Capítulo 29
—Dentro de unas semanas cumplirás cuarenta.
Pat se rió. Aún era un hombre apuesto, a pesar de tener las mismas facciones duras que su padre. Lil tenía que admitir que, aunque era su hijo, era un tipo atractivo de cojones, y él lo sabía.
—Bueno, mamá. De todas formas no pienso hacer ninguna fiesta. Ya sabemos lo que sucedió en la última.
Lil no se rió. Habían pasado muchos años, pero el recuerdo aún estaba vivo, no lo había superado. Patrick lo notó, se acercó hasta ella y la abrazó:
—Lo siento, mamá. Ha sido una broma de mal gusto.
Ella se encogió de hombros, como si no le afectase, pero él sabía que no era cierto.
—Fue hace mucho tiempo. Ya está todo pasado.
Siguió anotando en los libros que tenía apilados delante de ella. Pat la observó durante un rato. Era una mujer aventurera y enérgica, quizá algo salvaje, y por todo ello la quería.
Era una leyenda en el Soho y hacía alarde de su reputación. El había tenido momentos mejores a lo largo de esos años, pero su madre, la vieja Lil Brodie, había dirigido los clubes y los había convertido en verdaderas minas de oro.
Lil levantó la cabeza y le miró por encima de sus lujosas gafas de marca. Pat, riendo, le dijo:
—Eres una abuelita sumamente atractiva.
—Vete a la mierda y sírveme otro brandy, ¿quieres?
Sirvió dos copas y Lil se echó para atrás en su sillón de respaldo ancho. Después de bostezar dijo:
—¿Has hablado con Lance ya?
Pat presentía que le iba a hacer esa pregunta, así que no le quedaba más remedio que responder. Si no lo hacía, lo averiguaría por otro lado. Eso suponiendo que no lo supiera ya y sólo esperase para ver si le decía la verdad. No sería la primera vez que le hacía una jugarreta así.
Negó con la cabeza y ella vio lo espeso que tenía el pelo, que ahora empezaba a encanecer. Le sentaba bien. Los hombres, definitivamente, envejecían mejor que las mujeres, pensó. Lo que a ellas les hacía recalcar su edad, a ellos les favorecía. Era una mala jugarreta de la naturaleza.
—Estoy esperando que se pase por aquí esta noche. Le he dejado un mensaje en el móvil —dijo Pat.
Lil le dio un golpe en el vaso para indicarle que le sirviera otra copa.
—¿Quieres que lo haga yo? —preguntó Lil.
Pat se mordía los labios. Deseaba decirle que se mantuviera al margen, pero no podía porque resultaba muy difícil decirle a Lil Brodie algo que ella no quisiera oír.
—Déjamelo a mí, mamá. Lo tengo todo bajo control.
Lil cogió el vaso que le tendía Pat, le dio un sorbo al brandy, se echó de nuevo contra el respaldo y lo miró con expectación.
Pat se sentó enfrente de ella. Su madre seguía siendo una mujer atractiva y se conservaba bastante bien. Recientemente se había hecho algunos arreglos, nada del otro mundo, sólo las ojeras y se había realzado el pecho, para rejuvenecerse un poco.
Además, sabía vestirse. Llevaba siempre trajes hechos a medida y le gustaban las bufandas; las bufandas caras que ella envolvía alrededor de su cuello de forma artística. Llevaba el pelo teñido de rubio, corto, con un peinado sencillo que recalcaba sus facciones. Sabía que también tenía las piernas bonitas, pues había visto a muchos jóvenes mirárselas y sabía que a ella le gustaba enseñarlas. Para ser una mujer que había tenido ocho hijos estaba realmente bien.
Estaba algo delgada, eso sí. Desde la desaparición de Colleen no había recuperado su peso. Comía como un pájaro y sabía que no dormía bien. Pero desde entonces tampoco lo hacía él.
—Bueno, pero me gustaría estar presente cuando hables con él —dijo Lil.
Pat asintió, pues no aceptaría un «no» por respuesta y sabía por experiencia que era mejor dejarla hacer lo que se le antojase.
—Pero mantente al margen, ¿de acuerdo?
Lil sonrió.
—Por supuesto. ¿Por quién me has tomado?
Ella lo vio en su cara cuando él levantó las cejas.
—Ya lo veo. Por una vieja chismosa.
Los dos se rieron y ella bostezó, preguntándose dónde les llevaría los acontecimientos de la noche.
—Billy Boot es un buen tío y no creo que mienta, Pat. Si dice algo, yo le creería a él.
—¿Por encima de Lance? —preguntó Pat sabiendo de sobra la respuesta que su madre le daría.
—Especialmente por encima de Lance.
Lil sonrió y Pat pudo ver en su rostro el gesto que ponía siempre que se hablaba de Lance. Se decía que ella sólo lo toleraba y era cierto; aunque, a veces, ni eso.
Lil se dio cuenta de que la conversación había llegado a su fin, así que se echó contra el respaldo de nuevo y se relajó contemplando sus dominios con alivio. Le encantaban los clubes, siempre había sido así. Pat había recuperado lo que pertenecía a su padre y ella se había encargado de convertirlos en negocios rentables. Era un justo tributo al hombre que había amado y que había perdido hace muchos años.
También quería ver qué tenía que decir Lance acerca de lo que le había contado Billy Boot y, si eso afectaba a los clubes o a cualquier otro negocio que ellos tuvieran entre manos, no sólo estaba interesada, sino también intrigada.
Eileen se había encerrado en el cuarto de baño; ese nuevo cuarto de baño que había costado una pequeña fortuna y que no le había producido ni la más mínima satisfacción. Estaba de pie, con las manos agarrando los bordes del lavabo y a punto de llorar, preguntándose qué narices había visto en ese tío.
—Eileen, abre la puñetera puerta.
La voz de su marido sonaba amenazante y deseó que se muriera de un ataque al corazón o de un accidente de coche.
—¡Vete a la mierda!
—Vete tú. Yo no pienso pedírtelo más.
Lo oyó alejarse. Siempre armaba el mismo ruido, no parecía caminar, sino dar zapatazos. Andaba por la vida como si tuviera todo el derecho del mundo a interferir en los asuntos de los demás, a acosar a todo el que se le ponía por delante. Lo despreciaba y se preguntaba cómo narices había terminado casándose con él.
Sin embargo, conocía de sobra la respuesta, aunque no le gustase admitirlo. Oyó que arrancaba el coche y el chillido de los neumáticos cuando éste se puso en marcha. Entonces abrió la puerta del cuarto de baño y bajó las escaleras.
Tenía enormes deseos de tomarse una copa y se fue directamente a la cocina. Arrastró un taburete de la barra hasta el armario que estaba al lado de la despensa. Se subió a él y vio que estaba vacío. No vacío del todo, pues allí guardaba las herramientas de la piscina, pero sí sin la botella de vodka que había guardado aquel mismo día por la mañana.
Cerró la puerta de un portazo y saltó del taburete gritando:
—¡Qué hijo de puta es! ¡Qué puñetero cabrón!
Gritar le hizo sentirse bien, pues le calmó por dentro. Luego cogió las llaves del coche y salió de la casa. Pocos minutos después, cuando se dirigía a la tienda de licores más próxima, se dio cuenta de que estaba por encima del límite, para empezar estaba conduciendo muy lentamente y además estaba a punto de perder la conciencia.
Dejó el Mercedes 220 en la puerta de la tienda de licores y, después de comprar lo que quería, regresó a casa caminando alegremente. Tiró las llaves del coche a una alcantarilla, riéndose de lo que diría su marido cuando supiera lo que había hecho con ellas, pero entonces se dio cuenta de que en ese mismo llavero tenía las llaves de la casa. Tuvo que entrar rompiendo uno de los paneles de cristal de la puerta trasera. No era la primera vez que lo hacía y dejó los cristales en el suelo y la puerta abierta. Pensaba darle verdaderos motivos para quejarse, pues sólo se sentía feliz cuando tenía algún motivo de queja. Era un gilipollas miserable y estaba harta de él y de sus sermones. Era como vivir con un sombrío agorero. Se sirvió un buen vaso de whisky, encendió un cigarro y se preparó una línea de coca de primera calidad. A tomar por el culo, se dijo. Pensaba festejarlo, y pensaba hacerlo a lo grande.
—¿Qué tal, papá?
Shawn era todo sonrisas cuando Jambo se acercó hasta donde estaba en el bar.
—Bien. ¿Y tú, hijo?
Jambo se conservaba bien; de hecho, casi tenía el mismo aspecto de hace veinte años. Pat siempre le decía que se debía a que jamás había tenido lo que se dice un trabajo de verdad, ni ningún tipo de preocupaciones, y él estaba de acuerdo.
Pat se mostraba cordial con él, sabía que después de la desaparición de Colleen y la enfermedad de Lil, el hecho de que estuviera siempre presente, había hecho que el muchacho sintiera un gran aprecio por él. Se llevaban bien y mantenían una comunicación muy peculiar que les hacía estar unidos.
La pobre Lil jamás había superado lo de Colleen. Ni tan siquiera el asesinato de su esposo le resultaba tan penoso. Suponía que se debía a que las mujeres, las mujeres de verdad, una vez que dan a luz, no conciben la vida sin sus hijos. Por supuesto, no incluía a Lance en esa lista, pues comprendía las reservas que siempre mostraba con respecto a él. A él le pasaba lo mismo. Lance no era del gusto de nadie. En ocasiones, el muchacho se lo ganaba a pulso.
Swan, su hijo, era ya razón para elogiarla. Lil había hecho un buen trabajo con él, al igual que todos. Era un chico tan cariñoso y feliz que daba gusto tenerlo al lado.
—¿Me has traído algo de maría?
Shawn asintió. Tenía las mismas trenzas y la misma sonrisa que su padre.
—Por supuesto. ¿Acaso no lo hago siempre?
Le pasó la hierba, verde y fragante, en una bolsa de plástico mientras dibujaba otra de sus sonrisas.
Jambo la cogió y se la metió en el bolsillo del abrigo. Luego se sentó y esperó a que el muchacho le trajera la jarra de cerveza negra que constituía su principal dieta esos días.
Shawn se levantó y se rió de nuevo.
—Voy a buscar a Christy. Tenemos que recoger un envío de hierba antes de la medianoche.
Jambo asintió.
Los dos muchachos mantenían una relación muy estrecha y eso le alegraba. A él le gustaba Christy; era un buen chico que no había heredado nada de su padre y sí mucho de su madre, afortunadamente. Tenía también su carácter y eso le había ocasionado ciertos problemas en los últimos años. Pero era trabajador, como todos ellos.
Ahora ellos dos se habían convertido en los reyes de la hierba y ambos se habían hecho unos expertos que seleccionaban la mejor maría del mercado. Algo que a él le venía muy bien, pues le daban para fumar siempre que quería. Le dio un sorbo a la cerveza y vio cómo Shawn pasaba los ojos por todas las chicas que había en la barra. Tenía fama de mujeriego y todas las mujeres tarde o temprano parecían rendirse a sus pies. Tenía una labia y una desenvoltura muy seductoras.
Siempre estaba dispuesto a pasar un buen rato con ellas y eso era lo único que buscaba. No había duda, era digno hijo de su padre.
Lance aún estaba enfadado, como siempre, pero cuando estaba tan enfadado como en aquel momento hasta Annie tenía miedo de él. Gritaba, maldecía y le tiraba los trastos a la cabeza. Nada de lo que hiciera le parecía suficientemente bueno, nada de lo que decía le resultaba de su agrado. A medida que pasaban los años le tenía más miedo, más miedo a sus cambios repentinos de humor.
—¿Me oyes?
Estaba prácticamente echado encima mientras ella trataba de ver la televisión. Ella quería ver su programa, pues siempre lo veía y, cuando se lo perdía, se enfadaba. Sin embargo, sabría que no la dejaría en paz hasta que no se fuese.
—Por supuesto que te he oído, Lance. Yo y toda la calle.
Las palabras parecieron tener su efecto. Lance se levantó y Annie se dio cuenta de lo enorme que era. En los últimos años parecía haber crecido, tanto a lo alto como a lo ancho. Estaba algo obeso y eso le daba un aspecto más intimidatorio. No tenía el aspecto de gordo feliz, como la mayoría de las personas de su constitución, sino de hombre peligroso; es decir, de lo que era.
Annie sabía que él ocultaba ciertos rasgos de personalidad que sólo mostraba de puertas para adentro. No quería que nadie supiera cómo la trataba cuando estaban solos, ya que la acosaba, le gritaba y le sacaba faltas a todo lo que hiciera. Le decía que utilizaba su vejez como excusa para no hacer nada y tomaba como un insulto personal si no satisfacía sus exigencias a cada momento. Con la única persona que se mostraba medianamente civilizado era con Kathleen y ella estaba loca de atar, aunque, por supuesto, no se atrevía a mencionarlo. Kathleen sólo salía para ir hasta la casa de su madre, pero había que admitir que eso era un gran paso para alguien que llevaba encerrada varios años en su dormitorio. Tomaba una combinación de medicamentos que la convertían en una persona casi humana y Annie estaba contenta de que se sintiera algo mejor.
—Mira que pedirme que vaya a verle, se atreve incluso a dejarme un mensaje. Que vaya al club a eso de las nueve. ¡Cómo si yo no tuviera nada mejor que hacer! ¡Cómo si no tuviera otra cosa que hacer más que rendirle cuentas a él!
Annie no dijo nada cuando lo oyó protestar. Años de experiencia le decían que lo mejor que podía hacer era guardar silencio, pues lo único que buscaba es alguien con quien poder desahogarse, y ese alguien siempre solía ser ella. Trató de mirar, aunque fuese de reojo, a la pantalla y vio a Gil Grissom de la CSI hablando con la rubia que ella tanto detestaba, pero el volumen estaba demasiado bajo para que pudiera entender lo que decían. No dijo nada, ni subió el volumen por temor a que Lance se enfadara aún más.
—¿Cómo te encuentras, Lil?
Ivana entró en la oficina con una taza de café y, poniéndola encima de la mesa, se sentó y se quitó los zapatos de tacón alto. Cuando pudo mover los dedos del pie, gimió de placer.
—Me estoy haciendo vieja para llevar estos zapatos y para estar tanto tiempo de pie.
Lil se rió.
—Y seguirás estándolo cuando tengas veinticinco años más, como yo.
—Por favor, no digas eso. Ya estoy suficientemente deprimida.
Se rieron juntas. Parecía sorprendente, porque hubo un tiempo en que a Lil no le había agradado nada esa chica y ahora la apreciaba sinceramente. Pat la había conservado a su lado y ella se lo había permitido. Lil había llegado a admirarla. En una ocasión se fue de viaje durante unas cuantas semanas y llegó a echarla de menos. La vida es extraña, pues te hace cambiar cuando menos lo esperas.
—¿Quién está con el bebé?
El bebé tenía ya doce años, aunque todos se referían a ella con ese apodo.
—Está en casa de Isabel.
Lil se relajó. Isabel era una de las cabareteras que había conseguido casarse, pero que seguía manteniendo contacto con Ivana. Ambas eran amigas íntimas. A Isabel no le importaba hacer de canguro; de hecho, tenía tres hijos suyos, por lo que la joven Georgia era casi una ayuda. A ella le encantaba bañar a los niños, jugar con ellos y leerles cuentos. Se parecía tanto a Colleen que resultaba estremecedor en ocasiones, aunque jamás nadie tuvo el valor de mencionarlo. Sin embargo, todos cuidaban de ella y la vigilaban muy de cerca.
—Eileen ha llamado antes. No he podido entender ni una palabra de lo que me decía, pero estaba llorando.
Lil se encogió de hombros, de esa manera tan peculiar suya que le había servido de defensa ante todas las tribulaciones de la vida. Luego respondió:
—Pronto será el aniversario de Colleen y después viene el cumpleaños de Pat...
—Lo sé —respondió Ivana.
Ivana seguía siendo una mujer muy bella y parecía más joven de lo que era. Su extrema delgadez había desaparecido y ahora, después de haber dado a luz, estaba algo más rellenita. Seguía siendo una persona menuda, pero no tan esquelética. Pat continuaba con ella, aunque de vez en cuando se permitía echar una canita al aire. A Lil no le agradaba que lo hiciera, pero se mantenía al margen. Si Ivana lo soportaba, ¿quién era ella para meter la nariz en asuntos que no eran de su incumbencia? No obstante, le dolía, pues podía percibir la tristeza en la mirada de Ivana y deseaba poder hacer algo para mitigarla.
—¿Conque cuarenta? ¿Cómo se siente eso de tener un hijo de cuarenta años?
Lil sonrió, mientras hacía un gesto de horror con la cara.
—Bueno, he tenido mejores épocas.
Ivana estaba riéndose con ella cuando Pat entró en la oficina acompañado de Lance. Instantáneamente, el ambiente cambió. Siempre sucedía lo mismo cuando Lance estaba presente. Traía el malestar allá donde fuese.
El aire de la habitación pareció electrificarse. Lil y Pat se miraron cautelosamente mientras Ivana se escabullía. Lance jamás le había dirigido la palabra, pero era plenamente consciente de lo que ella opinaba de él.
Paulie Brick entró en la casa y miró cautelosamente a su alrededor. Eileen era capaz de abalanzarse contra él desde cualquier rincón, pues era muy astuta cuando estaba borracha, lo que, desgraciadamente, era la mayoría de las veces.
Lamentaba haberle gritado, pero lo cabreaba de tal modo que a veces tenía ganas de estrangularla. Cruzó la cocina de diseño y vio los cristales tirados en el suelo. Luego, sobre la encimera, vio los restos de coCaina y el tapón de corcho de la botella de whisky.
Suspiró. Había notado que el coche no estaba, pero presentía que Eileen estaría en algún lugar de la casa. Además, no le gustaba estar fuera mucho tiempo, prefería quedarse en casa y maltratarse. Se preguntaba si el coche seguiría de una pieza. Esperaba que si se había estrellado, al menos a ella no le hubiese sucedido nada como la última vez. En esa ocasión, estaba tan borracha que no se dio cuenta ni de que se había roto la muñeca.
Oyó el débil sonido de la música y subió las escaleras directamente a la habitación de matrimonio. La vio tendida en la cama. Llevaba días sin hacerla y estaba escuchando a Dionne Warwick15 lo que significaba que estaba más deprimida de lo normal.
Cuando cantaba Walk on by en voz baja, se dio cuenta de que su marido había entrado en la habitación.
—Hola, cariño. Ven y tiéndete conmigo.
Estaba muy borracha y él le sonrió cariñosamente. La amaba más que a nada en este mundo y verla destruirse día a día le rompía el corazón.
Se echó a su lado. Observó que su pelo necesitaba de un buen lavado, la ropa la tenía arrugada y el pecho hecho un estropicio. Sin embargo, cuando la miró a los ojos, vio el sentimiento de culpabilidad que siempre le había atraído de ella. Siempre había pensado que él la ayudaría a salir de ese agujero, pero no pudo; nadie podía hacerlo.
—Por favor, no me dejes. No me dejes nunca. Me moriría sin ti, ¿lo sabes?
Más que hablar farfullaba y Paulie sabía que no se acordaría de nada al día siguiente, pero la abrazó y trató de animarla con su amor y devoción.
—No te vayas ni te apartes de mi lado o me mataré, lo juro. ¿Crees que Colleen iba a algún lado o buscaba a alguien...?
Estaba delirando. Él conocía todas las fases de sus borracheras. Lo siguiente sería quedarse dormida, aunque la palabra inconsciente sería más apropiada. Él se quedó a su lado, mirándola, preguntándose si eso se acabaría alguna vez. Estaba harto, más que harto.
—No tengo que darte cuentas ni a ti, ni a ella en ese asunto.
—Nadie te pide que lo hagas. Quieres salirte de esta empresa, de acuerdo, vete. Nadie te lo va a impedir y ella, que es como te diriges a nuestra madre, tiene tanto derecho a preguntarte como yo.
Lance miró a su hermano con su acostumbrado desdén.
—Yo puedo trabajar donde quiera y con quien quiera.
Pat se levantó y se acercó hasta donde estaba. Mirándole a los ojos y hablándole en voz alta y clara le dijo:
—Tu problema es que estás equivocado. No, Lance, no puedes ir por ahí con tu colega Barker amenazando a personas que tienen negocios con nosotros. ¿Qué clase de estúpido eres? Si le deben dinero a Barker, entonces deja que él vaya y se las apañe solito. No creo que le debas ninguna clase de lealtad a ese gilipollas. Es solo un mierda, además de un mentiroso y un ladrón. Ya le falta una pierna por querer robar un contador de gas y es casi un milagro que saliera de ésa. Menudo pringado está hecho.
Lance se pasó la mano por el pelo y se rió con esa risa suya tan desagradable.
—Pues seguro que no tendría inconveniente en plantarte cara, si quiere —respondió.
Lil perdió la paciencia. Se levantó de la silla, empujó a Pat para apartarlo y se encaró con él:
—¿Pero tú quién te has creído que eres? No eres nada más que una jodida sanguijuela. Si crees que puedes ir por ahí con ese matón de mierda amenazando a la gente en sus propias casas y delante de sus hijos, entonces es que estás muy equivocado. Ya se lo hemos advertido a todo el mundo, que si quieren enfrentarse contigo, pueden. Y dile a Donny de mi parte que si vuelvo a verle, yo misma le romperé los huesos. Tú ya me conoces, Lance. Y sabes que soy capaz de eso.
—Ya estamos con la cantinela de siempre. Lo curioso es que no os importa romper ninguna cabeza cuando a vosotros se os antoja.
Lil se echó a reír, a reír de verdad. Era una risa triste, desalentadora, un insulto difícil de soportar para Lance.
—Por supuesto que no nos importa que lo hagas. Para eso te pagamos. Al fin y al cabo, es para lo único que sirves.
Pat la apartó e hizo que se sentara de nuevo en el asiento.
—Mamá, siéntate y resolvamos esto, ¿quieres?
Lil no se sentía de humor. El completo desinterés de Lance por lo que trataban de decirle le sacaba de sus casillas. Quería que se marchase de una vez por todas y no le importaba lo más mínimo quién pudiera salir herido, y mucho menos si era Lance.
—Qué le den morcilla, Pat. Si cree que puede hacer eso sin ninguna clase de respaldo, entonces déjale. Déjale que corra y trabaje con Donny Barker. Sólo un gilipollas como él haría una cosa así. Al fin y al cabo, la gente elude tanto a uno como a otro, ¿no es verdad, Lance?
Pat estaba empezando a sentirse molesto con su madre, pues no estaba haciendo nada para solucionar el asunto.
—Mamá, cállate un segundo, ¿quieres?
Encendió un cigarrillo, uno de los pocos que fumaba esos días, muestra clara de su nerviosismo.
—No me da la gana de callarme. Llevo mucho tiempo deseando decírselo. Nos avergüenza a todos y no pienso permitírselo. Cuando me enteré que habíais amenazado a los Chapmans en su propia casa por unos cuantos de los grandes, dinero que Donny le había prestado a su hijo, me sentí tan avergonzada que me entraron ganas de morirme. Ellos no le debían ni un centavo. Era su hijo, y tan sólo eran unos cuantos cientos de libras. Donny se inventa la mitad de sus deudas y tú, como buen gilipollas que eres, vas y te pones de su lado y le haces el trabajo sucio. Él te utiliza, ¿acaso no te das cuenta? Se cree alguien importante porque tiene a un Brodie de perrito faldero. Pues bien, ya te lo hemos advertido, Lance, y no te lo vamos a perdonar esta vez. Esta vez seré yo la que se va a librar de ti de una vez por todas. Se acabó.
Lance jamás le había oído hablarle así; de hecho, no le hablaba a menos que no fuese necesario. Siempre había utilizado ese argumento contra ella, pues sabía que su culpabilidad y la forma en que siempre le había tratado eran lo que le mantenía en buena forma.
—Mírate. Aún recuerdo cuando heriste a la hija de Janie. Ya entonces eras un chulo y lo sigues siendo. Pero eso se ha acabado y se ha acabado esta misma noche. ¿Lo comprendes, Lance?
Lance miraba a su madre como si le resultase una desconocida. Durante todos los años que él había trabajado para la familia nunca le había dicho gran cosa, no recordaba ni haber mantenido una conversación con ella. Pat se percató del daño que estaba infligiendo a su hermano y sabía que, por mucho que le dijera, siempre querría a esa mujer que jamás había tenido una palabra amable con él.
—Ella no ha querido decir eso, Lance. Lo que pasa es que está enfadada, los dos lo estamos...
—Patrick Brodie —interrumpió Lil—. No te atrevas a hablar por mí. Mi paciencia con él se ha terminado y tú acéptalo de una vez. He oído rumores acerca de él todos estos años y me los he tenido que callar. Pero ya no más. Tengo que decírselo ahora que tengo oportunidad para ello. De nuevo me ha brotado el cáncer y no pienso irme a la tumba sin decirle a este majara de mierda lo que verdaderamente pienso de él y de su forma de comportarse. No pienso dejarte nada, Lance, ni tan siquiera un sostén usado. Mi madre te cogió al instante de nacer y has sido siempre suyo porque yo jamás te quise. Hasta cuando eras un niño eras un bicho raro. Y que Dios me perdone, pero cuando Colleen desapareció ardí en deseos de que fueras tú. Hubiera dado la vida por poder cambiarte por ella. Tú tienes la culpa de todo, Lance. Siempre ha sido así y no sé por qué. Es como un instinto, pero desde siempre he sabido que todo lo malo que nos ha sucedido es por culpa tuya.
—¡Puñetas! Basta ya, mamá —dijo Pat.
Patrick estaba tan consternado por sus palabras que sólo después de que se sentara y encendiera otro cigarrillo se dio cuenta de que había mencionado lo del cáncer. Ésa era la razón por la que de nuevo fumaba y bebía; siempre habían sido sus dos mejores calmantes.
Lance continuaba mirándola, con la cara inexpresiva.
—Me odias, ¿no es cierto? —dijo con voz baja y carente de emoción.
—¿Odio? Yo no te odio, Lance. Esa palabra no es suficientemente fuerte para expresar lo que siento.
Patrick estaba sorprendido por las palabras de su madre, aunque sabía que tenía algo de razón. Lance fue siempre como un intruso, incluso de niños nunca se sintió como parte de la familia. Toda la vida se había visto consumido por el odio y la rabia.
Patrick siempre lo había protegido por ese sentimiento de culpabilidad que le provocaba que su madre le quisiera a él con pasión. Todos sus hijos habían recibido su amor y su cariño, salvo Lance, y eso le había afectado toda su vida. Era como si los dos se hubieran estado tanteando durante esos años, vivieran una mentira, y todo lo sucedido recayera sobre ellos en ese preciso instante.
La puerta se abrió y Scanlon apareció. La habitación estaba cargada de odio y sinceridad tardía. Era tan tangible que se podía palpar.
—¿Qué coño quieres? —preguntó Lil.
Scanlon respiró profundamente y, mirando a Lil Brodie, dijo:
—Hemos encontrado un cuerpo.
Lil tardó unos instantes en darse cuenta de la verdadera importancia que tenía lo que el hombre acababa de decirle.