10. KUNDALINI

Durante los años noventa se corrió el rumor de que había un yogui en la India que llevaba setenta años sin comer ni beber nada. La mayoría del tiempo se la pasaba en las montañas meditando en cuevas y sitios retirados, pero una vez al año bajaba a la ciudad a visitar a algunos familiares. Varios peregrinos y practicantes espirituales occidentales lo habían visto con sus propios ojos, pero no dejaba de ser un rumor, una historia más entre las tantas que pueblan este país mágico y misterioso.

Les consultaron a varios expertos alemanes, médicos que llevaban años estudiando las funciones metabólicas, y todos coincidieron en que algo así era completamente imposible. Al tercer o cuarto día el cuerpo empieza a descomponerse y a mostrar signos graves de deterioro y debilidad. Como un ejemplo contundente, uno de esos especialistas citó los campos de exterminio durante el nazismo: el ayuno conducía a los prisioneros poco a poco a una delgadez enfermiza que al final terminaba matándolos. Como un lapso de tiempo límite para un experimento de esa clase dijeron que diez días eran suficientes para ver el impacto negativo sobre el cuerpo y la desnutrición del sujeto que se sometiera a algo así.

Pues bien, aunque parezca mentira, en el 2003 el doctor indio Sudhir V. Shah, director de neurociencias del hospital Sterling en Ahmedabad, contactó al yogui Prahlad Jani y le dijo que si aceptaba internarse en el hospital durante diez días él podía supervisarlo para dejar constancia de lo sucedido. Si era cierto que no comía ni bebía nada, el mundo se enteraría de ello. Y si era un fraude, le quitaría la máscara y descubriría el engaño. El yogui se sonrió y aceptó sin problemas, como si se tratara de un juego divertido.

La imagen del día en que el yogui ingresa al hospital es magnífica: se trata de un anciano de ochenta años vestido con una túnica rosada, de barba y bigotes blancos, con el pelo recogido atrás en una coleta un tanto femenina, con aretes, con las uñas pintadas de rojo y una mirada potente y felina que parece estar, en efecto, en otra dimensión. El Ministerio Indio de Defensa y la Asociación Médica de Ahmedabad aceptan colaborar en la vigilancia extrema del santón yogui.

Lo encierran en una sala alejada del entorno, completamente incomunicado. Varias cámaras están grabando las veinticuatro horas del día. Algunos aparatos van indicando qué sucede en su cuerpo. Se revisa su sangre, su vejiga, su presión arterial, el funcionamiento de casi todos sus órganos.

Hay varios videos en YouTube que muestran su comportamiento a lo largo de los días. Al tercer día está como si nada, al cuarto se la pasa meditando, al quinto se ríe como un niño, al sexto se baña solo mientras recita textos sagrados, y así continúa tranquilo, divirtiéndose, como si estuviera jugando con los médicos y el cuerpo de especialistas del hospital. Al décimo día está activo, relajado, feliz.

Fueron diez días sin comer, sin beber, sin defecar ni orinar, y los médicos siguen sin entender qué fue lo que pasó, cómo pudo el yogui entrar y salir del hospital tan campante.

Cuando le preguntan al anciano cómo lo hace, cómo es que lleva setenta años sin comer ni beber nada, él habla de alimentación pránica, de la energía del sol entrando a su cuerpo, de traspaso de energía a través de Kundalini, la línea que conecta los chakras del cuerpo.

Lo cierto es que los médicos alemanes tuvieron que rendirse ante la evidencia y uno de ellos explica muy bien cómo se vio obligado a cambiar su forma de pensar. Dice que dejó de repetir «eso es imposible», para decir más bien «me cuesta mucho imaginar algo así».

Genial. Quizás la realidad es justamente eso: un problema de imaginación.