Capítulo 6

Kathleen y Eileen daban sus primeros pasos por la habitación y Patrick se reía de sus gracias. Eran sus preferidas y todo el mundo, incluidos los niños, lo aceptaban. Las niñas, como se les solía llamar, eran verdaderas preciosidades: dos niñas de pelo rubio y ojos azules que no habían recibido otra cosa en la vida que cariño y caprichos. A los tres años eran completamente idénticas. También eran inteligentes y vivaces, pues aprendieron a hablar y a andar antes de lo debido. Ambas estaban sumamente mimadas por sus padres y hermanos.

Patrick observaba a su esposa limpiándoles la nariz, ordenar la casa y preparar la cena. Lil era una mujer fuerte y seguía siendo la única en su vida. Cuando sus hijas le tendieron los brazos y ella se agachó para cogerlas, sonrió al ver esa imagen tan enternecedora y un nudo se le hizo en la garganta.

Lil era una mujer bella y parir cuatro hijos no le había robado el brillo de sus ojos, si acaso todo lo contrario, había ganado en atractivo. Sin embargo, con el nacimiento de las gemelas tuvo que dejar de trabajar con él y, aunque le encantaba ser madre, echaba de menos la excitación que le proporcionaba el trabajo.

Le miró fijamente y sonrió con tristeza. Le bastaba con mirarle para saber lo que pensaba. Ambos lo sabían.

La culpabilidad le carcomía. Había estado sin dar noticias durante dos días mientras las niñas nacían y que Lil ni tan siquiera se lo mencionase daba mucho en que pensar. Hace mucho tiempo que había dejado de hacerle preguntas sobre sus correrías, no quería saber dónde había estado, ni le interesaba. Al parecer, lo único que le interesaba es el dinero y estaba obsesionada con él. Se lo pedía de forma muy exigente, como si fuese un derecho que le perteneciera. ¿Cómo iba a negárselo? Cuatro hijos cuestan dinero, mucho dinero, pero a veces pensaba que eso era lo único que le interesaba de él, que sólo le hablaba para pedirle dinero: dinero para la comida, dinero para la ropa, dinero para esto y dinero para aquello. No obstante, se sintió injusto.

Se estaba convirtiendo en una persona como su padre y se odiaba por ello. Sin embargo, los clubes le reclamaban y, cuando terminaba de trabajar, se tomaba unas cuantas copas y se entretenía con un chochito nuevo. Antes de que se diera cuenta, la noche se había acabado y estaba amaneciendo. La chica con la que había pasado el día y la noche no servía ni para limpiar las suelas de los zapatos de Lil, pero eso no le preocupaba en absoluto. Era jovencita y estaba disponible. También era de las que están dispuestas a hacer de todo. Se la había tirado en el asiento trasero del coche y ni tan siquiera podía recordar su nombre. Tenía un buen par de tetas, una sonrisa agradable y le había complacido en cada momento. Él la había utilizado, igual que utilizaba a todas las chicas que le rodeaban y que le complacían más de lo que hacía Lil en casa. En cuanto terminaba de echarles un polvo y se le pasaba el efecto de la bebida, se las quitaba de encima y se sentía a disgusto consigo mismo, jurándose que sería la última vez. Sin embargo, se estaba convirtiendo en una diversión muy frecuente, a pesar de que aquellas chicas no significasen nada para él. Salía incluso cuando no tenía ningún trabajo concreto, nada que hacer, ninguna razón para no irse de casa y estar con su familia. Se comportaba como un chulo y Lil se estaba empezando a hartar. Él lo sabía y ella también. Si hubiera sido Lil la que hubiese pasado toda la noche de parranda, él hubiera provocado la de san Quintín. Si alguien se atrevía a mirarla dos veces seguidas, se sentía tan celoso que era capaz de asesinarle. Como Lil decía siempre, «el ladrón cree que todos son de su condición». Puesto que él era capaz de echar una canita al aire, asumía que ella también lo era, a pesar de que sabía que era mejor que él. Lo peor de todo es que ella disponía de un detector natural incorporado que le permitía saber cuándo él se la estaba pegando.

Patrick era ahora el rey de la montaña, se había hecho de una reputación tan sólida que nadie en su sano juicio se atrevería a desafiarle. De alguna manera, eso le decepcionaba. Patrick sabía que, para mantenerse en la cima, era necesario hacer una muestra de fuerza regularmente. No sólo para advertir a los pretenciosos, sino también para mantener a raya a tu ejército. Tenía a muchas personas trabajando para él y sabía que algunos de ellos podían convertirse en oponentes si era lo suficientemente estúpido como para dejarles el camino libre. Hasta Dave y los otros hermanos Williams estaban jugando su suerte últimamente, por lo que se acercaba el momento de poner las cartas sobre la mesa.

Spider y sus compinches estaban aún a su servicio, pero, como los Williams y los negros nunca se llevaron bien, empezaban a surgir ciertos problemas. Los Williams se quejaban del poco dinero que recibían y no se daban cuenta de que Spider era un buen tipo que había ganado una fortuna con la pornografía, las armas y la venta de hierba. Los tiempos estaban cambiando y los jamaicanos eran el futuro. Dave debía aceptar esa idea, sería lo mejor para todos. Se les había ofrecido una oportunidad, pero la rechazaron hace tiempo. Ahora el dinero llovía a espuertas y empezaban a florecer los resentimientos.

Spider era el que trabajaba en primera línea y el que se ocupaba de todo el tinglado, desde los blues hasta los birds. Los blues eran fiestas que duraban días enteros. Se alquilaba una propiedad abandonada, se rehabilitaba y se quitaban los escombros. Luego se instalaba un equipo de música y se ponía un bar. La fiesta podía durar días enteros y la cantidad de dinero que se recolectaba en la puerta y en la barra era descomunal. Las ganancias obtenidas por la venta de hierba siempre eran colosales y la policía no se enteraba de nada. Por regla general, era un buen negocio y Spider sabía cómo llevarlo. Nadie podía celebrar un blues, ni vender un porro ni chulear a una mujer sin que Spider diera su consentimiento. Eso, por supuesto, quería decir sin el consentimiento de Patrick. Al principio, a Spider no le molestó eso, ya que él y Patrick habían formado un buen equipo, pero al parecer no agradaba demasiado a Dave y sus hermanos. No tenían ningún punto de apoyo en el sur de Londres y ahora lamentaban no estar llevándose parte del dinero que Patrick ganaba. Se lo ofrecieron al principio, pero lo rechazaron, pues no se dieron cuenta del potencial que ofrecía Brixton. Ahora no les quedaba más remedio que reconocer que habían sido unos capullos y debían saber que ni Spider ni Patrick estaban dispuestos a dividir las ganancias entre tres por el mero hecho de mantener la paz.

Spider estaba vendiendo Dexedrina a cincuenta libras el millar y los chavales se volvían locos por ella. La anfetamina era la droga de moda, ya fuese en pastillas o en polvo, y se estaba sacando una pasta con ella. Spider controlaba los negocios con una precisión militar y daba por sentado que el sur de Londres era suyo y que Patrick estaría de acuerdo con él.

Pat contempló la casa que había adquirido recientemente y le invadió un sentimiento de orgullo. Nadie antes en su familia se había podido permitir el lujo de tener una casa en propiedad. Poseer algo tan significativo le producía un sentimiento muy extraño. Era como un compromiso, era el techo que protegía a su familia. También era una forma de inversión, de eso estaba seguro. La había pagado al contado, ésa fue otra de las exigencias de Lil. Hasta entonces no había pensado nunca en poner su dinero en algo tangible, sino que más bien lo había ocultado para que no lo descubriesen los tipos de los impuestos o la policía. Lily, sin embargo, le había dicho que las ganancias de sus negocios legales eran más que suficientes como para respaldar una compra de esa clase. Como siempre, estaba en lo cierto.

La casa estaba a su nombre y ella era la que tenía las escrituras. Era lo menos que podía hacer. Él era propietario de otras casas, pero las utilizaba para sus negocios y estaban a su nombre; en cualquier momento se las podía quitar de encima si quería. Aquel lugar, sin embargo, emanaba seguridad: era su casa, la casa de su familia. Le gustaba sentir que pertenecía a un lugar, que disponía de una base. También estaba encantado de ver a Lil satisfecha y segura sabiendo que la casa era suya, pasara lo que pasara.

Los niños empezaron a pelearse. Estaban viendo Tom y Jerry en la tele y discutían sobre quién debía ser el gato y quién el ratón. Las dos niñas se les acercaron y, como siempre, Kathy se sentó con Pat Junior y Eileen con Lance. La presencia de las niñas hizo que la discusión se detuviera al instante y Pat se sintió orgulloso de los buenos modales que mostraban los niños con sus hermanas.

Estaba abatido y se echó en el sofá para relajarse. Lil le trajo una taza de té fuerte y dulce. Él la atrajo hacia sí y la beso con fuerza, metiéndole la lengua en la boca. Ella le respondió. Nunca podía estar enfadada con él por mucho tiempo. Por muy enfadada que estuviese, lo necesitaba tanto como el aire. Sin él no era nada. Sin él, la vida estaba vacía, a pesar de tener cuatro hijos que ocupaban su tiempo. Se odiaba a sí misma por ello, pero lo aceptaba resignada como parte de la vida.

El sentimiento de incomodidad que antes reinaba entre ellos desapareció hasta la próxima vez. No obstante, aún se podía percibir la mirada acusatoria en sus ojos y lo harta que estaba por tener que aceptar su estilo de vida por ella y por sus hijos.

Él era un hombre y, en su mundo, eso significaba que podía hacer lo que se le antojase. A ella no le gustaba, pero no tenía más remedio que aceptarlo. Era precisamente eso lo que más le abrumaba: merecía algo mejor y ambos lo sabían.

Spider bebía una copa de ron blanco mientras se fumaba un canuto; el olor a cannabis impregnaba la atmósfera. Su novia, una joven jamaicana con el pelo hecho trenzas y los ojos almendrados, estaba amamantando su bebé mientras escuchaba a Peter Tosh en el equipo de música.

Spider observó perezosamente a Rochelle a través de las gruesas trenzas que le caían por encima del rostro, los ojos semicerrados por el cansancio. Al igual que Patrick, había estado escondido durante unos días. Al contrario que él, su novia lo había recibido hecha una furia cuando regresó a casa. Finalmente, tras mucha persuasión, se había calmado lo suficiente como para atender al niño. Se dio cuenta de que iba a tener que hacer muchos méritos para poder ganársela en los próximos días. Era una buena chica y él la quería mucho. Tenía su carácter y era muy joven para él, pero tenía buen corazón y él la respetaba por ello.

En ese momento llamaron a la puerta y Spider se sacudió para despertarse. Estaba totalmente colgado y le costó trabajo abrir la puerta. Su casa era como una fortaleza y le llevó su tiempo correr todos los cerrojos. Sabía quién estaba al otro lado y sonrió cuando por fin logró abrir el último cerrojo.

—¡Joder, tío! Este sitio es como Fort Knox —dijo el hermano pequeño de Spider, Cain, que permanecía en la puerta sonriendo.

Cain era la antítesis de Spider. Tenía el pelo muy corto y vestía con pantalones hechos a medida y camisas sencillas. Spider tenía un carácter más hecho y eso se reflejaba en su rostro. Llevaba puesto pantalones anchos y una camisa con brocados de algodón muy ceñida. Con sus trenzas y sus mocasines tenía el mismo aspecto que un camello rasta. Cain era un chico prometedor. A los veintiuno ya tenía las agallas y la astucia para haberse ganado un lugar en la comunidad. Tenía una forma muy peculiar de disimular la fuerza y la determinación que sólo resultaba evidente para la gente que le conocía bien. Spider era doce años mayor que él y estaba tan orgulloso de su hermano que se lamentaba diciendo que algún día le quitaría el lugar.

—¿Tienes mi dinero?

Cain se rió. Sus dientes blancos brillaron bajo la luz del sol.

—Cierra la puñetera puerta. Siempre me has dicho que no hablemos de negocios en la calle.

Mientras cerraba, Spider oyó a su hermano hablar del buen aspecto que tenían sus sobrinos y trataba de flirtear con Rochelle. El muchacho era un donjuán nato. Verle hablar y bromear con Rochelle le hizo sentir un amor que muchos hombres reservan sólo para sus hijos. A él le encantaba su vida. Momentos como aquellos eran los que le hacían darse cuenta de lo afortunado que era.

—Se están quedando con todo y están pasando por encima de nosotros, Dave. ¿Acaso no te das cuenta?

Dave suspiró al oír de nuevo la perorata de su hermano Dennis, que solía interpretar las cosas siempre por el lado equivocado. Desde que Dicky murió asesinado, él había tomado el bastón de mando y no resultaba fácil. Dicky había sido el cabecilla y siempre supo lo que debía hacer y cómo. Dave lo intentaba y Patrick le permitió que asumiera ese papel, aunque siempre estaba preocupado de que no lo hiciera bien. La muerte de Dicky había dejado un espacio que Dave sabía que nadie podía ocupar, y tenía la impresión de que sus hermanos pensaban igual que él. Ahora eran personas maduras que se daban patadas por ganar unas cuantas libras. Él era el mayor y ellos lo respetaban, pero ya habían dejado de ser niños. Eran astutos y él lo sabía mejor que nadie.

—¡Por lo que más quieras, relájate! Eres como una vieja cascarrabias.

—¿Que me relaje? ¿Tienes la puñetera osadía de pedirme que me relaje?

Dennis tenía el mismo aspecto pedante de siempre. Tenía su carácter y a veces no resultaba fácil controlárselo. Se molestaba por cualquier menudencia y creía oír cosas que jamás se decían.

Era un jodido cabrón que cada vez resultaba más difícil de controlar.

—Nadie puede meter un pie dentro y eso es lo que me revienta. Spider y su hermano lo tienen todo bien amarrado.

Dave sorbió el café y esperó a que continuara con la perorata. Esa había sido la cantinela de todos los días desde que Dennis introdujo las anfetas en el sur de Londres. Había vendido para obtener un pequeño beneficio, pero ahora quería más. También había sido amonestado. De forma educada y con respeto, pero había sido amonestado, lo cual no era un privilegio que se concediera todos los días. Antes, ellos eran los que hacían las advertencias, por eso no estaban dispuestos a quedarse con los brazos cruzados contemplando cómo otros se llevaban la pasta sin que ellos cogieran lo suyo. Eso había provocado muchos resentimientos contra Patrick Brodie, al que cada día consideraban más un traidor.

Dennis deambulaba por la habitación. Tenía su amplia espalda erecta por la rabia que sentía y el rostro retorcido por el odio y la humillación.

—Para mayor insulto, Dave, ese negro de mierda y su hermano se lo están quedando todo. Se les ve por todos lados, cada rincón apesta a ellos. No han dejado nada para nosotros. El cabrón de Patrick Brodie estará contento. Está asociado con ellos, los tiene muy bien pillados. Se están poniendo las botas y nosotros mientras tanto ¿qué? Ayer por la noche me dijeron que me pirase, como si yo fuese un don nadie, un mierda. Me dijeron que no podía estar en Ilford ni en Barking porque ellos ya estaban vendiendo en la puerta del club Celebridades. —Dennis sacudió la cabeza, incrédulo y sorprendido.

—No hay ningún sitio donde podamos pasar nada de droga. Tienen cogido el Lacy Lady, el Room at the Top y el jodido Tavern. Lautrec ya es parte de sus dominios y Southend está más cogido que el coño de una monja. Lo tienen pillado todo. El Raquel en Basildon, el Roxy, el Vortex, el Dingwall de Camden. No hay ningún pub, ni club que podamos decir que es nuestro, incluido el Green Man, mi bar favorito. Se han apoderado de Callie Road, de los principales bares, de los muelles y de todos los bares locales. Son como jodidas sanguijuelas bebiéndose la leche de mis niños.

Escupió en el suelo para darle más fuerza a sus palabras.

—No nos han dejado nada. Sus muchachos están vendiendo anfetas en el jodido Beehive en Brixton Road cuando desde siempre han trapicheado con hierba. El West End y el Islington están repletos de camellos persuasivos que te roban hasta el último cliente. O hacemos algo o pronto nos veremos sin nada.

—¿Quieres tranquilizarte de una jodida vez?

—¿Tranquilizarme? ¿Quieres que me tranquilice? ¿Quién coño eres tú, un gurú de yoga? Despierta de una puñetera vez. Quiero que resuelvas esto y quiero que lo resuelvas pronto. Spider y su hermano se están paseando por ahí en lujosos coches y llevan toda clase de armas. Se están adueñando de todo como si fueran los reyes del espectáculo. ¿Qué esperan? ¿Qué metamos el rabo entre las patas y no digamos nada? No podemos ni vender en Manchester, ni en Liverpool ni en Escocia y a ti lo único que se te ocurre es decirme que me calme. Nos han dado de lado, nos han tratado como niñatos de escuela y tú quieres que me calme. ¿Qué pasa? ¿Eres el chupaculos de Brodie o qué?

Dave no respondió, no tenía ningún sentido, pero empezó a digerir la información. Sabía que tendría que resolver ese asunto más temprano mejor que más tarde, puesto que su hermano estaba ahora de por medio. Las drogas, especialmente las anfetas, eran un buen negocio y ellos habían invertido mucho dinero en ello.

El problema no estribaba sólo en que Pat Brodie era un buen tío, sino que además era su peor rival. Ponerse en contra suya podía costarles caro.

No obstante, estaba equivocado si creía que no querían un pellizco de lo que, sin duda, estaba siendo un negocio muy lucrativo. Que no les hubiera interesado al principio no significaba que ahora iban a rechazar las ganancias de un producto que se estaba demandando tanto. Si Spider se hubiera quedado en su territorio, nada de eso habría sucedido. Todos se habrían llevado lo suyo y nadie se sentiría a disgusto.

Dave prefirió ignorar que Pat Brodie era quien llevaba la voz cantante y que todo lo que sucediera en el sur de Londres era de su dominio. Se olvidó de que Pat se lo había ofrecido en diversas ocasiones y que ellos lo habían rechazado porque andaban buscando pasta en otras áreas. También pasó por alto las advertencias que Pat Brodie le había dado de forma caballerosa, aunque tajante: tenían libertad para hacer cualquier negocio que se les antojara, siempre y cuando no interfirieran en los negocios que Pat había montado. Básicamente, llegó a insinuar que habían perdido el tren y que ya era demasiado tarde para ir por ahí quejándose.

Sin embargo, si era cierto, como había señalado Dennis, que estaban traficando en todos los clubes nocturnos y se habían hecho con el monopolio, entonces se imponía una charla. Era plenamente consciente de que la mayoría de los pequeños camellos podían traficar porque tenían el permiso de Pat y estaban bajo la responsabilidad de Spider, que era conocido universalmente como el brazo derecho de Pat. Ahí era donde radicaba el problema, al menos en lo que se refiere a los hermanos Williams.

Se sentían marginados, poca cosa, incluso insultados. Los muchachos ya eran hombres hechos y derechos y, como cualquier otro joven prometedor, les bastaba una excusa para enseñar los dientes y dejar su huella. Eran unos cabrones ambiciosos, muy peligrosos precisamente por eso. La única razón por la que no se habían entrometido en los dos años anteriores era por Patrick Brodie, pero no eran lo suficientemente inteligentes como para darse cuenta de ello y él no mencionaría el asunto todavía. Dennis era su portavoz, además del único con agallas para ir a su casa y presentarle sus quejas. Los otros le seguirían, por supuesto, pero sólo cuando estuvieran seguros de que recibirían una calurosa bienvenida.

Se olvidaban de que todos los chanchullos y trapicheos que llevaban a cabo se lo debían a Pat, del dinero que ganaban a su costa procedente de otros negocios. Las anfetas los estaban convirtiendo en personas ambiciosas, ya que el dinero que se ganaba con ellas era descomunal y, obviamente, querían llevarse su pellizco. El trabajo preliminar ya estaba hecho, como solía suceder cuando se trataba de los Williams, aunque jamás lo tenían en cuenta. Eran bastante torpes, de eso no había duda, y tenían un ego más grande que la polla de King Kong. No obstante, pensaban mostrarse inflexibles y no aceptarían un «no» por respuesta.

Dave empezaba a ser de la misma opinión que su hermano. Creía que los estaban tratando como ciudadanos de segunda clase y que les iría mejor sin Brodie.

En ocasiones, sin embargo, era lo suficientemente honesto como para admitir que Pat le había tomado la delantera. Sabía que él vio la oportunidad y trató de aprovecharla, arrastrando consigo a él y sus hermanos. Eso irritaba por momentos a Dave porque no sólo quería ganarse el respeto que Brodie poseía, sino que quería que lo viesen como un eslabón vital en la cadena delictiva que gobernaba Londres.

El hecho de que las personas se sintieran tan confiadas como para responderles a él y a sus hermanos que no pensaban tratar con ellos porque ya les había suministrado Spider, les recordaba constantemente que eran, y que siempre serían, soldaditos de a pie para Pat Brodie. Aquello era ya de por sí un insulto y necesitaba pensarlo con detenimiento antes de hacer algo de importancia. Una vez que eso se tradujera en palabras y, por tanto, formara parte del dominio público, no habría posibilidad de retroceder. Necesitaba considerar cuáles eran sus opciones y cómo podría enfocar el problema de la mejor forma posible.

—Déjame pensarlo, ¿de acuerdo?

Dennis asintió imperceptiblemente. Ya había recorrido la mitad del camino y lo sabía. Le había proporcionado a su hermano las balas, ahora era cosa suya meterlas en la pistola.

Annie acostaba a los niños y, como de costumbre, Lance estaba haciendo de las suyas. Lo levantó, lo sentó en su regazo y le susurró al oído:

—Cuando los demás se hayan dormido, ven con la abuela.

Le dijo eso al niño, a pesar de que Pat había ordenado que los niños se fueran a la cama todos a la misma hora. Si se enteraba de que estaba favoreciendo a Lance, se podía dar por acabada. Ella y Pat mantenían una alianza un tanto incómoda: ella no le llevaría la contraria y él trataría de que estuviese en casa con los niños lo menos posible.

—No me quiero sentar contigo, abuela.

El rostro pedante de Lance empezaba a irritarle y tuvo que respirar profundamente antes de responderle con suavidad:

—Tengo algunos caramelos para ti y te dejaré ver la tele.

Hablaba con voz suave y los niños observaban la escena con interés.

—Venga, vamos. La abuela te ha echado mucho de menos. ¿Me das un abrazo?

Se palpaba en la voz el anhelo que sentía por ello y el niño supo sacarle el mejor provecho.

—No, abuela. Estoy cansado —dijo Lance apartándose de ella con tal brusquedad que casi la derriba de la silla.

Odiaba el tacto de sus manos, la manera que tenía de estrecharle entre sus brazos y de besarle, pues lo hacía con tal ímpetu que llegaba sofocarle. Sin embargo, le encantaba el poder que tenía sobre ella y, en consecuencia, sobre sus hermanos. La abuela lo adoraba, mientras que a los demás los toleraba. Todo el mundo se daba cuenta de eso y, puesto que siempre había sido así, nadie lo cuestionaba. Además, estaban más que contentos de que no sintiera lo mismo por ellos.

Era la primera vez en años que Annie estaba a cargo de los niños. Pat procuraba en lo posible que no estuviera cerca de ellos y ella se dio cuenta de que ahora estaba de prestado. Lil tampoco estaba a su favor, por lo que no le quedaba otra opción que sentarse y esperar hasta que le permitieran lo único que le agradaba en la vida.

—Dale un beso a tu pobre y vieja abuela y jugaremos a lo que tú quieras.

Lance negó con la cabeza y con voz sonora y tajante replicó:

—No me apetece, abuela. Ya no quiero estar contigo nunca más.

El dolor que vio en sus pálidos ojos le causó tristeza por un momento, pero luego se sintió incómodo. A pesar de lo joven que era, se daba cuenta de que sus sentimientos hacia el no eran sanos. Su madre no tenía tiempo para él y sabía de sobra que no le quería a él tanto como a los demás. Su abuela, que le adoraba, sólo le provocaba deseos de herirla. Olía horrorosamente y le hacía sentirse agobiado.

La bofetada sonó en toda la habitación y los cuatro niños se sobresaltaron del susto. Lance tenía la cara roja y miraba a Annie con odio mientras ella le devolvía la mirada en señal de amonestación.

Pat Junior sacó a sus hermanas del ordenado salón y se acercó hasta donde se encontraba su hermano. Le cogió del brazo y se lo llevó hasta la otra habitación mientras Annie les maldecía y les gritaba:

—Será cabrón, el muy puñetero. Después de todo lo que he hecho por ti...

Era la cantinela de siempre y los dos niños se taparon los oídos para no escucharla.

Lance observó impotente cómo arrastraba de los pelos a Pat Junior hasta el centro de la habitación. El poder que tenía sobre ella se había desvanecido. La abuela había perdido los estribos y nadie podía calmarla. Salió corriendo de la habitación y subió a la planta de arriba para reunirse con sus hermanas. Las acostó en la cama y se pusieron a escuchar lo que sucedía en la planta de abajo.

Pat Junior sintió cómo se clavaban las uñas de su abuela en su cuero cabelludo y, dándose la vuelta, le propinó una patada en la espinilla que la obligó a soltarle y lanzar las peores maldiciones. Tenía ocho años, pero le bastaron para apartar a su abuela de un empujón y decir:

—Mi padre se enterará de esto.

Annie se dio cuenta de que había ido demasiado lejos y trató de calmarse. Miró al niño que tenía delante y, sonriendo, hizo lo que siempre hacía. Con lágrimas en los ojos y la voz rota dijo:

—Lo siento mucho, hijo. Os he echado tanto de menos y vosotros sois tan malos conmigo...

Pat Junior permaneció de pie, inalterable. Tras unos segundos, con mucha dignidad, respondió:

—Nosotros no somos maleducados con nadie. Mis hermanas quieren un vaso de leche caliente y que les cuenten un cuento. Ya hablaré con mi madre para decirle que no queremos que te quedes más a cuidarnos.

Annie se sintió amenazada por aquellas palabras. Si los niños les contaban a sus padres lo que había sucedido, se vería nuevamente relegada a la más completa soledad, a sabiendas de que necesitaba a Lance tanto como comer y beber.

Mientras ordenaba la habitación notó que la envidia le corroía de nuevo como un cáncer. Vivían en una casa grande y bonita, donde reinaba un ambiente de amor y cordialidad. Patrick y Lance lo habían dejado bien claro aquella noche. Su hija, y la vida que llevaba, eran como una espina clavada en el corazón. Engendraba hijos con suma facilidad y sabía conservar un marido en su cama sin intentarlo siquiera. En definitiva, era todo lo que a ella le hubiera gustado ser y mucho más. A la gente le agradaba Lil. Aún conservaba a sus amigas de la fábrica y sabía cómo ganarse nuevas amistades. Era una persona feliz y, salvo algunos quebraderos de cabeza que le daba Pat de vez en cuando, estaba satisfecha de su vida. Eso era lo que provocaba tanto resentimiento en Annie: que su única hija había logrado lo que deseaba sin tan siquiera intentarlo. Que dependiera de su hija para poder llevarse un poco de pan a la boca era algo que jamás le perdonaría, a pesar de que había vivido a costa de ella desde el día que empezó a trabajar. Suspiró profundamente y se puso a preparar la leche caliente que Pat Junior le había pedido para sus hermanas. Junto con unas galletas y un bizcocho, colocó todo en una bandeja y subió a la habitación de sus nietos con intención de reparar el daño que había ocasionado.

Sonrió al ver a las gemelas durmiendo en los brazos de sus hermanos, a pesar de que ardió en deseos de abofetear a Lance una vez más. Tuvo que respirar profundamente para contenerse. Pero instintivamente se dio cuenta de que el más peligroso de los dos era Pat Junior y era a él a quien debía tener de su lado.

Al igual que su padre, nadie podía saber lo que se urdía detrás de aquellos profundos ojos azules. Y, al igual que su padre, estaba segura de que se convertiría en un tipo muy peligroso en el futuro, pues tenía la misma arrogancia, la misma mirada fría y, sorprendentemente, el mismo aspecto que hacía de su padre un hombre a tener en cuenta. Aún era un chiquillo, pero la frialdad de su mirada era capaz de incomodar a cualquiera.

Cain sonrió cuando Dennis Williams le dijo que le invitaba a otra copa.

Se hallaban en Burford Arms, al este de Londres. Era un bar predominantemente de negros y Dennis era un cliente, si no bienvenido, al menos asiduo. Tenía a unos cuantos muchachos a sueldo en Stratford y solía citarse allí para pagarles. Cain solía estar por allí resolviendo algunos negocios y, hasta hace muy poco, entre los dos siempre había habido un buen rollo. Cain no sabía exactamente cuándo había cambiado la dinámica de la relación, pero sabía que había llegado demasiado lejos como para que pudiera darse cualquier tipo de reconciliación. Sabía que ya no era simplemente un asunto de drogas, y no pensaba ceder ni un ápice por ese capullo. Ahora era un asunto personal, una cuestión de territorios y no pensaba permitir que nadie se entrometiera en lo que, por derecho, era sólo suyo.

Estaba a salvo mientras Dennis estuviera solo, ya que los hermanos le habían concedido su tiempo para pensárselo. Sin embargo, estaba tranquilo porque sabía que Brodie le respaldaba. Pensó que los hermanos Williams tenían bastantes trapicheos como para no tener que arrebatarle sus negocios a él o a Brodie. Cain tenía unos cuantos hombres a su lado que siempre estaban pendientes de que no le sucediera nada. Los Williams no eran personas a las que podía pasar por alto. Eran sumamente peligrosos y necesitaba cuidarse las espaldas. Lo lamentaba, pues siempre había tenido muy buena opinión de Dave y su familia. Era una lástima que las cosas se hubiesen estropeado, pero así era la vida.

Cain sabía que Dennis y sus hermanos menores, Bernie y Tommy, habían intentado inmiscuirse en sus operaciones, pero era lo suficientemente astuto como para saber guardarse esa baza. En cuanto asomaran la mano, él sacaría la suya. Siempre disponía de un plan de contingencia, pues Brodie lo había instruido bien en ese sentido.