13. JUAN MATUS
Este es el nombre del chamán que hizo famoso a Carlos Castañeda en una saga de libros que empezó con Las enseñanzas de Don Juan. Los académicos los criticaron severamente y argumentaron que todo lo dicho en esos textos era pura ficción, como si al decir eso estuvieran insultando y desprestigiando al autor. Lo cierto es que Castañeda afirmó hasta el final de sus días que todo era biográfico, que era cierto y que no tenía por qué viajar hasta México y exponer al chamán a la publicidad, a entrevistas engorrosas y a las cámaras de la prensa para que sus libros fueran avalados por dos o tres críticos que a él le tenían sin cuidado. Tenía toda la razón. Por eso el chamán Juan Matus no apareció nunca y al día de hoy no tenemos ni idea sobre si existió o si se trató de un personaje literario. Lo cual, por supuesto, es irrelevante. Don Quijote no sería hoy en día más importante si comprobáramos que fue un hidalgo de verdad de la época de Cervantes.
Lo que es indudable es que buena parte del público que sufrió la crisis de la razón occidental posterior a la Segunda Guerra vio en estos libros una serie de enseñanzas de altísima poesía. La generación hippie hizo conexiones con sus propias exploraciones psicodélicas y muchos de ellos terminaron en México aprendiendo rituales indígenas y comiendo peyote para adentrarse en las múltiples dimensiones de las que habla Don Juan en estos libros.
Cómo olvidar estas sentencias de Don Juan sobre todos nosotros:
«Es la condición del hombre en general el permanecer en un estado espeluznante de caos. Nadie está mejor que otro. Todos somos seres que vamos a morir, y a menos que tomemos en cuenta cabal esta situación, no hay remedio para nosotros».
Siempre me gustó de Castañeda que rehuía la prensa, las entrevistas, las fotografías, las filmaciones, los eventos públicos, los cocteles y la vida social. Era un antropólogo solitario, introspectivo, alejado de las grandes multitudes y de los salones plagados de intelectuales y artistas. Creía, como muchos de nuestros indios americanos, que las fotos eran peligrosas porque fijaban nuestro ser en el tiempo y en el espacio. Después de las largas iniciaciones de las que había hecho parte, después de haber sido un aprendiz de chamán, desconfiaba vehementemente de todo protagonismo. Como muchas otras de las tradiciones espirituales, consideraba al ego como el origen de todos los males del hombre occidental. Un sistema que fomenta el yo y la importancia personal es peligroso porque extravía a los suyos en los laberintos de una ignorancia cruel e inhumana. No hay nada que deba encender más nuestras alarmas que una persona que cree que el mundo empieza y termina en ella. Un ego henchido es un agujero negro que tarde o temprano nos conduce al centro del infierno.
Castañeda murió como había vivido: solo y en un anonimato que él mismo había elegido. A su funeral asistieron solamente dos o tres amigos muy cercanos.