8. ADHESIÓN ESPIRITUAL

Desde el siglo XIX, gracias a los experimentos que realizara el médico alemán Franz Anton Mesmer con el hipnotismo, empezó a quedar en claro que la identidad es una falacia, un anhelo, más que una realidad. No somos uno. Parecería que al interior del cerebro existe cierta plasticidad que nos pone en comunicación con otras fuerzas que están en un entorno no siempre fácil de detectar.

Mesmer dio en la clave de algo que parece moverse en la sombra, detrás de nuestra pretendida personalidad única e indivisible. Los hipnotizados ingresaban en una dimensión extraña que estaba más allá de las coordenadas establecidas. Eso dejó en evidencia que, por lo menos, éramos dos, el ser que se movía en la vida cotidiana, y ese otro que aparecía durante las sesiones de hipnosis.

El doctor Frederick H. W. Myers, que murió en los primeros años del siglo XX, escribió un libro fascinante a partir de sus experiencias con médiums de la época: La personalidad humana y su supervivencia a la muerte corporal. Una de las hipótesis de Myers es que desconocemos por completo cómo opera el cerebro en sus funciones ordinarias. Esa es la rama de la medicina más atrasada porque se trata del cerebro estudiando el cerebro. Si desconocemos esas funciones, con mayor razón ignoramos las funciones extraordinarias, esto es, cómo nos comportamos en situaciones extremas o desconocidas. Parecería que somos capaces de ir más allá de las coordenadas espacio-temporales.

Una postura semejante, por supuesto, está más cerca del chamanismo y de prácticas religiosas antiguas. Los sacerdotes indígenas, bien sea en Asia, en África o en América, saben que en las múltiples dimensiones de una realidad caleidoscópica habitan entidades, fuerzas sobrecogedoras que pueden ponerse a nuestro favor, pero que también pueden atacarnos y herirnos de manera peligrosa. Lo mismo sabían la pitonisa griega en la antigua Europa o la hechicera medieval que acudía al sabbat en busca de esos estados alterados de conciencia. El brujo exorciza, limpia, sana a sus pacientes mediante la expulsión de esos espíritus dañinos y perjudiciales. Myers no ve ningún inconveniente en aprender esos rituales y en liberar a ciertos pacientes de la posesión. Lo importante es sanarlos y regresarles su salud, tanto física como espiritual.

Esta tesis fue retomada por el terapeuta Terence Palmer, quien obtuvo un doctorado en el Reino Unido con una tesis sobre la terapia de liberación espiritual. Dice Palmer:

«Cada cultura y cada sistema de creencias religiosas a lo largo de la historia humana tienen sus creencias tradicionales referentes a la posesión de espíritus de una forma u otra, con rituales correspondientes para la liberación o exorcismo de entidades espirituales… Permitir el acomodo de toda la experiencia humana en un marco científico más amplio es una perspectiva aterradora, por varias razones. Pero el miedo es la causa de todo el sufrimiento humano, y solo cuando la ciencia médica pone a un lado sus propios temores de equivocarse puede tratar la enfermedad de manera eficaz al mostrar cómo se le da remedio al miedo».

El doctor William Baldwin, fallecido en el año 2004, estaba convencido de que una experiencia traumática podía causar que la conciencia se retirase del cuerpo y que entrara una conciencia dos misteriosa y extraña cuya procedencia desconocemos. Por ello, se dedicó toda su vida a establecer un mecanismo, un ritual, un método por medio del cual fuese posible expulsar a esas otras identidades que de pronto aparecían en los cuerpos de los pacientes.

Me parece fascinante ver una corriente de médicos, psicólogos y psiquiatras saliéndose de las normas establecidas para hacerle frente a esas voces, a esos seres, a esas entidades que de un momento a otro y sin consultarnos, ingresan en nosotros y se apoderan de nuestra existencia. No son exorcistas ni brujos de tribus primitivas. Son médicos graduados en universidades prestigiosas, muchas veces ateos seculares que no practican ninguna religión, y que aún así deciden adentrarse en el misterio a sabiendas de que serán estigmatizados y expulsados por la academia ortodoxa tradicional.

También me ha llamado siempre la atención el doctor Alan Sanderson, un psiquiatra inglés ya anciano que empezó a notar en varios de sus pacientes que en las posesiones no aparecían demonios, sino seres conocidos: un bisabuelo ya fallecido, una tía, un vecino muerto recientemente y con el cual habíamos mantenido una relación difícil. Es decir, es posible que otros espíritus se adhieran a nosotros y nos enfermen, nos depriman o lleguen incluso al punto de tomarse nuestro cuerpo por asalto.

Lo curioso del método de Sanderson, que también comparten otros terapeutas de esta misma línea, es que ha reunido un archivo impresionante a lo largo de muchos años en el cual se escuchan estas presencias identificándose, hablando, explicándose. El paciente entra en hipnosis y de repente surge en su garganta esa otra voz que se presenta como un hombre o una mujer que ha decidido no desaparecer del todo, sino que por el contrario desea un cuerpo para continuar existiendo.

¿Es todo esto una patraña, un juego de psicosis, un sistema de creencias del paciente? No lo sé, pero es por lo menos sorprendente escuchar a esos seres que parecen provenir de un universo paralelo identificándose con nombre propio y contando sus dolores, sus dudas, sus pérdidas más traumáticas. Lo que hace el doctor Sanderson, entonces, es ayudarlos a que continúen su camino, que sigan el tránsito que les corresponde hacia ese otro lado donde los están esperando sus otros parientes y conocidos. De este modo, el paciente queda libre de esas adhesiones espirituales y puede retomar la dirección de su vida sin interrupciones ni ataques que la lesionen gravemente.