen parecer más delgado aún.
—¿Por qué ha entrado Randy en casa corriendo y gritando como un loco? —preguntó Aaron.
Vi que Randy nos miraba desde la ventana de la cocina.
—Creo que ha visto un monstruo —expliqué a Aaron.
—¡No me vengas otra vez con monstruos! —exclamó Aaron. Me empujó amistosamente—. ¡Venga ya!
—Hay uno en la copa de ese árbol —afirmé con toda seriedad, señalando hacia arriba.
Aaron se volvió para mirar.
—Estás de guasa —dijo sonriendo.
—No, de veras —insistí—. Hay un monstruo horrible. Creo que se ha quedado atrapado entre las ramas.
—¡Basta, Lucy! —exclamó Aaron.
—Eso es lo que vio Randy —continué—. Eso es lo que le hizo echar a correr hacia casa.
—Tú ves monstruos por todas partes —replicó Aaron—. ¿No te cansas nunca?
—Esta vez no bromeo —aseguré. Me temblaba la barbilla y mi cara reflejó una expresión de miedo horrible mientras miraba por encima del hombro de Aaron hacia el corpulento y frondoso sasafrás—. Te lo voy a demostrar.
—Claro, por supuesto —replicó Aaron con su habitual sarcasmo.
—Ya verás, coge esa escoba. —Señalé la escoba apoyada contra la pared de la casa.
—¿Para qué? —preguntó Aaron.
—Coge la escoba —insistí—. A ver si conseguimos hacer bajar al monstruo del árbol.
—¿Y por qué tenemos que hacer eso? —objetó Aaron. Parecía indeciso y me di cuenta de que empezaba a considerar que yo estuviera hablando en serio.
—Para que me creas —respondí con voz grave.
—Yo no creo en monstruos —replicó—. Tú lo sabes, Lucy. Las historias de monstruos te las puedes guardar para Randy, que es un crío.
—¿Me creerás si cae uno de ese árbol? —pregunté.
—No va a caer nada de ese árbol, como no sea unas cuantas hojas.
—Coge la escoba y vamos a verlo.
—Está bien. De acuerdo. —Se fue trotando hacia la casa.
Le cogí la escoba cuando regresó con ella.
—Vamos —dije, echando a andar hacia el árbol—. Espero que no se haya marchado el monstruo.
Aaron hizo rodar los ojos.
—Parece mentira que te siga la corriente, Lucy. Eso quiere decir que estoy más aburrido que una ostra.
—Como el monstruo siga todavía ahí arriba, dentro de un momento no vas a estar aburrido —prometí.
Penetramos en la zona cubierta por la sombra del árbol. Me acerqué al tronco y levanté la vista hacia las frondosas ramas.
—Estáte quieto ahí. —Le puse la mano en el pecho para impedir que se acercase—. Podría ser peligroso.
—No me vengas con tonterías —murmuró por lo bajo.
—Voy a sacudir la rama para hacerlo caer.
—Vamos a ver si lo entiendo —dijo Aaron—. ¿Esperas que me crea que vas a sacudir la rama con la escoba y que un monstruo va a caer rodando al suelo?
—Desde luego. —Vi que el mango de la escoba no era lo bastante largo—. Tendré que trepar un poco —le dije a Aaron—. Tú vigila bien.
—Oh, estoy temblando. ¡Tengo muuuchísimo miedo! —se burló Aaron.
Me agarré al tronco del árbol y subí hasta la rama más baja. Tardé un poco porque me estorbaba la escoba que llevaba en una mano.
—¿Ves algún horrible monstruo ahí arriba? —preguntó Aaron con tono de guasa.
—Está ahí —respondí con voz temblorosa—. Está atrapado ahí arriba. Creo que está… muy enfadado.
Aaron soltó una risita.
—¡Qué tonta eres!
Me icé hasta quedar arrodillada en la rama. Luego levanté la escoba. La levanté hasta la rama siguiente. Más arriba. Más arriba. Después, agarrándome al tronco con la mano libre, alcé la escoba todo lo que pude y golpeé con ella la rama. ¡Premio!
Bajé inmediatamente los ojos para ver a Aaron, que lanzó un impresionante aullido de terror cuando el monstruo cayó del árbol y fue a parar directamente sobre su pecho.